Se
me antoja que hay pocos sitios mejores en Madrid para hablar con alguien de la
vieja escuela (old school para los
puristas) que un lugar tan mítico como Alfredo’s,
el restaurante de la que pasa por ser la mejor hamburguesa de la ciudad, con
varias décadas de historia en la memoria y el presente de generaciones de
madrileños. No hay duda de que el sitio acompaña a un hombre con sempiterno
aspecto de rocker que no hace gala de
nada porque desea tan poco reivindicarse como vestirse de oropeles nacidos de
la inconsistencia recalcitrante de aduladores fariseos. Bien podía haber salido
de un vinilo de Robert Gordon o Graham Fenton, sin embargo es de las revistas Cromo
y Fuego, Freeway, Easy Rider (la edición americana) o Automecánica de quien se
manifiesta seguidor. No hay duda de que me encuentro en compañía de un mecánico
de raza, buen conocedor del aroma que compone la mezcla de aceite y grasa.
Luismi
y yo llevamos un buen rato juntos – bien acompañados por Sara y JuanDa- y nos
hemos trasladado hasta aquí desde el bar donde habíamos quedado para evitar camaraderías
incómodas. Una pena porque en su terraza se disfrutaba del sol pre otoñal, tan
agradable como deseado, aunque hay que decir que tampoco hemos salido mal con
el cambio. El chili con carne llega a la mesa y me lanzo a probarlo más de una
vez a pesar de que soy consciente de que me va a sentar como una patada en el
estómago. El picante me destrozará, lo sé, pero es lo que tiene el momento en
el que hay que tomar una decisión rápida: sea la que sea inevitablemente tendrá
consecuencias. Algo así le ocurrió a Luismi hace muchos años cuando tuvo que escoger
entre ir a estudiar
mecánica a Alemania o convertirse en soldado profesional y
hacer carrera en el ejército. Esa elección, fruto de un momento especial
mezclado con algo de rabia, ha marcado, sin duda, la vida de un hombre que
desde adolescente demostró un talento innato para la mecánica, lo que le llevó
a ser el encargado de arreglar las motos que había en la pandilla. Hoy me
confiesa que si volviese a tener la oportunidad de decidir hubiese emprendido
el camino del ejército. Ante mi extrañeza inicial me mira y desde lo más
profundo de su mirada puntualiza: “Tal y como están las cosas no merece la pena
dedicarse a esto”. Esto, lo de la mecánica, supone casi una heroicidad en un
país pacato e ignorante del esfuerzo que significa mantener una moto en
perfectas condiciones o, lo que es más importante, hacer motos que tienen 40 o
50 años y que sigan funcionando a la perfección sin nada que envidiar a las
modernas. Aquí interesa más la moda que el estilo, el dinero que el talento,
algo que supone una constante con la que me encuentro en muchas de las facetas
de mi actividad profesional y que veo reflejada en casi todos los sectores a
los que me asomo. A todo ello hay que sumar el desbarajuste creado por un
reglamento absurdo e interesado que prácticamente imposibilita a cualquiera el
tener una moto a su gusto y que ha traído, si no la ruina, sí la pobreza a
muchos talleres del custom. Da pena ver que gente que se ha dejado las uñas
durante años lo esté pasando tan mal como para replantearse su situación. Por
fortuna, La Cabeza Motorcycles es un taller reputado con una buena cartera de
clientes, tiene trabajo y somos muchos los que sentiríamos si un día llegase su
desaparición pero es innegable que los tiempos han ido hacia atrás obligando a
los talleres a buscar un sitio donde establecerse en el grave desconcierto
actual. A La Cabeza Motorcycles, o lo que es lo mismo, a Luismi, le cabe el
honor de ser constantemente buscado por quienes necesitan un especialista en el
motor Shovelhead, tan codiciado por los amantes expertos de las Harley-
Davidson, y de haber construido algunas de las motos más bonitas que circulan
orgullosas por las carreteras levantando exclamaciones de asombro, como es el
caso de Shovelvia, la envidia de concentraciones y los lugares por donde
aparece. Una preciosidad construida mimando los detalles, poniendo el corazón
en cada paso y volcando el mismo amor que siente hacia su propietaria, Sara,
mujer de raza y culpable en gran medida de que esa media sonrisa que adorna el
rostro del mecánico permanezca perenne.
Haberse
especializado en la mecánica de una de las joyas creadas por la MOCO es
indicativo de su forma de ser y de conducirse por la vida y por su profesión.
Hablamos de un hombre entusiasta por aprender – “Cuando compré mi primer Shovel
lo primero que hice fue desarmarlo para poder conocerlo a fondo. Quería saber
como funcionaba y así me enamoré de él”-, cautivado por lo que hace, que se
apasiona ante los retos difíciles y cabila en silencio mientras su interlocutor
espera inútilmente un veredicto. Luismi piensa a la misma velocidad que calla,
algo poco habitual en un mundo de charlatanes y gurús. Extraña que un hombre
tan pausado haya sido entrenado en el exigente cuerpo de los boinas verdes, los
populares COES. Se podía pensar que sigue a rajatabla uno de los lemas de los
guerrilleros: sé parco
en palabras, que los hechos hablen por ti. Pero puede que sencillamente se deba
a que nació con el temple de un resistente. No he conocido a nadie que me haya
hablado mal de él y eso suele ser signo inequívoco de que el hombre supera al
personaje. Luismi no va de nada que no sea él mismo, despreocupado de cualquier
consideración ajena. Se le quiere o se le respeta. O ambas cosas, que suele ser
lo común. Muchos de nosotros celebramos que un día decidiese cambiar la pistola
por la llave inglesa, el subfusil por el torno y el cuchillo por el
destornillador. El ejército perdió a un buen soldado pero los harlystas ganamos
un excelente mecánico. Y los motoristas, un gran compañero.
Buen articulo, no lo conozco casi , nos presentaron en Castellón hará tres años, y me parecieron , ya que estaba con su mujer una pareja agradable, pero decidida en qué hacer como y cuando, después supe quién era y a que se dedicaba, espero siga haciéndonos disfrutar con sus trabajos.
ResponderEliminarLebowski.
Un magnifico semblante, man. Preciosas palabras.
ResponderEliminarEstupendo perfil de un estupendo amigo y mecánico.
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