Escuché
el otro día a Pérez-Reverte, el escritor, revelarle a Iñaki Gabilondo durante
una entrevista, en tono grave y revestido de gran solemnidad, que España se
había equivocado dos veces en la Historia: la primera en Trento, donde nos equivocamos
de dios y adoptamos al vengador implacable, y en la guerra de independencia,
donde erramos el enemigo y con ello nos adentramos en las más profundas
tinieblas del pensamiento. Ambas incorrectas decisiones condenaron a nuestro
país al oscurantismo en el que se ha movido estos siglos, según Reverte, y no
puedo dejar de pensar en cuanta razón encierran sus palabras. No hay más que
ver, proseguía el autor, la prosperidad de la que gozan los países del centro y
norte de Europa y la condiciones que sufrimos nosotros. Durante toda su
argumentación, más extensa y sesuda, se imponía la idea de un retraso cultural
pero sobre todo de actitud mental. Quizá eso explique el guirigay de
sinsentidos que ocurre en este país y sirva de base para entender la estupidez
congénita que planea permanentemente sobre nuestra sociedad paleta. Quizá a
estas alturas algún lector pudiese entender que estoy empezando a construir los
cimientos para responder a todos los memos que vertieron mensajes insultantes
sobre mi persona por el artículo del mes anterior, pero no es así y créanme que
me ha costado sujetar los puños de mi pluma. No, puede que no tenga mucho que
ver pero estaba pensando en la cantidad de prejuicios con los que tenemos que
cargar los motoristas siempre que saltamos a escena, así como en los recelos
que existen entre los distintos sub colectivos que lo forman.
Me
acojo a la argumentación de Pérez-Reverte para resaltar el enorme respeto que
siempre he sentido por aquellos países que entienden que la libertad de la moto
comienza por respetar la autonomía de quienes integran su mundo. Desde los
constructores hasta los conductores, pasando por las marcas y sus
concesionarios, todos gozan del respeto de quien libremente elige su opción
laboral o de ocio, por no hablar de eventos tan especiales como los que suceden
en la Isla de Man o en Irlanda del Norte, la caravana continental que va
recogiendo adeptos desde Alemania hasta llegar al Ace Café de Londres cada año
o el hecho de que el circuito de Assen sea conocido como La Catedral. Todos
estos ejemplos y los omitidos para no cansar tienen el denominador común que
supone el respeto con que sus respectivas sociedades los acogen. He viajado por
gran parte de esa Europa y he podido comprobar como no he sido nunca señalado por
la desconfianza al ser motorista. Incluso he atravesado Francia de norte a sur
durante la salida de un puente el 14 de julio, su fiesta nacional, con las
autopistas atascadas por miles de coches que salían de vacaciones y que se
apartaban al ver por el retrovisor que se acercaban dos motos. Francamente
impresionante, pueden creerme, y muy alejado de lo que sucede aquí, donde
parece que el motorista es una pieza que hay que cobrar a toda costa. Desde
este espacio de opinión he denunciado varias veces el escaso interés que tiene
la administración por nosotros y nuestros problemas… y la sociedad tampoco le
va a la zaga. Estoy seguro de que todos los que montamos en moto, y más los que
pertenecemos al mundo custom, hemos tenido que sufrir en más de una ocasión los
prejuicios de aquellos que nos ven casi como un peligro social. Todavía me río
al recordar una vez que estando en el bar Sin Perdón, en Valencia, un motorista
le fue a dar un mechero de regalo a una chica que venía conmigo, pero que no
tenía nada que ver con nuestro mundo, y ésta respondió dando un respingo,
asustada, como si la fuesen a agredir.
Anécdotas
aparte, ha llegado el momento de decidir en que modo queremos que se nos vea,
que se nos trate, y empecemos a ajustar cuentas con esa sociedad que nos mira
de lateral pero que siempre nos ha tenido a su lado cuando nos ha necesitado.
Seguir reivindicando nuestros derechos no es sólo una necesidad, es un leit
motiv para asegurarnos la comprensión y el respeto tanto en la carretera como
fuera de ella. Personalmente no me gustaría mirar para atrás dentro de unos
años y ver que me he equivocado en la decisión. Esta vez no.