jueves, 4 de octubre de 2012

LIVE TO RIDE (artículo para ChopperOn, octubre 2012)



 Me encanta montar en moto, no es ningún secreto. Me ha gustado desde que era niño y me quedaba fascinado ante el escaparate donde lucían orgullosas una OSSA Enduro y una Laverda que juntas proponían dos estilos distintos, aunque para el niño que fui era uno solo, un estilo que imaginaba sería maravilloso y misterioso, apasionante en la aventura de recorrer las carreteras del mundo en solitario. ¡La de coscorrones que me he llevado de mi madre por retrasarme camino de la misa dominical atrapado por la magia de las dos ruedas! Pobre, supongo que aquellos golpes tenían la doble misión de conducirme por el camino recto y evitar la posibilidad de que siguiese la senda incierta de su hermano pequeño, mi tío José Miguel, héroe de mi infancia y verdadero culpable de que el virus de las dos ruedas creciese en mi interior. A lo largo de mi vida he tenido muchas motos y la satisfacción de conducir muchas otras más y ahora no importa que los años que se acumulan, unidos a mi deplorable condición física, hagan cada vez más pesada la acción de coger La Bonita. Todo termina en cuanto me subo a ella y la escucho ronronear traviesa y cariñosa, presta a conducirme todo lo lejos que quiera llegar. Juntos formamos una pareja indisoluble que dura más de quince años ya. Ambos hemos sufrido achaques que han ocasionado la incorporación de piezas extrañas en nuestro cuerpo para seguir funcionando con normalidad, pero seguimos en la brecha a pesar de todo. No voy a intentar explicar lo que siento porque es algo íntimo que nos corresponde a ella y a mí y revelarlo sería una traición mayúscula indigna del caballero que soy. Lo que sí puedo compartir es que cuando enfilo la carretera y me concentro en disfrutar del asfalto el mundo da un giro por completo, convirtiéndose en un lugar maravilloso donde no existe la prima de riesgo, ni la pobreza infantil, ni tampoco la corrupción. Los árboles sustituyen a la violencia policial contra los que protestan y las aguas de los ríos desplazan la subida de impuestos y la dramática disminución de los servicios sociales. Basta un suave giro de muñeca para que se esfumen los canallas que abogan por el enfrentamiento entre hermanos y conseguir que la sonrisa sustituya el permanente rictus de amargura de cada día. Nada importa cuando la alfombra de asfalto se extiende ante ti sin final. Nada excepto el disfrute de la propia soledad, dialogando con el viento bajo la protección del cielo. No es que la mente se quede en blanco, sino que las únicas imágenes que recibo provienen de un placer tan irracional como limpio que convierte cada viaje en una experiencia distinta. Lo dicho, cuando monto en moto la realidad deja paso a una nueva realidad que no supe que existía, la fui descubriendo con la experiencia. Y en ella no hay nada de la otra, la que vivo a diario. No, en ésta no caben desgracias y eso me hace pensar que debería montar más en moto. Sí, debería hacerlo.

2 comentarios:

  1. Eso mismo... sin comentarios....

    (Laura, futura dueña de la bonita)

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  2. Felicidades Fernando. Solo un motero puede describir así lo que se siente al subirse a la moto. De verdad, Felicidades.
    Jose M. Garcia
    www.mundomotero.com

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