Hace pocos días falleció un hombre de los que la generalidad denomina como buenos. Un hombre que desde ese mismo momento ocupó su particular hueco en la historia, por más que siempre despreciase el protagonismo que otros exigían para él.
Este hombre, sin nombre en estas líneas para honrar su memoria, fue víctima de sus virtudes y por ellas condenado al destierro incómodo de una jubilación no deseada, como tantos otros casos de lenguas que combinan la decencia con la verdad. Nada nuevo en estos tiempos que nos ha tocado vivir.
Por supuesto, no lo conocí y poco o casi nada supe de él, quizá debido a su inhabitual discreción y a la aversión a los focos que tantos y tantos incapaces anhelan. De lo poco que se conoce sabemos que era un hombre preparado para mantener la mirada ante su propia vista; un hombre de los que respetan la palabra sellada con un apretón de manos, sin necesidad de que medien firmas; un hombre, en definitiva, de honor. ¿Honor? ¡Qué estúpida suena esta palabra cuando se pronuncia ahora en voz alta!
Lejos de importarme su causa o la defensa de sus convicciones, sí quiero rendir un homenaje a este admirable desconocido y a todos los que como él han defendido hasta el final unos valores hoy caducados por su falta de significado. La relevancia de términos tales como el mencionado, junto a otros como respeto, gallardía, valor o dignidad no deberían haber sido tan fácilmente olvidados por una sociedad perezosa, ávida de recursos fáciles y siempre propensa a adorar al becerro dorado de la inconsistencia moral. Se hace necesaria una urgente recuperación de dichos valores para no sucumbir definitivamente a la dejadez que nos abraza con fuertes tentáculos. Es más fácil dejarse llevar por la corriente, es cierto, pero el avance del ser humano ha supuesto mermas importantes en la condición intelectual y en el espíritu universal del bien postergado, así como en el sacrificio de vivir y actuar con nuestro reflejo siempre presente, retando a sostener la mirada individual.
Se le atribuye a W. Churchill la frase "La falla de nuestra época consiste en que sus hombres no quieren ser útiles sino importantes". Hoy su significado encierra la misma verdad –aumentada- que entonces. ¿Hay alguien ahí con la Valentía suficiente de escuchar y asumir estas palabras en su cabeza? Timeo hominem.
Octubre 2009
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