jueves, 4 de septiembre de 2014

Víctor Romero. Un hombre tranquilo.

Acudo puntual a nuestra cita y compruebo con sorpresa que Víctor Romero, gerente y socio de Makinostra, ya se encuentra sentado a la mesa con una cerveza. Se levanta y me saluda con la misma cordialidad que ha tenido conmigo desde que nos conocemos, hace ya tantos años que no merece la pena recordarlos. Es la primera vez que llega antes que yo a una cita y eso me descoloca un poco, así que me toca recomponerme sin que se note.
La cuestión que se me presenta ante esta charla es saber si detrás de esos ojos claros y la sonrisa cautivadora se esconde un lobo o un cordero. Tantos años tratando con él me imponen la obligación de desprenderme del aprecio que le profeso y situarme en una posición de objetividad desde donde intentar tratar el perfil del personaje, más allá de cualquier consideración subjetiva. Decido que la premisa de partida bien pudiese ser que su imagen de cordero no es más que una ilusión bajo la que se esconde un lobo que sólo ataca si se siente amenazado… o tiene hambre. Al fin y al cabo me encuentro frente a frente con un hombre tremendamente respetado y querido por la MOCO, por más que intente negarlo, cuya opinión tiene un gran peso en decisiones de la compañía. No en vano dirige con mano firme y certero criterio el que pasa por ser uno de los mayores concesionarios oficiales Harley-Davidson en nuestro país, y por ende uno de los más importantes de Europa.
Motorista antiguo y entusiasta. Empresario y entusiasta. Ameno conversador y entusiasta. Pocas veces se tiene la oportunidad de compartir mesa, mantel y charla con alguien que disfruta al máximo de lo que hace sin adjudicarse las ínfulas que distingue a los mediocres del éxito. Es verdad que ambos sabemos lo suficiente del otro como para que el aprecio que sentimos haga más sencilla la comunicación, aunque detecto cierta actitud defensiva al principio que se va relajando a medida que queda claro que no se trata de una entrevista. Tan sólo, le aclaro, quiero descubrir al Romero que hay tras Víctor. O quizá al Víctor que antecede al Romero.
No es fácil sustraerse al encanto del vendedor, del publicitario que ha sido, del lobo que vigila con la serenidad de saber que domina el terreno. Motorista de kilómetros incontables y vividor de experiencias múltiples, se declara entusiasta de la marca de Milwaukee. “Yo, cuando veo a Willy G. me emociono”, reconoce sin ambages. No se trata de un mitómano recalcitrante, sino de un hombre que sabe valorar el esfuerzo, la implicación y la genialidad de otro que ha sido protagonista de un hecho importante. Esa frase resume, a mi entender, la pasión que descubrió gracias a un grupo de amigos harlystas que un día se empeñaron en que probase una de aquellas grandes y robustas motocicletas y le introdujeron un veneno para el que casi nunca existe cura. Fue en aquel momento cuando comenzó a fraguarse en su cabeza la vinculación empresarial –y posteriormente también laboral- con la marca del bar and shield. Era tan fácil como darle un pastel a un niño que lleva un buen rato salivando frente al escaparate. La vida transcurre entre un puñado de sorpresas que a veces consiguen desviar el rumbo trazado, pero no creo que sea el caso que nos ocupa. Al menos me gusta imaginar que el lobo vigilante supo olfatear a la presa adecuada e invirtió sus días en preparar el terreno hasta que se dieron las circunstancias oportunas para lanzar el ataque. He ahí una nueva teoría para un debate posterior, aunque me temo que esa verdad quedará guardada en la caja de los secretos hasta que llegue el momento, si es que llega, de que brote en la memoria.
Harley-Davidson es una de las Love Marks más apreciadas del mundo, y eso ya es decir mucho. Para alguien como Víctor, acostumbrado a manejar marcas de prestigio, debe ser muy gratificante representar y gestionar a la MOCO nada menos que en la capital del reino. “El problema es que cuando trabajas en lo que te apasiona vas perdiendo esa misma pasión”, confiesa. Supongo que hay algo de verdad en sus palabras pero el brillo de su mirada me hace comprender que todavía queda mucha pasión por agotar, puede que demasiada para echarla en falta por el momento. Esto último adivino que supone un plus para él, aún cuando todavía no sea del todo consciente de ello.
No es la pasión lo que puede convertirle en un manso, en un converso sumiso. Nada más alejado de la realidad. A cada temas espinoso, como el tan traído tema del 1HD y la responsabilidad de la marca en la confusión creada, responde lanzando dentelladas en forma de opiniones sobre como debería mejorar la compañía, pero lo hace con elegancia, sin descuidar el territorio donde se asienta su prestigio. Como buen conocedor de la realidad cree firmemente que la crítica es la única opción posible que tiene la MOCO para seguir siendo objeto de culto y admiración en todo el mundo. Su fuerza, él lo sabe, reside en la convicción de sus palabras mezclada con una sonrisa suave que convierte en amable la más feroz de las sentencias. Nada en su boca suena duro, nada en sus gestos resulta amenazador. Interpelado sobre el Proyecto Rushmore, a través del cual la compañía dio voz –y casi podría decirse que voto- a miles de usuarios en todo el mundo, se toma unos breves segundos de respiro para encontrar las palabras adecuadas, aquellas que buscan transmitir la verdad sin molestar a nadie. Se le nota orgulloso al explicarlo, buen conocedor de lo que ha sido un proyecto serio, interesante y exitoso, cuyo resultado ha dado lugar a importantes evoluciones en las motocicletas de Milwaukee, no siempre bien acogidas por los más puristas pero imprescindibles para adaptarse al futuro, al igual que en el pasado tuvo que tomar decisiones impopulares para poder llegar hasta donde está hoy. Víctor lo siente como propio y lo entiende como el camino de una ruta que busca tener un horizonte limpio por delante.

“Para mí Harley-Davidson es como El Quijote. Siempre te divierte cuando lo lees y siempre descubres algo nuevo”. En este momento mis esquemas saltaron por los aires. Estaba preparado para escuchar alguna referencia al realismo trágico, puede que algo de Carpentier, o acaso a la generación perdida, con referencia a Dos Passos o Faulkner, pero fue la obra maestra de la literatura en castellano la elegida para describir un paralelismo en el que no hay medias tintas. A menudo hereje de mi propia cultura, no es la novela de Cervantes una de las que yo recomendaría, lo que me hace merecedor de múltiples acusaciones que asumo, pero sin embargo, soy consciente de que el significado de su frase va más allá de lo evidente. Es cuestión de raza y de señorío. Se trata del derecho que tiene a asumir las características de la MOCO y trasladarlas al espíritu local. ¿Será el tan traído mantra publicitario  think global, act local? Sea como sea, suyo es el derecho a expresarlo como quiera. Se lo ha ganado de sobra. Como también el cariño y el respeto de quienes le conocemos. Y esto también lo sabe.