Nada, no hay absolutamente nada peor que la esperanza.
Esquiva y ladrona, hurta nuestros sueños arrebatándonos la sonrisa con tanto sufrimiento fabricada. Al
viento del cambio que iluminó los rostros de millones de españoles, incluso de muchos de
aquellos que se consideraban a sí mismos enemigos de los triunfantes, le ha seguido la
tempestad del desasosiego. El señor Rajoy ha pasado su particular Rubicón con la complicidad de su
corte personal, una guardia de corps en forma de séquito ministerial, impertérrito al alcanzar las mieles
del poder, conteniendo la arrogancia natural del todopoderoso. A él le ha tocado dirigir la
resistencia contra la crisis en espera del ejército tiempo que nos refuerce
en la lucha hacia el único desenlace posible, la victoria. A muchos no tienen por
qué
gustarnos los generales, pero es inevitable aceptar su mando y confiar en que
su buen juicio nos guíe, firmes e inquebrantables, por la senda que conduce al
futuro, aún a
sabiendas de que no está exenta de dificultades, ni sacrificios. La historia nos
demuestra que los grandes líderes han sabido motivar a sus huestes antes de la batalla.
Algunos como Winston Churchill, que pronunció la célebre frase que da título a este artículo y que a su vez tomó del gran Garibaldi, ganó su fama de estadista por su
actitud frente a los grandes momentos con que la historia le desafió. Me vienen a la cabeza un par
de decenas de nombres que como, hizo él, se afanaron en no decepcionar a su pueblo. Eso es lo que
se espera de un líder,
grandeza y altura de miras. No se afronta el combate con mensajes pesimistas,
al contrario. La actitud de quien guía es importante para sus huestes y la arenga debe ser
animosa, reconfortante. Que la cosa está mal ya lo sabemos ¿o es que se cree que no sufrimos todos los días la angustia de la situación? De eso, de sufrimiento, los
motoristas sabemos mucho. No sólo hemos soportado, y soportamos, impuestos exagerados y
peajes abusivos con estoicismo, también nos asolan frecuentes desprecios adivinados en miradas más o menos furtivas y hasta nos
hemos convertido en moneda devaluada que paga con su seguridad - a veces con la
misma vida- la insensatez de los asesinos silenciosos que jalonan nuestras
carreteras. Sabemos que nuestra pasión está sembrada de riesgos en los que ni siquiera pensamos, pero
conocemos bien que de una curva mal trazada no te saca el pánico o que no se debe tocar el
freno de manera brusca en una carretera con gravilla. En ambos casos el salir
indemne depende en gran medida de nuestra capacidad de mantener la sangre fría y la cabeza alerta para
emitir los necesarios mensajes a aquellas partes del cuerpo que deben actuar.
Mirar hacia delante con convicción y determinación, sin titubeos. Luchar a golpe de acelerador hasta la
siguiente escaramuza con el asfalto. Igual que en la vida, luchar. Con la
mirada limpia, con el corazón henchido, con las ganas de vencer, que es lo que toca. No
es hora de inmolarse en la pira del conformismo cuando el enemigo amenaza
nuestra casa. No
hay más remedio,
así que,
Don Mariano, cómprese
una moto, acelere y ¡tire hacia adelante! Quizá así se convenza de cambiar su
discurso actual por el de un líder positivo que comparta un alegato de esperanza y combate
que haga menos duro nuestro pesar e insufle de aliento nuestra voluntad. Así lo espero, por el bien de
todos.