Permítame, amigo Luís, que la brevedad sea seña en ésta, mi respuesta. Desafortunadamente el día se ha despertado con infinidad de problemas que requieren toda mi atención y hacen inviable dedicarle a usted toda la atención que se merece. Confío en que sabrá disculparme.
Ahora bien, no puedo dejar escapar la ocasión de demostrar mi profunda estupefacción por su continuo vaivén argumental: ora voy, ora me retiro, ora voy, ora me retiro... Parece guiado por la marea de ese océano que tanto gusta de recorrer cual grumete aventajado en busca de su particular cachalote. Entiéndame bien, no es que le reproche su gusto- ¡líbreme el Altísimo de pecado tan vil! - no es eso, es sólo reiterar que su actitud demuestra una vez más la inconsistencia de su argumento principal, si es que usted lo recuerda todavía.
No hay caso, como le he dicho en más de una ocasión, que justifique su reclamación, irritante por más de injusta. Me permito indicarle que acaso su reivindicación deba ir por otros derroteros, ¿acaso por solicitar un reconocimiento justo en forma de diploma y, por qué no, estipendio acorde como anuncio móvil de cualquier marca de derivados del augusto porcino? Navidul, por ejemplo. De ese modo se equipararía su ilustre ser con el de otro animal (dicho sea el término con el mayor de los respetos) escénico, como es Bertín Osborne, por citar un ejemplo. Usted y Don Bertín podrían formar una gran pareja inmortal, se me antoja. Algo así como El Gordo y El Flaco, Tip y Coll, Jeckill y Hide u Ortega y Gasset (provocación, siempre provocación)...
Piénselo y derive usted sus esfuerzos hacia caminos más interesantes, querido amigo, que aquí no encontrará reparación alguna a lo que no ha sido roto en modo alguno.
Me despido no sin antes felicitarle por sus jocosas anécdotas, las cuales le animo a proseguir, y aceptando de buen grado su propuesta de libación con pinchito al lado, proponiendo, eso sí, dejarlo hasta pasadas estas fechas cristianas de recogimiento y devoción.
Como favor personal le ruego alce por mí un brindis por su genial tatarabuelo, personaje que se sentiría orgulloso de ver que su descendencia no ha perdido ni un ápice del orgullo y la determinación familiar.
Lamento no incluir ningún verso del bachiller Hugo Labra pero no me ha llegado ninguno, por lo que me inclino a pensar que su mente se encuentra nublada por los vapores de la sidra.
Siempre a su servicio.
El 31/3/09 16:47, "Luis C"
Mi estupefacto y dilecto amigo, me lee usted mal, muy mal. Mecachis en diez. Me fastidia sobremanera notar que no me presta la ponderada atención que yo mismo aplico a sus recados, por grotescos que puedan resultar, como de costumbre resultan.
Ya en el prólogo del discurso último estimo lo que sigue como tregua que diera solaz a su alma afligida, advierto en igual sentido a lo largo del todo y culmino reivindicando de nuevo el motvs liderandvm que origina esta sarta. No equivoque el señor de ese modo tan futil el sentido magno de lo remitido. En resumen, no se comporte como su amigo querido Hugo de Labra, el asturlúdico paseante de pluma ligera, y ponga atención, bien sea y por una sola vez, empleado el esfuerzo que desacostumbra.
En lado alguno pone que me rinda en modo alguno: es más, incluyo en mi amable despedida recordatorio efectivo de la archisabida reclamación.
Bien, detalles aparte, me alegra muchísimo haber provocado instantes de regocijo en su alma, querido contendiente, porque mi ánimo no era diferente que el de confortar con mi proverbial buen espíritu el alma torturada que le posee, alma cuyo dominio se halla lejos de mi alcance, afortunadamente, pero que deploro notar en su actual estado de confusión.
Decía mi tatarabuelo que siempre hay que velar por el enemigo, que un enemigo en buenas condiciones es un regalo de los hados. Muy mucho más preferible a un zote torpón dando garrotazos a diestro y siniestro, sin rumbo ni razón; a pesar de ser mucho más fácil su derrota inmediata y su eliminación respecto de su peligro potencial. No es su caso, respetado adversario, porque le adornan virtudes aptas para una lid en buena hora y acondicionada de recursos admirables. Por ello, mi tatarabuelo, montañés desde antiguo, siempre brindaba por el enemigo con el siguiente redicho:
¡Por el enemigo! ¡Confusión, siempre confusión!
Por lo dicho y celebrando aun su jolgorio personal, descarto rotundamente cualquier signo de dejadez en mi principal por la presente. Quede ello bien de claro para hipotéticas tentaciones de claudicación adjudicadas a este abajofirmante.
Esto me recuerda que mi abuelo, paisano cercano del de Labra, monte arriba, monte abajo, y sin parentesco más que geográfico con el tatarabuelo citado, decía que el arte de ser un caballero es saber cuándo hay que dejar de serlo. Por ello, en una ocasión en la que le fue servido un filete extrmadamente difícil de cortar, exclamó: ¡Ah, conque te resistes al arma blanca! y procedió sin más dilación a descerrajarle sendos tiros de su arma reglamentaria.
Mi estimado amigo, sirvan las moralejas contenidas, mas veladas, en este par de anécdotas familiares para despejar cualquier duda hacia qué norte arrimo mi proa y qué escollos serán capaces de sortear mis recursos.
Quedo, pues, a la espera de que se digne de una santa y definitiva vez a remediar las cuitas de mi cerdito aletero en los términos solicitados desde la primera comunicación, sin obrar de por medio más dilaciones ni entresijos rimados.
Entre tanto, convoco a mi oponente a otra sesión de libaciones con pinchito típico de la tierra en cuanto él quiera y donde él quiera, a mi cargo faltaba más.
Fer, tron,
ResponderEliminarqué bien escribes!
Veo, sin embargo, que no me tienes en tu lista
Apunta, anda: aaaaarte.com
Abrazazo
David García