miércoles, 22 de abril de 2009

León en HD-4ª parte

Muy señor mío, sin embargo amigo grande y respetado rival menor; pero, ¿de qué salida se hace aplaudidor y qué laberinto menciona? Por otra parte, ¿quién no lee a quién, sino sesgada y diagonalmente desde el principio, ya con aquel recurso melifluo del sofismo?

No soy yo quien tiene que poner fin a esta cuestión, sino su señoría retomando su impulso creativo y rehaciendolo de manera que mi cerdito no siga sufriendo descalabros y menosprecios de quien se dice aficionado a la marca que significa, por mor de su grandilocuente discurso y el espúreo recurso de agradar a cienes a costa de pisar un callo -entiéndase el callo como figura poética del de Labra, si es que alguien más pudiera ponerle rima a semejante-. Y punto en boca, que luego siempre sale el señor con retórica atravesada y circundante del asunto en sí, con sus soflamas acabadas en -ismos, que dan mucha culturilla, sí, pero poca enjundia al problema causado en su totalidad por el señor.

En verdad, señor, no he leído más razón de peso en sus misivas que su negativa permanente, carente por sí misma de razón por ser portadora natural de una razón cualquiera. Todo lo más, como dice el señor, juntar palabras para ir rodeando y alargando una cuestión tan simple como incrustar una corrección en un texto muchísimo antes de pasarlo a imprenta. Para ello no pueden ser necesarios chuflos, carretas, puntas en blanco y ramonesgarcía; fantoches de colorido uniforme, militares laureados ni catedráticos soberbios; autores consagrados, puteros poetastros y docena y media de señoritas de magnífico ver; no, señor, tan sólo se precisa de su amable y servicial cariz, compungido ante la pena que desluce al cerdito, el pobre, vapuleado por la propaganda consumista del primer mundo capitalista, devorador de espíritus gentiles, demoledor ante el desamparo del menos recurrido.

Y va Vd y, encima, se vanagloria, se permite aconsejar dónde y cómo hay que dejar al cerdito y su circunstancia. Circunstancia que Vd, ladinamente, ha alterado de manera procaz. Que es insensato por la parte que me toca reivindicar este lamentable atentado contra el derecho del desprotegido y del necesitado, pues tal vez, pero sólo entre los de su pensamiento. Los seres vivientes, conscientes de su propia identidad y de su papel en la naturaleza que nos ha creado y nos cobija, sabemos lo que la palabra depredador significa, incluso cuando se emplea para menoscabo de los derechos inalienables de un ser existente, sea de lo que sea que esté conformado.

Pues, ¿no se dice por algún parlamento legislativo que los simios ya deben ser portadores de derechos civiles? ¡Concuerdo con la totalidad! Pero, más allá, aparece la similitud con el resto de seres que pueblan el planeta y que, obviamente, también son merecedores de semejante consideración por la parte que nos toca. Sin embargo de esta dicha que la nueva trae, me complace vislumbrar en la lontananza de la ética humana trazos que conducen a la aceptación y aprobación de sendos derechos para cualquier elemento originado en el propio planeta o fruto de él que sugiera semejanza, similitud o paralelismo aplicados a cualquier ser que desprenda signo de vida. Es, señor, el epítome del alma del ser humano, especie dominante de la Tierra, en su vertiente espiritual plena de generosidad y virtuosa.

¿Cómo se queda el señor? ¿Con más rock'n'roll, princés? ¿A que sí? Pues avéngase y sitúe esa corrección, sino por quien la solicita, por la masa material de la Tierra, en su beneficio. Y quede el señor como el intelecto más iluminado de entre los profetas, los visionarios, los autores alumbrados por señal divina. Y que los dioses, el Thorete incluido, sean con el señor.

Por no cansarle con énfasis Kultureta, permítaseme una brevedad que estimo viene al caso y ya acabo:

Grandes y Leyes

E aunque el proverbio cuenta
que las leyes allí van
do quieren Reyes,
dígole esta vez que miente
ca do los Grandes están
se fan las leyes.
(Bachiller Álvar Gómez de Ciudad Real, Señor de Pioz y de Atanzón, 1488-1538)

Por cierto de la invitación, dado que la ha pospuesto ya en dos ocasiones, le corresponde citarme y, perdida la vez, perdida la cuenta, la siguiente corre por la suya. Lo que le agradeceré muchísimo.

Lo dicho, con los dioses.

Post Scriptvm: La melodía que me regala está incompleta, y el texto que se refiere como de ella no dice Te TeTe, Tetereté. A decir verdad, viene a interpretarse como Ta Ra Rí, Que Te Ví, a lo que yo añadiría sin recato, Salao.
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Queridísimo Don Luís.

Celebro que hay conseguido encontrar la salida al particular laberinto de despropósitos en los que se había metido y aplaudo sinceramente que lo haya conseguido antes de que el Minotauro de la locura haya apresado definitivamente su intelecto, tan debilitado de por sí.

Exige el porcino reclamante que le de motivos -¡más!- por los que no atiendo la bellaca propuesta de su autoría en un día de nublada razón, seguramente. ¡Por Thor! ¿Es que usted no se ha leído ninguna de mis misivas anteriores? ¿O es que lee pero no comprende los signos que aparecen ante sus ojos? Desde el principio fui dando buena cuenta de los argumentos, debidamente pausados y razonados, para rechazar su insensatez. ¿Acaso su ilustrísima quedose ciego, además de sordo? Recupere Don Luís correspondencias anteriores que alimenten su buen juicio, aunque si precisa seguir haciendo de su capa un sayo... es cosa suya, faltaba más.

El cerdito de marras déjelo donde está, que está muy bien; a su lado, como fiel escudero de tan gran señor. Y déjenos a los demás utilizar el masculino para nuestras cerdas, que así se evitarán confusiones con las doñas respectivas, quien las tuviere. Al fin y al cabo así fueron bautizadas años ha y todos los que en ellos hemos recalado tenemos el derecho de usar el término marrano referido a nuestras monturas, como así hacemos sin afán de molestar. Usted también, por supuesto, a su libre albedrío.

Correspondiendo vivamente a la generosidad mostrada por hacerme partícipe de los versos de inJUSTICIA, y visto que la bossa le cuadra en alguna medida, le envío un fragmento que el gran Jorge Ben escribió para ilustrar uno de los temas más conocidos de la música brasileira. Sus sabias palabras – mejor que las mías, por supuesto- esconden la única respuesta posible a su descabellada reclamaçao, con permiso del bachiller Labra:

Te TeTe, Tetereté
Te TeTe, Tetereté
Te TeTe, Tetereté
Te Te...

Te TeTe, Tetereté
Te TeTe, Tetereté
Te TeeTe, Tetereté
Te Te...

Te TeTe, Tetereté
Te TeTe, Tetereté
Te TeTe, Tetereté
Te Te...

Puede usted poner el archivo musical que adjunto, le ayudará a comprender en su plenitud el significado de tan sabias palabras.
Esperando que lo disfrute y deseando verle siempre feliz, se despide su humilde servidor deseándole una feliz jornada llena de propósitos encomiables y proponiendo dejar el encuentro prometido para después del puente de mayo, si le place.


El 21/4/09 10:01, Luis C escribió:

Querido amigo y merecedor de todo bien, lamento enormemente leer su anterior inmediata por cuanto dispone su rumbo hacia la catástrofe de la tozudez. Así de simple.

Me es ingrato, al mismo tiempo, andar en cuitas con citas de personajes del mismo cariz profesional y político, tan del gusto de nuestros compatriotas a la hora de la tele, pero vacíos de significado y carentes de ayuda efectiva en lo que nos ha movido a esta lid: bien se podría citar a insignes sabios y hombres de cultura, aparte de los citados del Siglo de Oro y en otros campos afines y científicos, que dieran luces nuevas a esta procupación acerca del mal con el que Vd aqueja a mi cerdito aletero -su compañero en la naturaleza, no se olvide-. Aunque la ingratitud que experimento sobre los citados no es en sí misma por los propios personajes, sino por cuanto Vd no hace sino despejar lances certeros a base de la consabida palabrería negando la razón que me apoya por el sencillo hecho de ser propietario, causabiente y responsable de la figura de material mineral aleado de referencia.

Seguido de ese pensamiento, ya digo, emanado de la sencillez pura, le pregunto y espero su respuesta por las razones que impiden que Vd se digne rectificar el texto en el cual utilizó el vocablo cerdo aplicado a máquinas y hombres, evitando incluir al único y genuino asistente merecedor de tal nombre en justicia y no figurada y arteramente para otros fines groseros.

Me hincha de angustia mi maltrecha bolsa abdominal la curiosidad de conocer los porqués -si fuesen así, en plural- de su reiterada negativa, excepto en lo sofista, de aceptar como cierta la reclamación y la base que la construye sobre sí misma en cada réplica.

Me inquieta sobremanera la manera dadaista en la que monta y desmonta alternativa y sucesivamente cada uno de sus argumentos rodeantes, cual tribu de pieles rojas incómodos por cuanto su hábitat ha sido alterado por ojos blancos en su infatigable búsqueda de El Dorado, mito común a toda civilización una vez ha inventado el papel moneda y realizan que se destruye si se lava; retomando: argumentos en su magín dadaista, pero de sincero indadismo -ni hablar de dandismo- en su faceta de generosidad -juego de conceptos basado en un quítame allá esa letra, tan popular en los primeros años de educación escolar.

No es menor el prurito que me impide cuestionar el personalismo que noto en todas y cada una de sus respuestas, señor, al negar la mayor aun percibiendo claras muestras de la fatiga del combatiente poco avezado, menos veterano, por incluir una incorrección semántica que suavice el concepto que se pretende revelar; retomando: respuesta plenas de epítetos ajenos a la cuestión, ajenos al cerdito y versados especialmente en mi persona, de manera más o menos ingeniosa. Concluyo el párrafo manifestando que me honra y me solaza Vd con esa emisión, por poco ocurrente que pueda resultar, aplicando su atencíon con tanto rigor y firmeza, pero lamentando día sí y día también que no se centre y ponga solución con el mismo rigor y firmeza a lo que se solicitó.

Por último y para que conste y no se base en esta argumentación nuevamente, le insisto en que debe Vd poner remedio eficaz al uso fraudulento en su significado y acepción elegida del término vocabulario cerdo en lo que se refiere al cartel publicitario de la reunión denominada secularmente León en H-D, por las razones adjuntas a lo largo de todos y cada uno de los recados que le han sido enviados y que, cortes mas cabezonamente, se niega a rehabilitar.

Le ruego, finalmente, dos cosas: a/tenga a bien indicar fecha para que pueda hacer efectiva la invitación debida y b/note cómo el universo de la confusión que le ofrecí tiene, como no podía ser de otra manera, antídoto eficaz que todo maestro de armas debe conocer y aplicar.

No parezca mi enojo que existe, pero sí figure mi ánimo dichoso, sírvase de esta rima pobre para mayor esplendor de su espíritu que le dedica don Bartolomé Leonardo de Argensola:

JUSTICIA

Dime, Padre común, pues eres justo:
¿Por qué ha de permitir tu providencia
que, arrastrando prisiones la inocencia,
suba la fraude a tribunal augusto?
¿Quién da fuerzas al brazo que, robusto,
hace a tus leyes firme resistencia,
y que el celo que más la reverencia,
gima a los pies del vencedor injusto?
Vemos que vibran victoriosas palmas
manos inicuas, la virtud gimiendo
del triunfo en el injusto regocijo...
Esto decía yo, cuando, riendo,
celestial ninfa apareció, y me dijo:
¡Ciego! ¿Es la tierra el centro de las almas?

Y para amenizar su lectura y la comprensión que debe emanar, sírvase también de escuchar la pieza inclusa, el clásico de la bossa O Pato, esta vez interpretado magistralmente por Natalia Lafourcade, un compendio de simpatía.

Le reitero el placer inenarrable e inconfundible alborozo que me produce su amistad y su lectura, señor.


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Muy queridísimo oponente.
No es el silencio manifestado causa de otra cosa que no sea la incapacidad física de dar a nuestro duelo la importancia que se merece.
Uno no siempre puede dedicar el tiempo que desea a lo que le hace feliz y eso conlleva, a veces, un silencio pausado que no debe interpretarse como norma de abandono, que no lo es, sino de espera prudente hasta tiempos mejores.
Agradezco la semblanza que usted hace del ilustre tuerto, rey en el país de los ciegos de la cultura. Siempre es bueno aprender de su inagotable fuente de sabiduría. No era mi propósito descalificar al señor Millán más que en el hecho exacto y preciso de la imbecilidad de aquel momento, por lo que el tema no da para más, que nunca es oportuno dedicar más tiempo del necesario a un imbécil.
No puedo recordar en qué momento aludí al dadaísmo, que no dandismo ni dadismo, como dice usted (seguramente boicoteado, como yo, por alguna malévola tecla del ordenador), pero en cualquier caso, seguro que me referí a esa corriente creadora y librepensadora, sinónimo del absurdo en multitud de casos, adoradora de Dadá.
Ahora bien, veo que ha dejado de soslayo el tema principal de esa cuestión absurda que usted defiende, ¿será porque al fin ha comprendido usted que no hay caso?
Celebro que haya entrado en razón por mor de lo que fuera o fuese y que dedique su tiempo y las andanadas maliciosas que me dirige hacia otros menesteres, más por razones de intentar salvaguardar la honra tan cuestionada en este foro como su buen sentido que por compartir conocimientos con la plebe. Aún así, lo dicho, celebro su nueva postura y aplaudo su empeño obstrucionista en llevar la confusión para salir airoso del desenlace absurdo en el que usted mismo se ha metido, perdóneme el símil, de hocico hasta los corces.
Hágase, pues, su voluntad y cedo el terreno libre para que abandone la batalla en la injusta vindicación iniciática de este contencioso.
No hay más cerdo que el que gruñe y usted, permítame una vez más, morro tiene y de sobra, pero hocico, poco, y su onomatopéyica prosa es más propia de un pollino que de cerdo, gochu, verraco o verrón.
Es posible que el tiempo empleado en el mar haya causado en usted el mal conocido como mal de peces, derivado hacia estar pez, o sea la enfermedad del besugo. ¿Es así? No se preocupe porque de ésta se sale con sentido común, lectura variada e intensa y un poquito de paciencia y raciocinio, aspectos todos en los que me encuentro dispuesto a prestarle la ayuda necesaria para no seguir en el camino andado hasta ahora, vulgarmente conocido como camino de Millán (Astray, por supuesto). Saque usted sus propias conclusiones sobre este último comentario, hecho por otra parte con la piedad que me mueve hacia los aquejados de esa enfermedad.
Quedo a su consideración y, por supuesto, a que se rasque el bolsillo de una cochina vez.

El 18/4/09 13:04, Luis C escribió:

Muy señor mío, estimado amigo, honorable adversario, seguro perdedor, penitente incontestable; a la vista de su silencio, muy respetable, y sin engañarle respecto de la paciencia que me es de nacimiento, he tenido el placer de acudir a varios autores coetaneos del general Millán Astray y revisionistas actuales del dandismo, citado perversamente por Vd. y refutado erróneamente por el suscribiente, en los términos fijos que obran en anteriores recados. Ello motivado por cierta inquietud que barruntó su presencia en mi magín más interior cuando me dispuse a responder al suyo insolente. Reconozco, no obstante, mi prisa por ponerle en el lugar que le corresponde y que Vd., de espíritu mentecato y obtuso, se empeña en abandonar constantemente.

Llevado del prurito de la exactitud relativa siempre que debe adornar cualquier cita histórica a las que Vd. es tan aficionado a la par que poco investigador, he encontrado multitud de referencias acerca del suceso que protagonizaron don Miguel de Unamuno y don José Millán Astray, las menos tan tergiversadas y manipuladas como se digna ofrecernos de su puño y letra -ya se nota la influencia del Hugo de Labra en su pluma reciente, dicho sea esto sin segundas intenciones-. En virtud de no aburrirle ni abrumarle con referencias de autores, obras y sus páginas, permítame darle tan sólo unas pinceladas al respecto. De todas maneras, abundo en manifestarle que este interludio que le ofrezco no desestima en absoluto la certeza de que se avendrá a dar satisfación a la demanda de mi cerdito, que nos conocemos y rápidamente pretenderá irse por los cerros de Úbeda, como el moro aquel, enfocando las bondades de las huríes de la Alhambra -las más, rubias y cristianas entradas en carnes, como entonces gustaba- y mostrando vergonzoso dorso a las majestades católicas.

Seguramente, nadie diría en los tiempos que corren, que Millán Astray, fundador de la Legión, fue un modelo de dandy desgarrado y castizo. Precisamente de él nos ha llegado la imagen distorsionada y propagandística de un militar de limitada preparación, bravucón e irreflexivo. Nada más lejos de la realidad. Millán Astray era un bohemio del patriotismo y del heroísmo, a quien le venían de familia su agudeza, su fantasía creadora y sus profundas dotes de psicólogo, favorecidas por la profesión de su padre -jefe de prisiones de Madrid, poeta, articulista y autor de libretos de zarzuela- y la de su hermana Pilar, ilustre novelista y comediógrafa. El general fue conferenciante pródigo y admirado en España, Francia, Italia e Hispanoamérica, donde su palabra encendía los ánimos con figuras retóricas hirientes, crudas, sin embargo llenas de vida y verso. En 1897, sobre una idea nacida a su vuelta de la experiencia filipina, había creado una Legión llena de paradojas y contradictoria de su misma esencia, como Unamuno; de descarnado realismo celtibérico, como Baroja; de sobriedad de frase, como Azorín; de desenfado y aventura, como Valle-Inclán; de poesía solanesca más que machadiana; pero, sobre todo, de alto idealismo senequista, de amor a su patria y a la muerte como perfecta superación espiritual, siendo un energúmeno y ruidoso intelectual, pese a que intentara disimularlo con simplistas imágenes románticas, muy apropiadas para desertores del hampa a los que convertiría en caballeros. Ahí es nada. Su admiración por el Japón medieval le llevó a traducir el código del honor samurái, el Bushido, que inspiró su Credo Legionario, modelo de una prosa escueta donde aparecen la precisión militar y la concisión literaria. Caballero lazarista, fue fiel a la Orden benéfica, tan denostada en nuestro país, hasta el último aliento. Le tengo por un epicúreo transmutado en asceta. La vida del general es un ejemplo constante de esta contradicción tan refinada. Su enfrentamiento con Unamuno, manoseado y manipulado hasta la naúsea, es paradójicamente, lo más unamunaniano que darse puede. El grito de ¡Viva la muerte! parece sacado de las páginas del Sentimiento trágico de la vida del vasco. Todo en Millán Astray es exceso y pasión. Extremadamente querido por las clases populares, para su atuendo civil se inspiró en ellas, adoptando en ocasiones la parpusa o gorra de chulapo, el pañuelo al cuello y la zamarra con cuello de piel, a las que le dio un aire mundano inconfundible. Siempre impecablemente vestido, era frecuente verle pasear con canotier y bastón, el monóculo ahumado que disimulaba el tiro en el ojo y el guante de manopla sabiamente arrugado en la bocamanga de su único brazo. La capa adquiría en él, aires de otros tiempos. También el Tercio en su peculiar uniformidad se vio influido por su fuerte personalidad, porque fue el propio Millán Astray quien redactó los primeros reglamentos siguiendo los dictados de un dandismo sublimado al paroxismo de lo místico y enfocado a lo militar. En ningún caso un ejemplo aislado: hay decenas de cuerpos y unidades en el mundo vestidas por sus jefes según su peculiar sentido.

Quizá le lleve a la duda el concepto de dandismo que empleo en el personaje. Estaré encantado de satisfacer con brevedad su curiosidad en los siguientes renglones.

El dandy es un rebelde y un ser único. Tiene un halo romántico y su atuendo es antes sorprendente que exagerado. Por decirlo de alguna forma, el dandy es un insurrecto por convencimiento intelectual, que termina por distinguirse de los demás casi sin quererlo. Al dandy le hacen sus actitudes irreductibles, su personalísima indumentaria, sus maniáticos gustos. Un dandy jamás sacrifica su opinión por seguir la moda o por interés. Un dandy es el que hace la moda y la impone. Nunca se pondría unas Prince Albert' slippers con un esmoquin convencional, todo lo más, las llevaría con uno de terciopelo, para sorprendernos con un lazo de un color o una seda impactante. Un dandy, en mi opinión, claro, es un artista de sí mismo. A menudo se confunde dandy con elegante. El simple elegante nunca es agresivo. La elegancia no es un sentimiento ni una manera de ser, ni menos una disidencia. El dandismo en general, sería una búsqueda de la excelencia, una autodisciplina exigente y extremadamente rigurosa con respecto a la apariencia. Tiene algo que ver con la elegancia y con la cortesía, pero vulnera ambos conceptos. Los dandis conocen perfectamente las normas de urbanidad, el código inflexible del buen vestir y el saber estar. Pero las quebrantan por coherencia con su sentido de la vida y la belleza. Gustan de la provocación contra las convenciones burguesas porque les repugnan.

¿O era que Vd citaba el dadismo -sin n- como corriente artística en vez de como refiero? Ilústreme, entonces, haga el favor.

Su siempre affmo.,


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