Un buen día, hace un número razonable de años, un chico de León decide comprar una Harley-Davidson sin que medie ninguna otra razón que la simple estética. Un gran amigo tenía una, a él le gustaba el sonido, quizá la línea, y también deseaba tener la suya. Por aquel entonces León no tenía un concesionario oficial de la marca de Milwaukee pero existía uno multimarca que las traía con cuentagotas. El chico fue a verlo y le encargó una, la próxima que llegase, la que fuese, le daba igual. Tuvo que esperar dos meses hasta recibirla y cuando llegó, en lugar de hacer lo que cualquiera de nosotros hubiésemos hecho, que no es otra cosa que subirnos encima, ponerla en marcha rápidamente y acelerar hacia cualquier sitio, él se puso a desmontarla y a cortar lo que a su juicio sobraba, al igual que hacía con los juguetes que le regalaban de pequeño. No era la primera vez que transformaba un moto pero quizá fuese entonces cuando comenzaron a cimentarse las bases para que aquel chico, inquieto y curioso, se convirtiese por derecho propio, y aún sin buscarlo, en punto de referencia de los profesionales y aficionados amantes de la customización en nuestro país.
Hoy, aquel chico está sentado frente a mí después de haber tenido la amabilidad de viajar desde su ciudad de origen para charlar entre amigos. Estamos hablando de Dani Crespo, alma Mater de Devil Inside. A nuestra conversación asisten Nieves, siempre encantadora y discreta, y Adolfo Calles, propietario de Bonneville, quien actúa de apuntador allí donde Dani tiene dudas o confunde las fechas. “El 50% de lo que me ha ocurrido ha sido posible por Adolfo”, declara sin falsa modestia. Y lo que dice parece ser la verdad, según se traduce de las numerosas veces que aparece citado en la charla. Se me ocurre que Adolfo ha actuado un poco de Pepito Grillo en toda esta historia, animando a Dani a ir más allá incluso de sus propias ambiciones. “Yo sólo quería hacer motos para mí, como siempre había hecho”, confiesa con humildad el protagonista, un rasgo difícil de encontrar en alguien que ha llegado tan alto, tan lejos. La constante en sus palabras es la absoluta falta de vanidad, atribuyendo su éxito a una extraña concatenación de factores a las que de algún modo se considera ajeno, lo que le lleva a afirmar: “Yo flipo con todo lo que me ha pasado”.
Sin embargo, este leonés ha llegado a unas cotas tan altas en el panorama internacional que incluso ha tenido el placer de tener a cuatro patas – en el sentido literal- a constructores de la talla mundial como Paul Yaffe o Peter Penz Sonríe al relatarme como ocurrió tal cosa, en el certamen de Padova, la primera vez que decidió foguearse internacionalmente y que supuso su primer espaldarazo internacional. A partir de aquel momento su nombre quedó grabado con letras grandes en el altar del custom más elitista y ascendió al peldaño más elevado, el reservado a los grandes entre los grandes, en Sturgis, cuando el gran Chicara, el hombre que crea “violines”, según comenta Dani sin molestarse en ocultar su admiración, se quedó mudo de asombro ante su creación. Este es quizá su mayor orgullo. “Que le guste tu moto a un tipo que construye unas motos tan especiales es sencillamente alucinante”.
Nada en Dani resulta afectado, al contrario. Su discurso es tan natural y desprovisto de ego que provoca la mayor de las simpatías, lo reconozco. No hay trampa en su mirada franca. La media sonrisa es marca de la casa y sirve para remarcar su argumentación. Con el pelo ensortijado y las dos patillas largas que terminan sin juntarse por debajo de la barbilla parece un duende travieso y burlón. Hace bromas pero con la única intención de hacer sentir bien a quienes le escuchamos con atención. Es su carácter, desdramatizar lo que considera my serio, despojar de solemnidad nuestra conversación porque no tiene intención de sentar cátedra, tan sólo de que el rato que compartamos sea digno de recordar.
Podía haberse dedicado profesionalmente a construir motos pero no ha ansiado elegir ese camino. Trabaja mal bajo presión y, además, el no dedicarse a esto en exclusiva le confiere total libertad para hacer lo que le gusta. Me consta, y así lo confirma, que a más de uno que ha acudido a que le haga una moto le ha aconsejado que se compre una BMW porque las motos que él hace no son para todos los públicos. Necesitan de una forma de ser y de apreciar que limitan su alcance. No es soberbia, es la pura verdad. Una moto con la firma de Devil Inside Cycles no es una moto de serie, es algo que requiere un mimo y saber hacer. Es su privilegio, sin duda. Se lo ha ganado a pulso y no intenta engañar a nadie. Él construye sólo cuando lo que habla con su interlocutor le provoca un cosquilleo interior. Entonces comienza la verdadera conversación y el consiguiente presupuesto que da inicio al proyecto. Porque Dani no lo hace por dinero, si no por el placer de crear algo distinto que dé una forma nueva a un motor, a un chasis… a lo que sea que pueda manipular para crear algo único, irrepetible, de lo que sentirse orgulloso.
Hay en su trabajo mucho del estilo de ver la vida de un enamorado del viento y de las olas que, ante mi sorpresa, declara no ser motorista. Y yo, que le he visto montar en moto y puedo dar testimonio de que conduce con la soltura y la facilidad que distingue a los que tienen un don, no puedo evitar poner cara de asombro ante su afirmación. Le gustan las motos pero no necesariamente la vida en ellas, comenta. Quizá sea el espíritu libre del mar lo que guía su trabajo, prolongación inequívoca de su forma de ser y vivir. Más cerca de ser un beach boy que de un easy rider, Dani encoge los hombros al asentir. Aunque me quedo con ganas de profundizar sobre este tema siento que he dado en el clavo al preguntárselo.
Pesimista ante el panorama nacional, se pone serio cuando argumenta que hacen falta muchos años para ponernos al nivel que encontramos fuera. Déficit de cultura, más que de talento, y una innegable apatía por el desarrollo de nuevas
formas de entender, de sentir y de hacer las motos son las barreras que debemos quebrar si un día queremos que el talento patrio pueda codearse en igualdad con el resto del mundo. Excepciones hay, afortunadamente, pero ninguna como la de aquel chico que, aún siendo ya hombre, se hizo maduro entre las paredes de un garaje donde aprendió a “destruir” para poder construir. Un hombre que prefiere hacer una pausa en su trabajo, en su vida, para buscar nuevas vivencias lejos de sus habituales influencias. Los motivos son suyos, pero no engaña. El fuego que atesora en su interior no está, ni de lejos, cerca de consumirse. Más bien se alimenta cada día de las brasas de la inquietud con las que conforma ese carácter que le llevó a dejarnos a todos con la boca abierta con una moto que debería figurar en un sitio de honor en el mejor museo del mundo: la Quattro. Para él Chicara es el mejor constructor del mundo. Para otro de los constructores nacionales, que goza del mayor de mis respetos, Dani es el más grande de España. Para algunos un auténtico demonio, para otros un ángel. Para todos un creador de “violines”.
He vuelto a releerlo.
ResponderEliminarExcelente texto man.
Grande y autentico Dani tanto como ángel o como demonio
ResponderEliminarHe vuelto a releerlo.
ResponderEliminarExcelente texto man.