lunes, 23 de noviembre de 2009

Artrópodos. La 1ª novela de Luis Montero.

¿Conoce usted a Juan Onésimo 1? Permítame que le presente a Juan Onésimo 2. Seguro que le encantaría compartir una velada con Juan Onésino 3… Artrópodos es un thriller matemático, la historia de Juan Onésimo en su lucha por desenmascarar a los demás juanes de la serie. Porque todos podemos estar repetidos y, lo que es peor, mucho peor, las sucesivas repeticiones pueden mejorar el original…

http://cero23.com/?p=1009/target=

POR EL PLACER DE LA LECTURA

Quiero reproducir aquí un artículo de José Luís Sampedro en favor de las Bibliotecas como prestadores de lectura y lo hago respetando fielmente el texto tal y como me ha llegado. Ateniéndome a lo que tan bien expresa en él, confío en que no le moleste que lo difunda aquí. Como mini- autor, estoy completamente de acuerdo con él.

POR LA LECTURA

Cuando yo era un muchacho, en la España de 1931, vivía en Aranjuez un Maestro Nacional llamado D. Justo G. Escudero Lezamit. A punto de jubilarse, acudía a la escuela incluso los sábados por la mañana aunque
no tenía clases porque allí, en un despachito que le habían cedido, atendía su biblioteca circulante. Era suya porque la había creado él solo, con libros donados por amigos, instituciones y padres de alumnos. Sus 'clientes' éramos jóvenes y adultos, hombres y mujeres a quienes sólo cobraba cincuenta céntimos al mes por prestar a cada cual un libro a la semana. Allí descubrí a Dickens y a Baroja, leí a Salgari y a Karl May.
Muchos años después hice una visita a un bibliotequita de un pueblo madrileño. No parecía haber sido muy frecuentada, pero se había hecho cargo recientemente una joven titulada quien había ideado crear un rincón exclusivo para los niños con un trozo de moqueta para sentarlos. Al principio las madres acogieron la idea con simpatía porque les servía de guardería. Tras recoger a sus hijos en el colegio los dejaban allí un rato mientras terminaban de hacer sus compras, pero cuando regresaban a por ellos, no era raro que los niños, intrigados por el
final, pidieran quedarse un ratito más hasta terminar el cuento que estaban leyendo. Durante la espera, las madres curioseaban, cogían algún libro, lo hojeaban y a veces también ellas quedaban prendadas.
Tiempo después me enteré de que la experiencia había dado sus frutos: algunas lectoras eran mujeres que nunca habían leído antes de que una simple moqueta en manos de una joven bibliotecaria les descubriera
otros mundos. Y aún más años después descubrí otro prodigio en un gran hospital de Valencia. La biblioteca de atención al paciente, con la que mitigan las largas esperas y angustias tanto de familiares como de los propios enfermos, fue creada por iniciativa y voluntarismo de una empleada. Con un carrito del supermercado cargado de libros donados, paseándose por las distintas plantas, con largas peregrinaciones y luchas con la administración intentando convencer a burócratas y médicos no siempre abiertos a otras consideraciones, de que el
conocimiento y el placer que proporciona la lectura puede contribuir a la curación, al cabo de los años ha logrado dotar al hospital y sus usuarios de una biblioteca con un servicio de préstamos y unas actividades que le han valido, además del prestigio y admiración de cuantos hemos pasado por ahí, un premio del gremio de libreros en
reconocimiento a su labor en favor del libro.
Evoco ahora estos tres de entre los muchos ejemplos de tesón bibliotecario, al enterarme de que resurge la amenaza del préstamo de pago. Se pretende obligar a las bibliotecas a pagar 20 céntimos por cada libro prestado en concepto de canon para resarcir -eso dicen- a los autores del desgaste del préstamo.
Me quedo confuso y no entiendo nada. En la vida corriente el que paga una suma es porque:
a) obtiene algo a cambio.
b) es objeto de una sanción.
Y yo me pregunto: ¿qué obtiene una biblioteca pública, una vez pagada la adquisición del libro para prestarlo? ¿O es que debe ser multada por cumplir con su misión, que es precisamente ésa, la de prestar libros y fomentar la lectura?
Por otro lado, ¿qué se les desgasta a los autores en la operación? ¿Acaso dejaron de cobrar por el libro?. ¿Se les leerá menos por ser lecturas prestadas?.¿Venderán menos o les servirá de publicidad el préstamo como cuando una fábrica regala muestras de sus productos? Pero, sobre todo: ¿Se quiere fomentar la lectura? ¿Europa prefiere
autores más ricos pero menos leídos? No entiendo a esa Europa mercantil. Personalmente prefiero que me lean y soy yo quien se siente deudor con la labor bibliotecaria en la difusión de mi obra.
Sépanlo quienes, sin preguntarme, pretenden defender mis intereses de autor cargándose a las bibliotecas. He firmado en contra de esa medida en diferentes ocasiones y me uno nuevamente a la campaña.
¡NO AL PRÉSTAMO DE PAGO EN BIBLIOTECAS!

José Luis Sampedro


lunes, 16 de noviembre de 2009

Mayo del 68

París 1968. Miles de estudiantes dan inicio a una gran revolución idealista, recogida en slogans magníficos tales como "Seamos realistas, pidamos lo imposible" o "Levantad los adoquines, debajo está la playa". Lástima que la realidad pudiese, una vez más, con la utopía.


miércoles, 11 de noviembre de 2009

¿Justicia?

¿Es acaso justicia que los jueces estén en la práctica por encima de la Ley? ¿Es justicia que un ciudadano para defender sus derechos tenga que empezar pagando antes de iniciar un pleito? ¿Es justicia que algunos jueces abusen de su autoridad ejerciendo su poder de forma despótica? ¿Es justicia que un juez expulse de la sala a una abogada musulmana por cubrir su cabeza con un pañuelo o a un abogado por no llevar corbata cuando el reglamento no dice nada al respecto? ¿Es justicia que una juez se ría de mí en el juicio de divorcio sin que yo pueda hacer nada? ¿Es justicia que un magistrado condenado por prevaricación pueda volver a incorporarse a su puesto tras cumplir su sanción? Vivimos engañados por la falacia de la justicia independiente, con nuestros derechos pisoteados y lo peor es que no parece que nada vaya a cambiar.

martes, 3 de noviembre de 2009

ALGUNOS HOMBRES BUENOS (artículo de ChopperOn, noviembre 2009)

Hace pocos días falleció un hombre de los que la generalidad denomina como buenos. Un hombre que desde ese mismo momento ocupó su particular hueco en la historia, por más que siempre despreciase el protagonismo que otros exigían para él.

Este hombre, sin nombre en estas líneas para honrar su memoria, fue víctima de sus virtudes y por ellas condenado al destierro incómodo de una jubilación no deseada, como tantos otros casos de lenguas que combinan la decencia con la verdad. Nada nuevo en estos tiempos que nos ha tocado vivir.

Por supuesto, no lo conocí y poco o casi nada supe de él, quizá debido a su inhabitual discreción y a la aversión a los focos que tantos y tantos incapaces anhelan. De lo poco que se conoce sabemos que era un hombre preparado para mantener la mirada ante su propia vista; un hombre de los que respetan la palabra sellada con un apretón de manos, sin necesidad de que medien firmas; un hombre, en definitiva, de honor. ¿Honor? ¡Qué estúpida suena esta palabra cuando se pronuncia ahora en voz alta!

Lejos de importarme su causa o la defensa de sus convicciones, sí quiero rendir un homenaje a este admirable desconocido y a todos los que como él han defendido hasta el final unos valores hoy caducados por su falta de significado. La relevancia de términos tales como el mencionado, junto a otros como respeto, gallardía, valor o dignidad no deberían haber sido tan fácilmente olvidados por una sociedad perezosa, ávida de recursos fáciles y siempre propensa a adorar al becerro dorado de la inconsistencia moral. Se hace necesaria una urgente recuperación de dichos valores para no sucumbir definitivamente a la dejadez que nos abraza con fuertes tentáculos. Es más fácil dejarse llevar por la corriente, es cierto, pero el avance del ser humano ha supuesto mermas importantes en la condición intelectual y en el espíritu universal del bien postergado, así como en el sacrificio de vivir y actuar con nuestro reflejo siempre presente, retando a sostener la mirada individual.

Se le atribuye a W. Churchill la frase "La falla de nuestra época consiste en que sus hombres no quieren ser útiles sino importantes". Hoy su significado encierra la misma verdad –aumentada- que entonces. ¿Hay alguien ahí con la Valentía suficiente de escuchar y asumir estas palabras en su cabeza? Timeo hominem.

Octubre 2009