Dar las gracias es poco. En este mismo momento me bajo a la Pulchra Leonina y me gasto 20 leuros en velas a San Judas Tadeo, patrón de los Imposibles, porque desde luego que el final de esta diatriba lo parecía.
No me duelen los 20 eurazos en velas, porque a los duelistas les espera a su llegada a León una legal y justificada reclamación económica basada en:
-El tiempo de conexión a la Internete necesario para descargarse estos tomos, asín como el necesario para consultar en la Wikipedia todos los raros palabros que se han escrito.
-El tiempo empleado en la lectura y comprensión de semejantes soflafoyeces, que en mi caso asciende a una cantidad elevada, ya que mi hora de trabajo la facturo a precio de taller de HD, como poco.
-Los gastos farmaceuticos en colirios, aspirinas, desodorante y gomina. (esto último por los sudores y el mesado de cabellos).
-5 consultas al psicologo y una al psiquiatra derivadas del desorden mental al que me habeis llevado, en especial el buen amigo Cevallos, que ha demostrado no haber curado de algún pelotazo en la cabeza en su niñez.
-El gasto de reposición del fosforo de mi monitor, que, os comunico es en colores y de tamaño considerable.
Así pues, estimados amigos, os espero en mi tierra con las letradas especialistas en estos arreglos.
Besos mil y Saludos
F Holguera
Un cuaderno de viaje por la ruta de la vida con la única pretensión de compartir lo que pienso, lo que me gusta, lo que me ocurre, lo que siento... Aprender cada día algo con los ojos bien abiertos.
jueves, 30 de abril de 2009
León 6º asalto
Querido ex rival y siempre amigo.
Celebro su gentil retirada del debate y reclamación conllevante; más vale tarde que nunca y, como dije en un mensaje anterior, no será el menda quien niegue puente de plata al adversario que se retira, menos aún si lo hace con la elegancia de un caballero a lo Gracián.
Estupenda disertación sobre el dandismo, escondiendo término y concepto inteligentemente frente a la aseveración de dadaísta con la que calificaba yo su actitud. Le felicito, repito sin que me duelan prendas, por su última misiva de oink, aunque espero retomarle y leerle en un mañana. Y no se disculpe, se lo ruego, por escribir doble misiva cuando la segunda es tan espléndida como ésta.
Ahora bien, dejando los cumplidos, merecidísimos por otra parte, conviene de una vez por todas finiquitar nuestras cuitas para que puedan permanecer eternamente encerradas en la pocilga de lo absurdo. Y en este punto debo dejar claro que confunde usted admiración con reconocimiento, algo demasiado frecuente en su argumentación vacua. En numerosas ocasiones ha mostrado usted una actitud propia del maledicente Uriah Heep, aquel horrible y mísero empleado que aparecía en la novela David Copperfield mostrando toda su impudicia ante la candidez de la veracidad que el buen niño David encarnaba ( y que, por cierto, inspiraron nombre a la banda de rock británica que compuso el tema que le adjunto para su solaz y el de los menesterosos que nos siguen). Algo impropio del buen juicio que le he conocido siempre pero que perdono y olvido por, ya lo he comentado en anteriores parlamentos, deberse seguramente influenciado a sus constantes devaneos mentales con Onán.
Durante todo este tiempo ha intentado, señor mío, comprar la verdad al peso de las palabras - y con gran éxito debo decir, como así me ha hecho saber alguno de los invitados silenciosos- y ha batallado lo indefendible con la dialéctica de la confusión, manteniéndolas con gallardía y tesón, consiguiendo disfrazar sus auténticas intenciones gracias al verbo enrevesado y entreverado de giros al más puro estilo marxista de Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros. Pero la verdad, querido amigo, termina por resplandecer porque “...la verdad no se puede exagerar. En la verdad no puede haber matices. En la semi-verdad o en la mentira, muchos”, como dijo Pío Baroja. Y la verdad puede eclipsarse momentáneamente pero no extinguirse.
Lo que usted ha estado reclamando, y aún amenaza con hacer en el futuro bajo el supuesto amparo de la justicia en la reparación exigida, más que absurdo es injusto. Y, como dijo el gabacho Montesquieu, una injusticia hecha al individuo es una amenaza hecha a toda la sociedad. Y auque, como él, a la mayoría de las personas prefiero darles la razón rápidamente antes que escucharlas, no ha sido así en su caso por varias razones, a saber: por la amistad que nos une, por el placer de leerle, por el ingenio que demuestra y porque así se me antoja ¡qué coño!. Pero esto no quita un ápice de razón a lo defendido por mí durante estos meses de agonía pseudo literaria. Pero como Justicia sin misericordia es crueldad, siguiendo la máxima de Tito Livio, abandono aquí esta pluma (vulgo tecla) citándole, Dios mediante, para el sábado 9 de mayo, a las 13:00h, en Bonneville para aliviar nuestras penas con unos tragos del dorado nectar y, si su generosidad lo aconseja, un pinchito del noble animal tantas veces mentado. Llene bien la faltriquera, Don Luís, que acudiré hambriento de ganas.
Termino estas letras esperando su confirmación a la cita amistosa, que no duelo, pero sin resistirme a adjuntar unos cuartetos dodecasílabos que el bueno del bachiller Hugo Labra me ha hecho llegar al conocer sus intenciones y al cual considero debo prestar púlpito por su incalificable adaptación sobre la Sátira de Don Rodrigo Calderón que usted le dirige. Ruego que no me las atribuya como propias y excuse que no pueda negarme a su publicación. Como buen duelista es sabedor de que a una estocada suele venir otra hasta que la primera sangre, si así ha sido fijado de antemano, den fin a la contienda. Dicen así:
Deseándole buena travesía y advirtiéndole sobre lo pernicioso de los cantos de sirenas, se despide su siempre amigo y devoto seguidor.
Pd- Me permito recordarle que en su nominación de exponentes del Glam, olvidó citar al gran Marc Bolan (pseudónimo de Marc Feld), más conocido como T-Rex y aupado por muchos como rey indiscutible del Glam.
El 29/4/09 18:55, "Luis Cevallos-Escalera Gila" escribió:
DANDI CON I ES MÁS DANDI
Lo sé, lo sé, mi admirado y antiguo adversario: prometí no dirigirme a Vd dos veces con la misma cantinela en la misma jornada, pero no puedo contener el impulso de compartir con Vd el fruto de las últimas lecturas que el debate pasado ha provocado. Sé que es vil vanagloria su exposición a toro -cerdo- pasado, pero también sé que sería una verdadera lástima perder en mi desordenado archivo algunas perlas halladas, ya digo, en lecturas de diversos autores y que hubieran venido al pelo. Cuando menos, espero que le entretenga esta breve relación de un anecdotario simpático relativo a aquél tema del da(n)d(a)ismo.
Entre la sección Decadencias, de Luis Antonio de Villena y las solfas de mi apreciado José María Montells, hay una minúscula isla resistente de autores dados al dandismo, esa corriente individual que siempre llama la atención y ocasiona frecuente confusión -será por eso que mola lo que mola. Philippe Julian, erudito de esta individualidad, decía que la diferencia entre un dandi y un esnob -en su vertiente de elegancia solamente- existe la misma que entre una beata provinciana y San Juan de la Cruz. Como principio, sin objeciones.
He dado con un pequeño volumen escrito por Giuseppe Scaraffia, el Diccionario del dandi, editado por Antonio Machado Libros. En él el dandismo es un fenómeno romántico que surge en la Inglaterra de finales del XVIII (aquel estupendo Beau Brummel, squire, que desafió a coronas y a la miseria hasta su muerte romántica hasta en su circunstancia). Hay quien afirma que su etimología proviene de la cinética: un hombre que se contonea al andar. No estoy de acuerdo porque opino que es más un término acuñado por afilado labio femenino tras el muro de su abanico ante galán disciplente. Es más, creo que aquella fémina genial era talludita y bien servida, pero esto es una lucubración personal sin base científica. Pero como base iniciática, no está mal. Sobre todo sabiendo que de lo romántico se pasó a lo estético sin muda de lo esencial. Ahí está Robert de Montesquiou, modelo de Des Esseintes e inspirador del no menos célebre Barón de Charlus, considerado como el Soberano de lo Transitorio, o del archiconocido Óscar Wilde, el dandi punido por su provocación sensual única.
A su lado está el exquisito Marqués Boni(¿face?) de Castellane, autor de El arte de ser pobre, título comparable a El gentil arte de hacerse enemigos, del asímismo artista pintor y dandi Whistler -que ignoro si es apellido o apodo-, que enseñaba los palacios de sus esposas ricas y americanas por unas monedas. De este dandismo esteticista damos con el dandismo bohemio: Gaultier y su chaleco rojo vivo y el dirty chic de hoy en día capitaneado por el gran David Bowie -Jones, de jóven- y hacia el glam de la Velvet Underground -no hay título más dandi, creo.
Este periplo por esta faceta tan curiosa de la historia lateral del hombre enlaza conmigo únicamente en que el dandi sabe que está derrotado, como yo mismo y mi cerdito, y así lo establece Barbey, su gran teórico. La industrialización y el carácter gregario del hombre moderno acaban con el dandi, pero, igual que el samurai nipón, sabe que ciertas derrotas comportan una íntima victoria. Y así acuña un lema impecable el gran Villiers de l'Isle-Adam: Demasiado tarde. En su virtud, Baudelaire, no menos dandi que los anteriores autores, nos regala un dandismo como el último sol poniente en la decadencia.
Algo se pierde hoy, pero antes de irse, se obliga a brillar con un postrer y amable resplandor.
Oink.
Post Scriptvm: No hay pena ni dolor, gochín mío, resquemor o amenaza, el mar nos espera...
El 29/4/09 09:48, "Luis C escribió:
Querido con acerada solidez, citando al ínclito y ahora sosegado don Alfonso Guerra, me he quedao pasmao, aunque yo añadiría y aumentaría la sensación que pretendo transmitir con la siguiente expresión: me he quedao anonadao cuando he leído por vigésimoprimera vez su último y amable recado, al realizar con estupefacción que, entre tanta palabrería vacua, lo que se halla es, ni más ni menos, que una enraizada admiración -muy lejos de la mala malísima envidia, a la que pudiera asemejarse si se encauza sin delicadeza-, cuyo inicio se encuentra sine dubitatione en la carencia general de cerdito aletero de material mineral aleado en propiedad. Y ahí queda eso, sin más que decir al respecto, por no meter dedo hurgón en llaga purulenta.
Debido a la observación simple que le ofrezco en el anterior párrafo, doy por concluida esta diátriba que ha sacado de su quicio humilde, pero justo y de rigor, con sus soflamas, su verso alquilado y su desplante obstinado al meollo que se le solicitó, bien que reconozco mi salida de tiesto en las menciones afiladas, en tanto Usía lo hacía defendido por su apéndice masculino. Pelillos agresivos a la mar, si le parece a mi querido con acerada solidez.
Hago hincapié, como me fue exigido, en no mencionar las cantidades indemnizatorias recibidas por vía anónima suficientes para el mantenimiento dentro del lujo del cerdo etcétera etcétera. Por la presente, doy cumplido cumplimiento a la promesa de confidencialidad hecha y puesta a la firma en attached document. Punto en bocas, pues. Chitón.
Otra razón para dar por terminado el debate es que, ante su negativa actitud carente de ánimo cooperador, mi cerdito etcétera etcétera ha decidido no acudir a la cita que patrocina con su propaganda, una vez su derecho pisoteado y su orgullo herido no están siendo reparados en absoluto. Para obligar a tomar esta decisión, el cerdito etcétera etcétera se ha procurado labores ineludibles en diversas partes del globo terráqueo, cuyas fechas coinciden sospechosamente con las de la reunión anunciada. Mala nata por arrobas que se gasta el señorito, por lo que en nombre de ambos me excuso con la humildad y porte con los que el Protector Universal me ha dotado, y espero que no crea mi querido con acerada solidez que le dejo con la palabra en la boca o, peor aun, que huyo con el rabo entre las piernas -donde suele hallarse de oficio, pero por otras razones de carácter meramente anatómico, tal y como, si se lo observa con cuidado analítico, podrá apreciar en su propia persona.
En este cúmulo de conclusiones, no puedo dejar de concluir con dos personajes traidos al pelo en estos meses: Die Doktor Goebbels y el general Millán Astray, para poder seguir concluyendo la futilidad de las cosas, de las intenciones y de la vida de los seres humanos en general. Su citado y, al parecer, admirado Doktor, además de comer glotonamente, vestirse con uniformes de fantasía y colores imposibles, fue incapaz de elevar su cometido al punto requerido y, por esa causa, aceleró el final de un conflicto desastroso y, por fin, el suyo propio para alivio de la humanidad que pretendió sojuzgar. Muy canalla. En el sentido estricto del término.
Pero nuestro vilipendiado, sin embargo de entrañable y ameno, general fue incapaz de procurar alivio a la humanidad en la que se crió y pretendió mejorar. En ningún caso se asemeja al anterior, pero sí que ambos son dignos de conmiseración. Nuestro general recosido matrimonió con señora goebbelsiana: se resistió toda su vida al contacto marital debido al vínculo, por lo que el general tuvo que aliviarse en otros solares, habiendo de ellos un vástago con falda. Es decir, que tampoco logró elevar su cometido al punto requerido. Muy canalla. En el sentido licencioso del término.
Pudiera mi querido con acerada solidez preguntarse a (S)anto(s) de qué le vengo a contar esto, si he concluido. Nada más que a manifestar y declarar con la firmeza de la que he hecho gala que concluir la presente no significa rendir la razón y que retomaré la defensa de mi cerdito etcétera etcétera en la siguiente ocasión, que la habrá, no lo dudo, en la que mi querido con acerada solidez utilice torticeramente el vocablo que dio origen a la reclamación no atendida. Mediante el ejemplo de ambos personajes y la relatividad que desde la distancia se percibe en sus semejanzas, determino que hacer valer un derecho vapuleado, no exime al vapuleador de ser insistentemente requerido para su satisfacción, tal y como insistía Goebbels en su uniformidad demenciada y el general ahondaba en su insistencia por recibir prole.
Por fin y para alegre vistazo de su autocomplacencia, le regalo felizmente estas silvas finales que espero le sirvan de algún modo en sus largas tardes en compañía de don Hugo de Labra, el mani-pulador de las pasiones:
Quede con el Altísimo y con el inclemente Labra, condena que merece mi querido con acerada solidez, seguro sabedor de que soy indeleble admirador de las virtudes que orlan su persona.
Adenda: Emplazo a don Fernando y compañía para después de la Fiesta del Trabajo para refrescar gaznates, sellar esta pausa o tregua y darse el merecido abrazo que vuelva a confirmar -innecesario- su profunda y afectuosa amistad.
Post Scriptvm: Se ruega de Gochos de León & Fauna Convertible, S.L., se sirva recoger las cerditas enviadas a modo de consolamentvm gratiae, pues el cerdito etcétera etcétera ya ha tomado posesión de todas, luego desechadas, eligiendo en cambio, soberana jabalina que pasaba cerca, casualmente. Con su agradecimiento.
Fe de erratas: en mi último recado, donde dice espúreo, debiera decir espurio. Lamento el gazapo que achaco bien a mi mano torpe, bien al desastre que el corrector ortográfico de algunas máquinas se otorga como infalible. Item más, donde dice causabiente, debe decir causahabiente.
Celebro su gentil retirada del debate y reclamación conllevante; más vale tarde que nunca y, como dije en un mensaje anterior, no será el menda quien niegue puente de plata al adversario que se retira, menos aún si lo hace con la elegancia de un caballero a lo Gracián.
Estupenda disertación sobre el dandismo, escondiendo término y concepto inteligentemente frente a la aseveración de dadaísta con la que calificaba yo su actitud. Le felicito, repito sin que me duelan prendas, por su última misiva de oink, aunque espero retomarle y leerle en un mañana. Y no se disculpe, se lo ruego, por escribir doble misiva cuando la segunda es tan espléndida como ésta.
Ahora bien, dejando los cumplidos, merecidísimos por otra parte, conviene de una vez por todas finiquitar nuestras cuitas para que puedan permanecer eternamente encerradas en la pocilga de lo absurdo. Y en este punto debo dejar claro que confunde usted admiración con reconocimiento, algo demasiado frecuente en su argumentación vacua. En numerosas ocasiones ha mostrado usted una actitud propia del maledicente Uriah Heep, aquel horrible y mísero empleado que aparecía en la novela David Copperfield mostrando toda su impudicia ante la candidez de la veracidad que el buen niño David encarnaba ( y que, por cierto, inspiraron nombre a la banda de rock británica que compuso el tema que le adjunto para su solaz y el de los menesterosos que nos siguen). Algo impropio del buen juicio que le he conocido siempre pero que perdono y olvido por, ya lo he comentado en anteriores parlamentos, deberse seguramente influenciado a sus constantes devaneos mentales con Onán.
Durante todo este tiempo ha intentado, señor mío, comprar la verdad al peso de las palabras - y con gran éxito debo decir, como así me ha hecho saber alguno de los invitados silenciosos- y ha batallado lo indefendible con la dialéctica de la confusión, manteniéndolas con gallardía y tesón, consiguiendo disfrazar sus auténticas intenciones gracias al verbo enrevesado y entreverado de giros al más puro estilo marxista de Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros. Pero la verdad, querido amigo, termina por resplandecer porque “...la verdad no se puede exagerar. En la verdad no puede haber matices. En la semi-verdad o en la mentira, muchos”, como dijo Pío Baroja. Y la verdad puede eclipsarse momentáneamente pero no extinguirse.
Lo que usted ha estado reclamando, y aún amenaza con hacer en el futuro bajo el supuesto amparo de la justicia en la reparación exigida, más que absurdo es injusto. Y, como dijo el gabacho Montesquieu, una injusticia hecha al individuo es una amenaza hecha a toda la sociedad. Y auque, como él, a la mayoría de las personas prefiero darles la razón rápidamente antes que escucharlas, no ha sido así en su caso por varias razones, a saber: por la amistad que nos une, por el placer de leerle, por el ingenio que demuestra y porque así se me antoja ¡qué coño!. Pero esto no quita un ápice de razón a lo defendido por mí durante estos meses de agonía pseudo literaria. Pero como Justicia sin misericordia es crueldad, siguiendo la máxima de Tito Livio, abandono aquí esta pluma (vulgo tecla) citándole, Dios mediante, para el sábado 9 de mayo, a las 13:00h, en Bonneville para aliviar nuestras penas con unos tragos del dorado nectar y, si su generosidad lo aconseja, un pinchito del noble animal tantas veces mentado. Llene bien la faltriquera, Don Luís, que acudiré hambriento de ganas.
Termino estas letras esperando su confirmación a la cita amistosa, que no duelo, pero sin resistirme a adjuntar unos cuartetos dodecasílabos que el bueno del bachiller Hugo Labra me ha hecho llegar al conocer sus intenciones y al cual considero debo prestar púlpito por su incalificable adaptación sobre la Sátira de Don Rodrigo Calderón que usted le dirige. Ruego que no me las atribuya como propias y excuse que no pueda negarme a su publicación. Como buen duelista es sabedor de que a una estocada suele venir otra hasta que la primera sangre, si así ha sido fijado de antemano, den fin a la contienda. Dicen así:
Retirose el bellaco de la lucha
importunado el discurso, demacrado.
Gochón bien resguardado en su capucha,
entre las piernas escondiéndose su rabo.
Y marcha por do se vino, sin amparo.
Tiznado en la vergüenza, desolado.
Dejándome en su fuga en el paro.
Me marcho con mis lumis a otro lado.
Deseándole buena travesía y advirtiéndole sobre lo pernicioso de los cantos de sirenas, se despide su siempre amigo y devoto seguidor.
Pd- Me permito recordarle que en su nominación de exponentes del Glam, olvidó citar al gran Marc Bolan (pseudónimo de Marc Feld), más conocido como T-Rex y aupado por muchos como rey indiscutible del Glam.
El 29/4/09 18:55, "Luis Cevallos-Escalera Gila"
DANDI CON I ES MÁS DANDI
Lo sé, lo sé, mi admirado y antiguo adversario: prometí no dirigirme a Vd dos veces con la misma cantinela en la misma jornada, pero no puedo contener el impulso de compartir con Vd el fruto de las últimas lecturas que el debate pasado ha provocado. Sé que es vil vanagloria su exposición a toro -cerdo- pasado, pero también sé que sería una verdadera lástima perder en mi desordenado archivo algunas perlas halladas, ya digo, en lecturas de diversos autores y que hubieran venido al pelo. Cuando menos, espero que le entretenga esta breve relación de un anecdotario simpático relativo a aquél tema del da(n)d(a)ismo.
Entre la sección Decadencias, de Luis Antonio de Villena y las solfas de mi apreciado José María Montells, hay una minúscula isla resistente de autores dados al dandismo, esa corriente individual que siempre llama la atención y ocasiona frecuente confusión -será por eso que mola lo que mola. Philippe Julian, erudito de esta individualidad, decía que la diferencia entre un dandi y un esnob -en su vertiente de elegancia solamente- existe la misma que entre una beata provinciana y San Juan de la Cruz. Como principio, sin objeciones.
He dado con un pequeño volumen escrito por Giuseppe Scaraffia, el Diccionario del dandi, editado por Antonio Machado Libros. En él el dandismo es un fenómeno romántico que surge en la Inglaterra de finales del XVIII (aquel estupendo Beau Brummel, squire, que desafió a coronas y a la miseria hasta su muerte romántica hasta en su circunstancia). Hay quien afirma que su etimología proviene de la cinética: un hombre que se contonea al andar. No estoy de acuerdo porque opino que es más un término acuñado por afilado labio femenino tras el muro de su abanico ante galán disciplente. Es más, creo que aquella fémina genial era talludita y bien servida, pero esto es una lucubración personal sin base científica. Pero como base iniciática, no está mal. Sobre todo sabiendo que de lo romántico se pasó a lo estético sin muda de lo esencial. Ahí está Robert de Montesquiou, modelo de Des Esseintes e inspirador del no menos célebre Barón de Charlus, considerado como el Soberano de lo Transitorio, o del archiconocido Óscar Wilde, el dandi punido por su provocación sensual única.
A su lado está el exquisito Marqués Boni(¿face?) de Castellane, autor de El arte de ser pobre, título comparable a El gentil arte de hacerse enemigos, del asímismo artista pintor y dandi Whistler -que ignoro si es apellido o apodo-, que enseñaba los palacios de sus esposas ricas y americanas por unas monedas. De este dandismo esteticista damos con el dandismo bohemio: Gaultier y su chaleco rojo vivo y el dirty chic de hoy en día capitaneado por el gran David Bowie -Jones, de jóven- y hacia el glam de la Velvet Underground -no hay título más dandi, creo.
Este periplo por esta faceta tan curiosa de la historia lateral del hombre enlaza conmigo únicamente en que el dandi sabe que está derrotado, como yo mismo y mi cerdito, y así lo establece Barbey, su gran teórico. La industrialización y el carácter gregario del hombre moderno acaban con el dandi, pero, igual que el samurai nipón, sabe que ciertas derrotas comportan una íntima victoria. Y así acuña un lema impecable el gran Villiers de l'Isle-Adam: Demasiado tarde. En su virtud, Baudelaire, no menos dandi que los anteriores autores, nos regala un dandismo como el último sol poniente en la decadencia.
Algo se pierde hoy, pero antes de irse, se obliga a brillar con un postrer y amable resplandor.
Oink.
Post Scriptvm: No hay pena ni dolor, gochín mío, resquemor o amenaza, el mar nos espera...
... Antes que el sueño o el terror tejiera
mitologías o cosmogonías,
antes que el tiempo se acuñara en días,
el mar, siempre el mar, ya estaba y era.
¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento
y antiguo ser que roe los pilares
de la tierra y es uno y muchos mares,
y abismo y resplandor y azar y viento?
Quien lo mira, lo ve por vez primera,
siempre. Con el asombro que las cosas
elementales dejan, las hermosas
tardes, la luna, el fuego de una hoguera.
¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día
ulterior que sucede a la agonía.
(Jorge Luis Borges, 1899-1986)
El 29/4/09 09:48, "Luis C escribió:
Querido con acerada solidez, citando al ínclito y ahora sosegado don Alfonso Guerra, me he quedao pasmao, aunque yo añadiría y aumentaría la sensación que pretendo transmitir con la siguiente expresión: me he quedao anonadao cuando he leído por vigésimoprimera vez su último y amable recado, al realizar con estupefacción que, entre tanta palabrería vacua, lo que se halla es, ni más ni menos, que una enraizada admiración -muy lejos de la mala malísima envidia, a la que pudiera asemejarse si se encauza sin delicadeza-, cuyo inicio se encuentra sine dubitatione en la carencia general de cerdito aletero de material mineral aleado en propiedad. Y ahí queda eso, sin más que decir al respecto, por no meter dedo hurgón en llaga purulenta.
Debido a la observación simple que le ofrezco en el anterior párrafo, doy por concluida esta diátriba que ha sacado de su quicio humilde, pero justo y de rigor, con sus soflamas, su verso alquilado y su desplante obstinado al meollo que se le solicitó, bien que reconozco mi salida de tiesto en las menciones afiladas, en tanto Usía lo hacía defendido por su apéndice masculino. Pelillos agresivos a la mar, si le parece a mi querido con acerada solidez.
Hago hincapié, como me fue exigido, en no mencionar las cantidades indemnizatorias recibidas por vía anónima suficientes para el mantenimiento dentro del lujo del cerdo etcétera etcétera. Por la presente, doy cumplido cumplimiento a la promesa de confidencialidad hecha y puesta a la firma en attached document. Punto en bocas, pues. Chitón.
Otra razón para dar por terminado el debate es que, ante su negativa actitud carente de ánimo cooperador, mi cerdito etcétera etcétera ha decidido no acudir a la cita que patrocina con su propaganda, una vez su derecho pisoteado y su orgullo herido no están siendo reparados en absoluto. Para obligar a tomar esta decisión, el cerdito etcétera etcétera se ha procurado labores ineludibles en diversas partes del globo terráqueo, cuyas fechas coinciden sospechosamente con las de la reunión anunciada. Mala nata por arrobas que se gasta el señorito, por lo que en nombre de ambos me excuso con la humildad y porte con los que el Protector Universal me ha dotado, y espero que no crea mi querido con acerada solidez que le dejo con la palabra en la boca o, peor aun, que huyo con el rabo entre las piernas -donde suele hallarse de oficio, pero por otras razones de carácter meramente anatómico, tal y como, si se lo observa con cuidado analítico, podrá apreciar en su propia persona.
En este cúmulo de conclusiones, no puedo dejar de concluir con dos personajes traidos al pelo en estos meses: Die Doktor Goebbels y el general Millán Astray, para poder seguir concluyendo la futilidad de las cosas, de las intenciones y de la vida de los seres humanos en general. Su citado y, al parecer, admirado Doktor, además de comer glotonamente, vestirse con uniformes de fantasía y colores imposibles, fue incapaz de elevar su cometido al punto requerido y, por esa causa, aceleró el final de un conflicto desastroso y, por fin, el suyo propio para alivio de la humanidad que pretendió sojuzgar. Muy canalla. En el sentido estricto del término.
Pero nuestro vilipendiado, sin embargo de entrañable y ameno, general fue incapaz de procurar alivio a la humanidad en la que se crió y pretendió mejorar. En ningún caso se asemeja al anterior, pero sí que ambos son dignos de conmiseración. Nuestro general recosido matrimonió con señora goebbelsiana: se resistió toda su vida al contacto marital debido al vínculo, por lo que el general tuvo que aliviarse en otros solares, habiendo de ellos un vástago con falda. Es decir, que tampoco logró elevar su cometido al punto requerido. Muy canalla. En el sentido licencioso del término.
Pudiera mi querido con acerada solidez preguntarse a (S)anto(s) de qué le vengo a contar esto, si he concluido. Nada más que a manifestar y declarar con la firmeza de la que he hecho gala que concluir la presente no significa rendir la razón y que retomaré la defensa de mi cerdito etcétera etcétera en la siguiente ocasión, que la habrá, no lo dudo, en la que mi querido con acerada solidez utilice torticeramente el vocablo que dio origen a la reclamación no atendida. Mediante el ejemplo de ambos personajes y la relatividad que desde la distancia se percibe en sus semejanzas, determino que hacer valer un derecho vapuleado, no exime al vapuleador de ser insistentemente requerido para su satisfacción, tal y como insistía Goebbels en su uniformidad demenciada y el general ahondaba en su insistencia por recibir prole.
Por fin y para alegre vistazo de su autocomplacencia, le regalo felizmente estas silvas finales que espero le sirvan de algún modo en sus largas tardes en compañía de don Hugo de Labra, el mani-pulador de las pasiones:
SÁTIRA DE DON HUGO DE LABRA,
ABRASADOR DE LUMIS
Que venga hoy un triste vate
a alcanzar notoría,
y a tener más en un día
que en mil años de acicate,
bien será, señor, se remate,
que es grandísima insolencia
que venga a tener excelencia
un bergante; gran locura:
si su Señoría lo apura,
tendrás, Cerdito mío, paciencia.
(Adaptación sobre la Sátira de Don Rodrigo Calderón, Marqués de Siete Iglesias. Conde de Villamediana, 1582-1622)
Quede con el Altísimo y con el inclemente Labra, condena que merece mi querido con acerada solidez, seguro sabedor de que soy indeleble admirador de las virtudes que orlan su persona.
Adenda: Emplazo a don Fernando y compañía para después de la Fiesta del Trabajo para refrescar gaznates, sellar esta pausa o tregua y darse el merecido abrazo que vuelva a confirmar -innecesario- su profunda y afectuosa amistad.
Post Scriptvm: Se ruega de Gochos de León & Fauna Convertible, S.L., se sirva recoger las cerditas enviadas a modo de consolamentvm gratiae, pues el cerdito etcétera etcétera ya ha tomado posesión de todas, luego desechadas, eligiendo en cambio, soberana jabalina que pasaba cerca, casualmente. Con su agradecimiento.
Fe de erratas: en mi último recado, donde dice espúreo, debiera decir espurio. Lamento el gazapo que achaco bien a mi mano torpe, bien al desastre que el corrector ortográfico de algunas máquinas se otorga como infalible. Item más, donde dice causabiente, debe decir causahabiente.
martes, 28 de abril de 2009
jueves, 23 de abril de 2009
León en HD-5º asalto
Queridísimo hermano en Cristo.
Me mueve la piedad en la respuesta porque apena mi alma ver que su ilustrísima persona ha caído en el marasmo de sentimientos ofuscados que que se mecen al ritmo caprichoso del vaivén de los acontecimientos. ¡Qué infortunio! Con lo que usted ha sido y en lo que ha quedado...mendigando unas pocas gachas para su cerdito, metáfora válida en ambos casos. No siga arrastrando su desesperación por la red, querido amigo, y regrese al mundo de las buenas intenciones y de la razón imperativa sin tapujos. Usted ya luce lustroso el cochino animal en su aleta ¿qué más quiere? Otros lo llevamos en el nuestro particular en forma de adhesivo y no marraneamos con absurdas peticiones de reconocimiento que sólo están destinadas a alimentar el ego de quien las reclama, nunca del noble animal, quien no tiene culpa de los desatinos de su amo y señor.Dedico aquí , pues, unos versos infames, tan nefastos acaso como su reclamación. No puedo decir el autor porque lo desconozco; el indeseable tuvo a bien hacerlo anónimo para no tener que soportar pública vergüenza de por vida, cosa que su buen juicio podía haberle recomendado si usted mismo no le hubiese abandonado a su suerte en el oscuro desván de la sinrazón. Ahí van:
Esto que hace usted aquí, sopor, espera,
sueño largo y espeso, dulce hastío,
cansancio de vivir, libre albedrío,
progresismo en conserva que prospera...
Esto, amigo, es estar dentro y fuera,
de cal y arena, de calor y frío,
tertulia de palmada y desafío,
esto es medrar, es más, esto es la pera.
Cita en un parlamento anterior al admiradísimo Von Clausewitz, así que le devuelvo la cortesía en las palabras de Tsun Tzu, inspirador de aquel:
El que sabe cuando puede luchar y cuando no, saldrá victorioso.
No es éste su caso, evidentemente. Se ha enfrascado usted en una batalla que sólo consigue desenmascararle como impostor de la verdad, apóstol de la nadería y filosofante barato. Buhonero de la palabra, su charlatanería limita con el sentido común, sea lo que sea.
Me mueve la piedad en la respuesta porque apena mi alma ver que su ilustrísima persona ha caído en el marasmo de sentimientos ofuscados que que se mecen al ritmo caprichoso del vaivén de los acontecimientos. ¡Qué infortunio! Con lo que usted ha sido y en lo que ha quedado...mendigando unas pocas gachas para su cerdito, metáfora válida en ambos casos. No siga arrastrando su desesperación por la red, querido amigo, y regrese al mundo de las buenas intenciones y de la razón imperativa sin tapujos. Usted ya luce lustroso el cochino animal en su aleta ¿qué más quiere? Otros lo llevamos en el nuestro particular en forma de adhesivo y no marraneamos con absurdas peticiones de reconocimiento que sólo están destinadas a alimentar el ego de quien las reclama, nunca del noble animal, quien no tiene culpa de los desatinos de su amo y señor.Dedico aquí , pues, unos versos infames, tan nefastos acaso como su reclamación. No puedo decir el autor porque lo desconozco; el indeseable tuvo a bien hacerlo anónimo para no tener que soportar pública vergüenza de por vida, cosa que su buen juicio podía haberle recomendado si usted mismo no le hubiese abandonado a su suerte en el oscuro desván de la sinrazón. Ahí van:
Esto que hace usted aquí, sopor, espera,
sueño largo y espeso, dulce hastío,
cansancio de vivir, libre albedrío,
progresismo en conserva que prospera...
Esto, amigo, es estar dentro y fuera,
de cal y arena, de calor y frío,
tertulia de palmada y desafío,
esto es medrar, es más, esto es la pera.
Cita en un parlamento anterior al admiradísimo Von Clausewitz, así que le devuelvo la cortesía en las palabras de Tsun Tzu, inspirador de aquel:
El que sabe cuando puede luchar y cuando no, saldrá victorioso.
No es éste su caso, evidentemente. Se ha enfrascado usted en una batalla que sólo consigue desenmascararle como impostor de la verdad, apóstol de la nadería y filosofante barato. Buhonero de la palabra, su charlatanería limita con el sentido común, sea lo que sea.
Envíole un documento gráfico por si desea también emprender reclamación alguna contra el autor de la idea o bien someterse a cirugía para asemejarse al look marrano tan celebrado por usted, que en estos momentos cualquiera se aventura a pensar lo que pasa por su enajenada mente.
Por último, tengo a bien referirme a nuestra cita pendiente. Este mismo sábado podré complacerle, si lo desea, proponiendo Bonneville como lugar de encuentro pero dejando bien claro que los costes derivados correrán de su cuenta. ¡No me sea amarrete, señor mío! Unos pocos níqueles causarán poco quebranto en su bien satisfecha economía y ¡qué demonios! Le toca.
Suyo afectísimo,
Por último, tengo a bien referirme a nuestra cita pendiente. Este mismo sábado podré complacerle, si lo desea, proponiendo Bonneville como lugar de encuentro pero dejando bien claro que los costes derivados correrán de su cuenta. ¡No me sea amarrete, señor mío! Unos pocos níqueles causarán poco quebranto en su bien satisfecha economía y ¡qué demonios! Le toca.
Suyo afectísimo,
miércoles, 22 de abril de 2009
León en HD-4ª parte
Muy señor mío, sin embargo amigo grande y respetado rival menor; pero, ¿de qué salida se hace aplaudidor y qué laberinto menciona? Por otra parte, ¿quién no lee a quién, sino sesgada y diagonalmente desde el principio, ya con aquel recurso melifluo del sofismo?
No soy yo quien tiene que poner fin a esta cuestión, sino su señoría retomando su impulso creativo y rehaciendolo de manera que mi cerdito no siga sufriendo descalabros y menosprecios de quien se dice aficionado a la marca que significa, por mor de su grandilocuente discurso y el espúreo recurso de agradar a cienes a costa de pisar un callo -entiéndase el callo como figura poética del de Labra, si es que alguien más pudiera ponerle rima a semejante-. Y punto en boca, que luego siempre sale el señor con retórica atravesada y circundante del asunto en sí, con sus soflamas acabadas en -ismos, que dan mucha culturilla, sí, pero poca enjundia al problema causado en su totalidad por el señor.
En verdad, señor, no he leído más razón de peso en sus misivas que su negativa permanente, carente por sí misma de razón por ser portadora natural de una razón cualquiera. Todo lo más, como dice el señor, juntar palabras para ir rodeando y alargando una cuestión tan simple como incrustar una corrección en un texto muchísimo antes de pasarlo a imprenta. Para ello no pueden ser necesarios chuflos, carretas, puntas en blanco y ramonesgarcía; fantoches de colorido uniforme, militares laureados ni catedráticos soberbios; autores consagrados, puteros poetastros y docena y media de señoritas de magnífico ver; no, señor, tan sólo se precisa de su amable y servicial cariz, compungido ante la pena que desluce al cerdito, el pobre, vapuleado por la propaganda consumista del primer mundo capitalista, devorador de espíritus gentiles, demoledor ante el desamparo del menos recurrido.
Y va Vd y, encima, se vanagloria, se permite aconsejar dónde y cómo hay que dejar al cerdito y su circunstancia. Circunstancia que Vd, ladinamente, ha alterado de manera procaz. Que es insensato por la parte que me toca reivindicar este lamentable atentado contra el derecho del desprotegido y del necesitado, pues tal vez, pero sólo entre los de su pensamiento. Los seres vivientes, conscientes de su propia identidad y de su papel en la naturaleza que nos ha creado y nos cobija, sabemos lo que la palabra depredador significa, incluso cuando se emplea para menoscabo de los derechos inalienables de un ser existente, sea de lo que sea que esté conformado.
Pues, ¿no se dice por algún parlamento legislativo que los simios ya deben ser portadores de derechos civiles? ¡Concuerdo con la totalidad! Pero, más allá, aparece la similitud con el resto de seres que pueblan el planeta y que, obviamente, también son merecedores de semejante consideración por la parte que nos toca. Sin embargo de esta dicha que la nueva trae, me complace vislumbrar en la lontananza de la ética humana trazos que conducen a la aceptación y aprobación de sendos derechos para cualquier elemento originado en el propio planeta o fruto de él que sugiera semejanza, similitud o paralelismo aplicados a cualquier ser que desprenda signo de vida. Es, señor, el epítome del alma del ser humano, especie dominante de la Tierra, en su vertiente espiritual plena de generosidad y virtuosa.
¿Cómo se queda el señor? ¿Con más rock'n'roll, princés? ¿A que sí? Pues avéngase y sitúe esa corrección, sino por quien la solicita, por la masa material de la Tierra, en su beneficio. Y quede el señor como el intelecto más iluminado de entre los profetas, los visionarios, los autores alumbrados por señal divina. Y que los dioses, el Thorete incluido, sean con el señor.
Por no cansarle con énfasis Kultureta, permítaseme una brevedad que estimo viene al caso y ya acabo:
Grandes y Leyes
E aunque el proverbio cuenta
que las leyes allí van
do quieren Reyes,
dígole esta vez que miente
ca do los Grandes están
se fan las leyes.
(Bachiller Álvar Gómez de Ciudad Real, Señor de Pioz y de Atanzón, 1488-1538)
Por cierto de la invitación, dado que la ha pospuesto ya en dos ocasiones, le corresponde citarme y, perdida la vez, perdida la cuenta, la siguiente corre por la suya. Lo que le agradeceré muchísimo.
Lo dicho, con los dioses.
Post Scriptvm: La melodía que me regala está incompleta, y el texto que se refiere como de ella no dice Te TeTe, Tetereté. A decir verdad, viene a interpretarse como Ta Ra Rí, Que Te Ví, a lo que yo añadiría sin recato, Salao.
---------------------
Queridísimo Don Luís.
Celebro que hay conseguido encontrar la salida al particular laberinto de despropósitos en los que se había metido y aplaudo sinceramente que lo haya conseguido antes de que el Minotauro de la locura haya apresado definitivamente su intelecto, tan debilitado de por sí.
Exige el porcino reclamante que le de motivos -¡más!- por los que no atiendo la bellaca propuesta de su autoría en un día de nublada razón, seguramente. ¡Por Thor! ¿Es que usted no se ha leído ninguna de mis misivas anteriores? ¿O es que lee pero no comprende los signos que aparecen ante sus ojos? Desde el principio fui dando buena cuenta de los argumentos, debidamente pausados y razonados, para rechazar su insensatez. ¿Acaso su ilustrísima quedose ciego, además de sordo? Recupere Don Luís correspondencias anteriores que alimenten su buen juicio, aunque si precisa seguir haciendo de su capa un sayo... es cosa suya, faltaba más.
El cerdito de marras déjelo donde está, que está muy bien; a su lado, como fiel escudero de tan gran señor. Y déjenos a los demás utilizar el masculino para nuestras cerdas, que así se evitarán confusiones con las doñas respectivas, quien las tuviere. Al fin y al cabo así fueron bautizadas años ha y todos los que en ellos hemos recalado tenemos el derecho de usar el término marrano referido a nuestras monturas, como así hacemos sin afán de molestar. Usted también, por supuesto, a su libre albedrío.
Correspondiendo vivamente a la generosidad mostrada por hacerme partícipe de los versos de inJUSTICIA, y visto que la bossa le cuadra en alguna medida, le envío un fragmento que el gran Jorge Ben escribió para ilustrar uno de los temas más conocidos de la música brasileira. Sus sabias palabras – mejor que las mías, por supuesto- esconden la única respuesta posible a su descabellada reclamaçao, con permiso del bachiller Labra:
Te TeTe, Tetereté
Te TeTe, Tetereté
Te TeTe, Tetereté
Te Te...
Te TeTe, Tetereté
Te TeTe, Tetereté
Te TeeTe, Tetereté
Te Te...
Te TeTe, Tetereté
Te TeTe, Tetereté
Te TeTe, Tetereté
Te Te...
Puede usted poner el archivo musical que adjunto, le ayudará a comprender en su plenitud el significado de tan sabias palabras.
Esperando que lo disfrute y deseando verle siempre feliz, se despide su humilde servidor deseándole una feliz jornada llena de propósitos encomiables y proponiendo dejar el encuentro prometido para después del puente de mayo, si le place.
El 21/4/09 10:01, Luis Cescribió:
Querido amigo y merecedor de todo bien, lamento enormemente leer su anterior inmediata por cuanto dispone su rumbo hacia la catástrofe de la tozudez. Así de simple.
Me es ingrato, al mismo tiempo, andar en cuitas con citas de personajes del mismo cariz profesional y político, tan del gusto de nuestros compatriotas a la hora de la tele, pero vacíos de significado y carentes de ayuda efectiva en lo que nos ha movido a esta lid: bien se podría citar a insignes sabios y hombres de cultura, aparte de los citados del Siglo de Oro y en otros campos afines y científicos, que dieran luces nuevas a esta procupación acerca del mal con el que Vd aqueja a mi cerdito aletero -su compañero en la naturaleza, no se olvide-. Aunque la ingratitud que experimento sobre los citados no es en sí misma por los propios personajes, sino por cuanto Vd no hace sino despejar lances certeros a base de la consabida palabrería negando la razón que me apoya por el sencillo hecho de ser propietario, causabiente y responsable de la figura de material mineral aleado de referencia.
Seguido de ese pensamiento, ya digo, emanado de la sencillez pura, le pregunto y espero su respuesta por las razones que impiden que Vd se digne rectificar el texto en el cual utilizó el vocablo cerdo aplicado a máquinas y hombres, evitando incluir al único y genuino asistente merecedor de tal nombre en justicia y no figurada y arteramente para otros fines groseros.
Me hincha de angustia mi maltrecha bolsa abdominal la curiosidad de conocer los porqués -si fuesen así, en plural- de su reiterada negativa, excepto en lo sofista, de aceptar como cierta la reclamación y la base que la construye sobre sí misma en cada réplica.
Me inquieta sobremanera la manera dadaista en la que monta y desmonta alternativa y sucesivamente cada uno de sus argumentos rodeantes, cual tribu de pieles rojas incómodos por cuanto su hábitat ha sido alterado por ojos blancos en su infatigable búsqueda de El Dorado, mito común a toda civilización una vez ha inventado el papel moneda y realizan que se destruye si se lava; retomando: argumentos en su magín dadaista, pero de sincero indadismo -ni hablar de dandismo- en su faceta de generosidad -juego de conceptos basado en un quítame allá esa letra, tan popular en los primeros años de educación escolar.
No es menor el prurito que me impide cuestionar el personalismo que noto en todas y cada una de sus respuestas, señor, al negar la mayor aun percibiendo claras muestras de la fatiga del combatiente poco avezado, menos veterano, por incluir una incorrección semántica que suavice el concepto que se pretende revelar; retomando: respuesta plenas de epítetos ajenos a la cuestión, ajenos al cerdito y versados especialmente en mi persona, de manera más o menos ingeniosa. Concluyo el párrafo manifestando que me honra y me solaza Vd con esa emisión, por poco ocurrente que pueda resultar, aplicando su atencíon con tanto rigor y firmeza, pero lamentando día sí y día también que no se centre y ponga solución con el mismo rigor y firmeza a lo que se solicitó.
Por último y para que conste y no se base en esta argumentación nuevamente, le insisto en que debe Vd poner remedio eficaz al uso fraudulento en su significado y acepción elegida del término vocabulario cerdo en lo que se refiere al cartel publicitario de la reunión denominada secularmente León en H-D, por las razones adjuntas a lo largo de todos y cada uno de los recados que le han sido enviados y que, cortes mas cabezonamente, se niega a rehabilitar.
Le ruego, finalmente, dos cosas: a/tenga a bien indicar fecha para que pueda hacer efectiva la invitación debida y b/note cómo el universo de la confusión que le ofrecí tiene, como no podía ser de otra manera, antídoto eficaz que todo maestro de armas debe conocer y aplicar.
No parezca mi enojo que existe, pero sí figure mi ánimo dichoso, sírvase de esta rima pobre para mayor esplendor de su espíritu que le dedica don Bartolomé Leonardo de Argensola:
JUSTICIA
Dime, Padre común, pues eres justo:
¿Por qué ha de permitir tu providencia
que, arrastrando prisiones la inocencia,
suba la fraude a tribunal augusto?
¿Quién da fuerzas al brazo que, robusto,
hace a tus leyes firme resistencia,
y que el celo que más la reverencia,
gima a los pies del vencedor injusto?
Vemos que vibran victoriosas palmas
manos inicuas, la virtud gimiendo
del triunfo en el injusto regocijo...
Esto decía yo, cuando, riendo,
celestial ninfa apareció, y me dijo:
¡Ciego! ¿Es la tierra el centro de las almas?
Y para amenizar su lectura y la comprensión que debe emanar, sírvase también de escuchar la pieza inclusa, el clásico de la bossa O Pato, esta vez interpretado magistralmente por Natalia Lafourcade, un compendio de simpatía.
Le reitero el placer inenarrable e inconfundible alborozo que me produce su amistad y su lectura, señor.
--------------------
Muy queridísimo oponente.
No es el silencio manifestado causa de otra cosa que no sea la incapacidad física de dar a nuestro duelo la importancia que se merece.
Uno no siempre puede dedicar el tiempo que desea a lo que le hace feliz y eso conlleva, a veces, un silencio pausado que no debe interpretarse como norma de abandono, que no lo es, sino de espera prudente hasta tiempos mejores.
Agradezco la semblanza que usted hace del ilustre tuerto, rey en el país de los ciegos de la cultura. Siempre es bueno aprender de su inagotable fuente de sabiduría. No era mi propósito descalificar al señor Millán más que en el hecho exacto y preciso de la imbecilidad de aquel momento, por lo que el tema no da para más, que nunca es oportuno dedicar más tiempo del necesario a un imbécil.
No puedo recordar en qué momento aludí al dadaísmo, que no dandismo ni dadismo, como dice usted (seguramente boicoteado, como yo, por alguna malévola tecla del ordenador), pero en cualquier caso, seguro que me referí a esa corriente creadora y librepensadora, sinónimo del absurdo en multitud de casos, adoradora de Dadá.
Ahora bien, veo que ha dejado de soslayo el tema principal de esa cuestión absurda que usted defiende, ¿será porque al fin ha comprendido usted que no hay caso?
Celebro que haya entrado en razón por mor de lo que fuera o fuese y que dedique su tiempo y las andanadas maliciosas que me dirige hacia otros menesteres, más por razones de intentar salvaguardar la honra tan cuestionada en este foro como su buen sentido que por compartir conocimientos con la plebe. Aún así, lo dicho, celebro su nueva postura y aplaudo su empeño obstrucionista en llevar la confusión para salir airoso del desenlace absurdo en el que usted mismo se ha metido, perdóneme el símil, de hocico hasta los corces.
Hágase, pues, su voluntad y cedo el terreno libre para que abandone la batalla en la injusta vindicación iniciática de este contencioso.
No hay más cerdo que el que gruñe y usted, permítame una vez más, morro tiene y de sobra, pero hocico, poco, y su onomatopéyica prosa es más propia de un pollino que de cerdo, gochu, verraco o verrón.
Es posible que el tiempo empleado en el mar haya causado en usted el mal conocido como mal de peces, derivado hacia estar pez, o sea la enfermedad del besugo. ¿Es así? No se preocupe porque de ésta se sale con sentido común, lectura variada e intensa y un poquito de paciencia y raciocinio, aspectos todos en los que me encuentro dispuesto a prestarle la ayuda necesaria para no seguir en el camino andado hasta ahora, vulgarmente conocido como camino de Millán (Astray, por supuesto). Saque usted sus propias conclusiones sobre este último comentario, hecho por otra parte con la piedad que me mueve hacia los aquejados de esa enfermedad.
Quedo a su consideración y, por supuesto, a que se rasque el bolsillo de una cochina vez.
El 18/4/09 13:04, Luis C escribió:
Muy señor mío, estimado amigo, honorable adversario, seguro perdedor, penitente incontestable; a la vista de su silencio, muy respetable, y sin engañarle respecto de la paciencia que me es de nacimiento, he tenido el placer de acudir a varios autores coetaneos del general Millán Astray y revisionistas actuales del dandismo, citado perversamente por Vd. y refutado erróneamente por el suscribiente, en los términos fijos que obran en anteriores recados. Ello motivado por cierta inquietud que barruntó su presencia en mi magín más interior cuando me dispuse a responder al suyo insolente. Reconozco, no obstante, mi prisa por ponerle en el lugar que le corresponde y que Vd., de espíritu mentecato y obtuso, se empeña en abandonar constantemente.
Llevado del prurito de la exactitud relativa siempre que debe adornar cualquier cita histórica a las que Vd. es tan aficionado a la par que poco investigador, he encontrado multitud de referencias acerca del suceso que protagonizaron don Miguel de Unamuno y don José Millán Astray, las menos tan tergiversadas y manipuladas como se digna ofrecernos de su puño y letra -ya se nota la influencia del Hugo de Labra en su pluma reciente, dicho sea esto sin segundas intenciones-. En virtud de no aburrirle ni abrumarle con referencias de autores, obras y sus páginas, permítame darle tan sólo unas pinceladas al respecto. De todas maneras, abundo en manifestarle que este interludio que le ofrezco no desestima en absoluto la certeza de que se avendrá a dar satisfación a la demanda de mi cerdito, que nos conocemos y rápidamente pretenderá irse por los cerros de Úbeda, como el moro aquel, enfocando las bondades de las huríes de la Alhambra -las más, rubias y cristianas entradas en carnes, como entonces gustaba- y mostrando vergonzoso dorso a las majestades católicas.
Seguramente, nadie diría en los tiempos que corren, que Millán Astray, fundador de la Legión, fue un modelo de dandy desgarrado y castizo. Precisamente de él nos ha llegado la imagen distorsionada y propagandística de un militar de limitada preparación, bravucón e irreflexivo. Nada más lejos de la realidad. Millán Astray era un bohemio del patriotismo y del heroísmo, a quien le venían de familia su agudeza, su fantasía creadora y sus profundas dotes de psicólogo, favorecidas por la profesión de su padre -jefe de prisiones de Madrid, poeta, articulista y autor de libretos de zarzuela- y la de su hermana Pilar, ilustre novelista y comediógrafa. El general fue conferenciante pródigo y admirado en España, Francia, Italia e Hispanoamérica, donde su palabra encendía los ánimos con figuras retóricas hirientes, crudas, sin embargo llenas de vida y verso. En 1897, sobre una idea nacida a su vuelta de la experiencia filipina, había creado una Legión llena de paradojas y contradictoria de su misma esencia, como Unamuno; de descarnado realismo celtibérico, como Baroja; de sobriedad de frase, como Azorín; de desenfado y aventura, como Valle-Inclán; de poesía solanesca más que machadiana; pero, sobre todo, de alto idealismo senequista, de amor a su patria y a la muerte como perfecta superación espiritual, siendo un energúmeno y ruidoso intelectual, pese a que intentara disimularlo con simplistas imágenes románticas, muy apropiadas para desertores del hampa a los que convertiría en caballeros. Ahí es nada. Su admiración por el Japón medieval le llevó a traducir el código del honor samurái, el Bushido, que inspiró su Credo Legionario, modelo de una prosa escueta donde aparecen la precisión militar y la concisión literaria. Caballero lazarista, fue fiel a la Orden benéfica, tan denostada en nuestro país, hasta el último aliento. Le tengo por un epicúreo transmutado en asceta. La vida del general es un ejemplo constante de esta contradicción tan refinada. Su enfrentamiento con Unamuno, manoseado y manipulado hasta la naúsea, es paradójicamente, lo más unamunaniano que darse puede. El grito de ¡Viva la muerte! parece sacado de las páginas del Sentimiento trágico de la vida del vasco. Todo en Millán Astray es exceso y pasión. Extremadamente querido por las clases populares, para su atuendo civil se inspiró en ellas, adoptando en ocasiones la parpusa o gorra de chulapo, el pañuelo al cuello y la zamarra con cuello de piel, a las que le dio un aire mundano inconfundible. Siempre impecablemente vestido, era frecuente verle pasear con canotier y bastón, el monóculo ahumado que disimulaba el tiro en el ojo y el guante de manopla sabiamente arrugado en la bocamanga de su único brazo. La capa adquiría en él, aires de otros tiempos. También el Tercio en su peculiar uniformidad se vio influido por su fuerte personalidad, porque fue el propio Millán Astray quien redactó los primeros reglamentos siguiendo los dictados de un dandismo sublimado al paroxismo de lo místico y enfocado a lo militar. En ningún caso un ejemplo aislado: hay decenas de cuerpos y unidades en el mundo vestidas por sus jefes según su peculiar sentido.
Quizá le lleve a la duda el concepto de dandismo que empleo en el personaje. Estaré encantado de satisfacer con brevedad su curiosidad en los siguientes renglones.
El dandy es un rebelde y un ser único. Tiene un halo romántico y su atuendo es antes sorprendente que exagerado. Por decirlo de alguna forma, el dandy es un insurrecto por convencimiento intelectual, que termina por distinguirse de los demás casi sin quererlo. Al dandy le hacen sus actitudes irreductibles, su personalísima indumentaria, sus maniáticos gustos. Un dandy jamás sacrifica su opinión por seguir la moda o por interés. Un dandy es el que hace la moda y la impone. Nunca se pondría unas Prince Albert' slippers con un esmoquin convencional, todo lo más, las llevaría con uno de terciopelo, para sorprendernos con un lazo de un color o una seda impactante. Un dandy, en mi opinión, claro, es un artista de sí mismo. A menudo se confunde dandy con elegante. El simple elegante nunca es agresivo. La elegancia no es un sentimiento ni una manera de ser, ni menos una disidencia. El dandismo en general, sería una búsqueda de la excelencia, una autodisciplina exigente y extremadamente rigurosa con respecto a la apariencia. Tiene algo que ver con la elegancia y con la cortesía, pero vulnera ambos conceptos. Los dandis conocen perfectamente las normas de urbanidad, el código inflexible del buen vestir y el saber estar. Pero las quebrantan por coherencia con su sentido de la vida y la belleza. Gustan de la provocación contra las convenciones burguesas porque les repugnan.
¿O era que Vd citaba el dadismo -sin n- como corriente artística en vez de como refiero? Ilústreme, entonces, haga el favor.
Su siempre affmo.,
No soy yo quien tiene que poner fin a esta cuestión, sino su señoría retomando su impulso creativo y rehaciendolo de manera que mi cerdito no siga sufriendo descalabros y menosprecios de quien se dice aficionado a la marca que significa, por mor de su grandilocuente discurso y el espúreo recurso de agradar a cienes a costa de pisar un callo -entiéndase el callo como figura poética del de Labra, si es que alguien más pudiera ponerle rima a semejante-. Y punto en boca, que luego siempre sale el señor con retórica atravesada y circundante del asunto en sí, con sus soflamas acabadas en -ismos, que dan mucha culturilla, sí, pero poca enjundia al problema causado en su totalidad por el señor.
En verdad, señor, no he leído más razón de peso en sus misivas que su negativa permanente, carente por sí misma de razón por ser portadora natural de una razón cualquiera. Todo lo más, como dice el señor, juntar palabras para ir rodeando y alargando una cuestión tan simple como incrustar una corrección en un texto muchísimo antes de pasarlo a imprenta. Para ello no pueden ser necesarios chuflos, carretas, puntas en blanco y ramonesgarcía; fantoches de colorido uniforme, militares laureados ni catedráticos soberbios; autores consagrados, puteros poetastros y docena y media de señoritas de magnífico ver; no, señor, tan sólo se precisa de su amable y servicial cariz, compungido ante la pena que desluce al cerdito, el pobre, vapuleado por la propaganda consumista del primer mundo capitalista, devorador de espíritus gentiles, demoledor ante el desamparo del menos recurrido.
Y va Vd y, encima, se vanagloria, se permite aconsejar dónde y cómo hay que dejar al cerdito y su circunstancia. Circunstancia que Vd, ladinamente, ha alterado de manera procaz. Que es insensato por la parte que me toca reivindicar este lamentable atentado contra el derecho del desprotegido y del necesitado, pues tal vez, pero sólo entre los de su pensamiento. Los seres vivientes, conscientes de su propia identidad y de su papel en la naturaleza que nos ha creado y nos cobija, sabemos lo que la palabra depredador significa, incluso cuando se emplea para menoscabo de los derechos inalienables de un ser existente, sea de lo que sea que esté conformado.
Pues, ¿no se dice por algún parlamento legislativo que los simios ya deben ser portadores de derechos civiles? ¡Concuerdo con la totalidad! Pero, más allá, aparece la similitud con el resto de seres que pueblan el planeta y que, obviamente, también son merecedores de semejante consideración por la parte que nos toca. Sin embargo de esta dicha que la nueva trae, me complace vislumbrar en la lontananza de la ética humana trazos que conducen a la aceptación y aprobación de sendos derechos para cualquier elemento originado en el propio planeta o fruto de él que sugiera semejanza, similitud o paralelismo aplicados a cualquier ser que desprenda signo de vida. Es, señor, el epítome del alma del ser humano, especie dominante de la Tierra, en su vertiente espiritual plena de generosidad y virtuosa.
¿Cómo se queda el señor? ¿Con más rock'n'roll, princés? ¿A que sí? Pues avéngase y sitúe esa corrección, sino por quien la solicita, por la masa material de la Tierra, en su beneficio. Y quede el señor como el intelecto más iluminado de entre los profetas, los visionarios, los autores alumbrados por señal divina. Y que los dioses, el Thorete incluido, sean con el señor.
Por no cansarle con énfasis Kultureta, permítaseme una brevedad que estimo viene al caso y ya acabo:
Grandes y Leyes
E aunque el proverbio cuenta
que las leyes allí van
do quieren Reyes,
dígole esta vez que miente
ca do los Grandes están
se fan las leyes.
(Bachiller Álvar Gómez de Ciudad Real, Señor de Pioz y de Atanzón, 1488-1538)
Por cierto de la invitación, dado que la ha pospuesto ya en dos ocasiones, le corresponde citarme y, perdida la vez, perdida la cuenta, la siguiente corre por la suya. Lo que le agradeceré muchísimo.
Lo dicho, con los dioses.
Post Scriptvm: La melodía que me regala está incompleta, y el texto que se refiere como de ella no dice Te TeTe, Tetereté. A decir verdad, viene a interpretarse como Ta Ra Rí, Que Te Ví, a lo que yo añadiría sin recato, Salao.
---------------------
Queridísimo Don Luís.
Celebro que hay conseguido encontrar la salida al particular laberinto de despropósitos en los que se había metido y aplaudo sinceramente que lo haya conseguido antes de que el Minotauro de la locura haya apresado definitivamente su intelecto, tan debilitado de por sí.
Exige el porcino reclamante que le de motivos -¡más!- por los que no atiendo la bellaca propuesta de su autoría en un día de nublada razón, seguramente. ¡Por Thor! ¿Es que usted no se ha leído ninguna de mis misivas anteriores? ¿O es que lee pero no comprende los signos que aparecen ante sus ojos? Desde el principio fui dando buena cuenta de los argumentos, debidamente pausados y razonados, para rechazar su insensatez. ¿Acaso su ilustrísima quedose ciego, además de sordo? Recupere Don Luís correspondencias anteriores que alimenten su buen juicio, aunque si precisa seguir haciendo de su capa un sayo... es cosa suya, faltaba más.
El cerdito de marras déjelo donde está, que está muy bien; a su lado, como fiel escudero de tan gran señor. Y déjenos a los demás utilizar el masculino para nuestras cerdas, que así se evitarán confusiones con las doñas respectivas, quien las tuviere. Al fin y al cabo así fueron bautizadas años ha y todos los que en ellos hemos recalado tenemos el derecho de usar el término marrano referido a nuestras monturas, como así hacemos sin afán de molestar. Usted también, por supuesto, a su libre albedrío.
Correspondiendo vivamente a la generosidad mostrada por hacerme partícipe de los versos de inJUSTICIA, y visto que la bossa le cuadra en alguna medida, le envío un fragmento que el gran Jorge Ben escribió para ilustrar uno de los temas más conocidos de la música brasileira. Sus sabias palabras – mejor que las mías, por supuesto- esconden la única respuesta posible a su descabellada reclamaçao, con permiso del bachiller Labra:
Te TeTe, Tetereté
Te TeTe, Tetereté
Te TeTe, Tetereté
Te Te...
Te TeTe, Tetereté
Te TeTe, Tetereté
Te TeeTe, Tetereté
Te Te...
Te TeTe, Tetereté
Te TeTe, Tetereté
Te TeTe, Tetereté
Te Te...
Puede usted poner el archivo musical que adjunto, le ayudará a comprender en su plenitud el significado de tan sabias palabras.
Esperando que lo disfrute y deseando verle siempre feliz, se despide su humilde servidor deseándole una feliz jornada llena de propósitos encomiables y proponiendo dejar el encuentro prometido para después del puente de mayo, si le place.
El 21/4/09 10:01, Luis C
Querido amigo y merecedor de todo bien, lamento enormemente leer su anterior inmediata por cuanto dispone su rumbo hacia la catástrofe de la tozudez. Así de simple.
Me es ingrato, al mismo tiempo, andar en cuitas con citas de personajes del mismo cariz profesional y político, tan del gusto de nuestros compatriotas a la hora de la tele, pero vacíos de significado y carentes de ayuda efectiva en lo que nos ha movido a esta lid: bien se podría citar a insignes sabios y hombres de cultura, aparte de los citados del Siglo de Oro y en otros campos afines y científicos, que dieran luces nuevas a esta procupación acerca del mal con el que Vd aqueja a mi cerdito aletero -su compañero en la naturaleza, no se olvide-. Aunque la ingratitud que experimento sobre los citados no es en sí misma por los propios personajes, sino por cuanto Vd no hace sino despejar lances certeros a base de la consabida palabrería negando la razón que me apoya por el sencillo hecho de ser propietario, causabiente y responsable de la figura de material mineral aleado de referencia.
Seguido de ese pensamiento, ya digo, emanado de la sencillez pura, le pregunto y espero su respuesta por las razones que impiden que Vd se digne rectificar el texto en el cual utilizó el vocablo cerdo aplicado a máquinas y hombres, evitando incluir al único y genuino asistente merecedor de tal nombre en justicia y no figurada y arteramente para otros fines groseros.
Me hincha de angustia mi maltrecha bolsa abdominal la curiosidad de conocer los porqués -si fuesen así, en plural- de su reiterada negativa, excepto en lo sofista, de aceptar como cierta la reclamación y la base que la construye sobre sí misma en cada réplica.
Me inquieta sobremanera la manera dadaista en la que monta y desmonta alternativa y sucesivamente cada uno de sus argumentos rodeantes, cual tribu de pieles rojas incómodos por cuanto su hábitat ha sido alterado por ojos blancos en su infatigable búsqueda de El Dorado, mito común a toda civilización una vez ha inventado el papel moneda y realizan que se destruye si se lava; retomando: argumentos en su magín dadaista, pero de sincero indadismo -ni hablar de dandismo- en su faceta de generosidad -juego de conceptos basado en un quítame allá esa letra, tan popular en los primeros años de educación escolar.
No es menor el prurito que me impide cuestionar el personalismo que noto en todas y cada una de sus respuestas, señor, al negar la mayor aun percibiendo claras muestras de la fatiga del combatiente poco avezado, menos veterano, por incluir una incorrección semántica que suavice el concepto que se pretende revelar; retomando: respuesta plenas de epítetos ajenos a la cuestión, ajenos al cerdito y versados especialmente en mi persona, de manera más o menos ingeniosa. Concluyo el párrafo manifestando que me honra y me solaza Vd con esa emisión, por poco ocurrente que pueda resultar, aplicando su atencíon con tanto rigor y firmeza, pero lamentando día sí y día también que no se centre y ponga solución con el mismo rigor y firmeza a lo que se solicitó.
Por último y para que conste y no se base en esta argumentación nuevamente, le insisto en que debe Vd poner remedio eficaz al uso fraudulento en su significado y acepción elegida del término vocabulario cerdo en lo que se refiere al cartel publicitario de la reunión denominada secularmente León en H-D, por las razones adjuntas a lo largo de todos y cada uno de los recados que le han sido enviados y que, cortes mas cabezonamente, se niega a rehabilitar.
Le ruego, finalmente, dos cosas: a/tenga a bien indicar fecha para que pueda hacer efectiva la invitación debida y b/note cómo el universo de la confusión que le ofrecí tiene, como no podía ser de otra manera, antídoto eficaz que todo maestro de armas debe conocer y aplicar.
No parezca mi enojo que existe, pero sí figure mi ánimo dichoso, sírvase de esta rima pobre para mayor esplendor de su espíritu que le dedica don Bartolomé Leonardo de Argensola:
JUSTICIA
Dime, Padre común, pues eres justo:
¿Por qué ha de permitir tu providencia
que, arrastrando prisiones la inocencia,
suba la fraude a tribunal augusto?
¿Quién da fuerzas al brazo que, robusto,
hace a tus leyes firme resistencia,
y que el celo que más la reverencia,
gima a los pies del vencedor injusto?
Vemos que vibran victoriosas palmas
manos inicuas, la virtud gimiendo
del triunfo en el injusto regocijo...
Esto decía yo, cuando, riendo,
celestial ninfa apareció, y me dijo:
¡Ciego! ¿Es la tierra el centro de las almas?
Y para amenizar su lectura y la comprensión que debe emanar, sírvase también de escuchar la pieza inclusa, el clásico de la bossa O Pato, esta vez interpretado magistralmente por Natalia Lafourcade, un compendio de simpatía.
Le reitero el placer inenarrable e inconfundible alborozo que me produce su amistad y su lectura, señor.
--------------------
Muy queridísimo oponente.
No es el silencio manifestado causa de otra cosa que no sea la incapacidad física de dar a nuestro duelo la importancia que se merece.
Uno no siempre puede dedicar el tiempo que desea a lo que le hace feliz y eso conlleva, a veces, un silencio pausado que no debe interpretarse como norma de abandono, que no lo es, sino de espera prudente hasta tiempos mejores.
Agradezco la semblanza que usted hace del ilustre tuerto, rey en el país de los ciegos de la cultura. Siempre es bueno aprender de su inagotable fuente de sabiduría. No era mi propósito descalificar al señor Millán más que en el hecho exacto y preciso de la imbecilidad de aquel momento, por lo que el tema no da para más, que nunca es oportuno dedicar más tiempo del necesario a un imbécil.
No puedo recordar en qué momento aludí al dadaísmo, que no dandismo ni dadismo, como dice usted (seguramente boicoteado, como yo, por alguna malévola tecla del ordenador), pero en cualquier caso, seguro que me referí a esa corriente creadora y librepensadora, sinónimo del absurdo en multitud de casos, adoradora de Dadá.
Ahora bien, veo que ha dejado de soslayo el tema principal de esa cuestión absurda que usted defiende, ¿será porque al fin ha comprendido usted que no hay caso?
Celebro que haya entrado en razón por mor de lo que fuera o fuese y que dedique su tiempo y las andanadas maliciosas que me dirige hacia otros menesteres, más por razones de intentar salvaguardar la honra tan cuestionada en este foro como su buen sentido que por compartir conocimientos con la plebe. Aún así, lo dicho, celebro su nueva postura y aplaudo su empeño obstrucionista en llevar la confusión para salir airoso del desenlace absurdo en el que usted mismo se ha metido, perdóneme el símil, de hocico hasta los corces.
Hágase, pues, su voluntad y cedo el terreno libre para que abandone la batalla en la injusta vindicación iniciática de este contencioso.
No hay más cerdo que el que gruñe y usted, permítame una vez más, morro tiene y de sobra, pero hocico, poco, y su onomatopéyica prosa es más propia de un pollino que de cerdo, gochu, verraco o verrón.
Es posible que el tiempo empleado en el mar haya causado en usted el mal conocido como mal de peces, derivado hacia estar pez, o sea la enfermedad del besugo. ¿Es así? No se preocupe porque de ésta se sale con sentido común, lectura variada e intensa y un poquito de paciencia y raciocinio, aspectos todos en los que me encuentro dispuesto a prestarle la ayuda necesaria para no seguir en el camino andado hasta ahora, vulgarmente conocido como camino de Millán (Astray, por supuesto). Saque usted sus propias conclusiones sobre este último comentario, hecho por otra parte con la piedad que me mueve hacia los aquejados de esa enfermedad.
Quedo a su consideración y, por supuesto, a que se rasque el bolsillo de una cochina vez.
El 18/4/09 13:04, Luis C escribió:
Muy señor mío, estimado amigo, honorable adversario, seguro perdedor, penitente incontestable; a la vista de su silencio, muy respetable, y sin engañarle respecto de la paciencia que me es de nacimiento, he tenido el placer de acudir a varios autores coetaneos del general Millán Astray y revisionistas actuales del dandismo, citado perversamente por Vd. y refutado erróneamente por el suscribiente, en los términos fijos que obran en anteriores recados. Ello motivado por cierta inquietud que barruntó su presencia en mi magín más interior cuando me dispuse a responder al suyo insolente. Reconozco, no obstante, mi prisa por ponerle en el lugar que le corresponde y que Vd., de espíritu mentecato y obtuso, se empeña en abandonar constantemente.
Llevado del prurito de la exactitud relativa siempre que debe adornar cualquier cita histórica a las que Vd. es tan aficionado a la par que poco investigador, he encontrado multitud de referencias acerca del suceso que protagonizaron don Miguel de Unamuno y don José Millán Astray, las menos tan tergiversadas y manipuladas como se digna ofrecernos de su puño y letra -ya se nota la influencia del Hugo de Labra en su pluma reciente, dicho sea esto sin segundas intenciones-. En virtud de no aburrirle ni abrumarle con referencias de autores, obras y sus páginas, permítame darle tan sólo unas pinceladas al respecto. De todas maneras, abundo en manifestarle que este interludio que le ofrezco no desestima en absoluto la certeza de que se avendrá a dar satisfación a la demanda de mi cerdito, que nos conocemos y rápidamente pretenderá irse por los cerros de Úbeda, como el moro aquel, enfocando las bondades de las huríes de la Alhambra -las más, rubias y cristianas entradas en carnes, como entonces gustaba- y mostrando vergonzoso dorso a las majestades católicas.
Seguramente, nadie diría en los tiempos que corren, que Millán Astray, fundador de la Legión, fue un modelo de dandy desgarrado y castizo. Precisamente de él nos ha llegado la imagen distorsionada y propagandística de un militar de limitada preparación, bravucón e irreflexivo. Nada más lejos de la realidad. Millán Astray era un bohemio del patriotismo y del heroísmo, a quien le venían de familia su agudeza, su fantasía creadora y sus profundas dotes de psicólogo, favorecidas por la profesión de su padre -jefe de prisiones de Madrid, poeta, articulista y autor de libretos de zarzuela- y la de su hermana Pilar, ilustre novelista y comediógrafa. El general fue conferenciante pródigo y admirado en España, Francia, Italia e Hispanoamérica, donde su palabra encendía los ánimos con figuras retóricas hirientes, crudas, sin embargo llenas de vida y verso. En 1897, sobre una idea nacida a su vuelta de la experiencia filipina, había creado una Legión llena de paradojas y contradictoria de su misma esencia, como Unamuno; de descarnado realismo celtibérico, como Baroja; de sobriedad de frase, como Azorín; de desenfado y aventura, como Valle-Inclán; de poesía solanesca más que machadiana; pero, sobre todo, de alto idealismo senequista, de amor a su patria y a la muerte como perfecta superación espiritual, siendo un energúmeno y ruidoso intelectual, pese a que intentara disimularlo con simplistas imágenes románticas, muy apropiadas para desertores del hampa a los que convertiría en caballeros. Ahí es nada. Su admiración por el Japón medieval le llevó a traducir el código del honor samurái, el Bushido, que inspiró su Credo Legionario, modelo de una prosa escueta donde aparecen la precisión militar y la concisión literaria. Caballero lazarista, fue fiel a la Orden benéfica, tan denostada en nuestro país, hasta el último aliento. Le tengo por un epicúreo transmutado en asceta. La vida del general es un ejemplo constante de esta contradicción tan refinada. Su enfrentamiento con Unamuno, manoseado y manipulado hasta la naúsea, es paradójicamente, lo más unamunaniano que darse puede. El grito de ¡Viva la muerte! parece sacado de las páginas del Sentimiento trágico de la vida del vasco. Todo en Millán Astray es exceso y pasión. Extremadamente querido por las clases populares, para su atuendo civil se inspiró en ellas, adoptando en ocasiones la parpusa o gorra de chulapo, el pañuelo al cuello y la zamarra con cuello de piel, a las que le dio un aire mundano inconfundible. Siempre impecablemente vestido, era frecuente verle pasear con canotier y bastón, el monóculo ahumado que disimulaba el tiro en el ojo y el guante de manopla sabiamente arrugado en la bocamanga de su único brazo. La capa adquiría en él, aires de otros tiempos. También el Tercio en su peculiar uniformidad se vio influido por su fuerte personalidad, porque fue el propio Millán Astray quien redactó los primeros reglamentos siguiendo los dictados de un dandismo sublimado al paroxismo de lo místico y enfocado a lo militar. En ningún caso un ejemplo aislado: hay decenas de cuerpos y unidades en el mundo vestidas por sus jefes según su peculiar sentido.
Quizá le lleve a la duda el concepto de dandismo que empleo en el personaje. Estaré encantado de satisfacer con brevedad su curiosidad en los siguientes renglones.
El dandy es un rebelde y un ser único. Tiene un halo romántico y su atuendo es antes sorprendente que exagerado. Por decirlo de alguna forma, el dandy es un insurrecto por convencimiento intelectual, que termina por distinguirse de los demás casi sin quererlo. Al dandy le hacen sus actitudes irreductibles, su personalísima indumentaria, sus maniáticos gustos. Un dandy jamás sacrifica su opinión por seguir la moda o por interés. Un dandy es el que hace la moda y la impone. Nunca se pondría unas Prince Albert' slippers con un esmoquin convencional, todo lo más, las llevaría con uno de terciopelo, para sorprendernos con un lazo de un color o una seda impactante. Un dandy, en mi opinión, claro, es un artista de sí mismo. A menudo se confunde dandy con elegante. El simple elegante nunca es agresivo. La elegancia no es un sentimiento ni una manera de ser, ni menos una disidencia. El dandismo en general, sería una búsqueda de la excelencia, una autodisciplina exigente y extremadamente rigurosa con respecto a la apariencia. Tiene algo que ver con la elegancia y con la cortesía, pero vulnera ambos conceptos. Los dandis conocen perfectamente las normas de urbanidad, el código inflexible del buen vestir y el saber estar. Pero las quebrantan por coherencia con su sentido de la vida y la belleza. Gustan de la provocación contra las convenciones burguesas porque les repugnan.
¿O era que Vd citaba el dadismo -sin n- como corriente artística en vez de como refiero? Ilústreme, entonces, haga el favor.
Su siempre affmo.,
jueves, 2 de abril de 2009
León en HD-3ª parte
2 de abril
Permítame, amigo Luís, que la brevedad sea seña en ésta, mi respuesta. Desafortunadamente el día se ha despertado con infinidad de problemas que requieren toda mi atención y hacen inviable dedicarle a usted toda la atención que se merece. Confío en que sabrá disculparme.
Ahora bien, no puedo dejar escapar la ocasión de demostrar mi profunda estupefacción por su continuo vaivén argumental: ora voy, ora me retiro, ora voy, ora me retiro... Parece guiado por la marea de ese océano que tanto gusta de recorrer cual grumete aventajado en busca de su particular cachalote. Entiéndame bien, no es que le reproche su gusto- ¡líbreme el Altísimo de pecado tan vil! - no es eso, es sólo reiterar que su actitud demuestra una vez más la inconsistencia de su argumento principal, si es que usted lo recuerda todavía.
No hay caso, como le he dicho en más de una ocasión, que justifique su reclamación, irritante por más de injusta. Me permito indicarle que acaso su reivindicación deba ir por otros derroteros, ¿acaso por solicitar un reconocimiento justo en forma de diploma y, por qué no, estipendio acorde como anuncio móvil de cualquier marca de derivados del augusto porcino? Navidul, por ejemplo. De ese modo se equipararía su ilustre ser con el de otro animal (dicho sea el término con el mayor de los respetos) escénico, como es Bertín Osborne, por citar un ejemplo. Usted y Don Bertín podrían formar una gran pareja inmortal, se me antoja. Algo así como El Gordo y El Flaco, Tip y Coll, Jeckill y Hide u Ortega y Gasset (provocación, siempre provocación)...
Piénselo y derive usted sus esfuerzos hacia caminos más interesantes, querido amigo, que aquí no encontrará reparación alguna a lo que no ha sido roto en modo alguno.
Me despido no sin antes felicitarle por sus jocosas anécdotas, las cuales le animo a proseguir, y aceptando de buen grado su propuesta de libación con pinchito al lado, proponiendo, eso sí, dejarlo hasta pasadas estas fechas cristianas de recogimiento y devoción.
Como favor personal le ruego alce por mí un brindis por su genial tatarabuelo, personaje que se sentiría orgulloso de ver que su descendencia no ha perdido ni un ápice del orgullo y la determinación familiar.
Lamento no incluir ningún verso del bachiller Hugo Labra pero no me ha llegado ninguno, por lo que me inclino a pensar que su mente se encuentra nublada por los vapores de la sidra.
Siempre a su servicio.
El 31/3/09 16:47, "Luis C" escribió:
Mi estupefacto y dilecto amigo, me lee usted mal, muy mal. Mecachis en diez. Me fastidia sobremanera notar que no me presta la ponderada atención que yo mismo aplico a sus recados, por grotescos que puedan resultar, como de costumbre resultan.
Ya en el prólogo del discurso último estimo lo que sigue como tregua que diera solaz a su alma afligida, advierto en igual sentido a lo largo del todo y culmino reivindicando de nuevo el motvs liderandvm que origina esta sarta. No equivoque el señor de ese modo tan futil el sentido magno de lo remitido. En resumen, no se comporte como su amigo querido Hugo de Labra, el asturlúdico paseante de pluma ligera, y ponga atención, bien sea y por una sola vez, empleado el esfuerzo que desacostumbra.
En lado alguno pone que me rinda en modo alguno: es más, incluyo en mi amable despedida recordatorio efectivo de la archisabida reclamación.
Bien, detalles aparte, me alegra muchísimo haber provocado instantes de regocijo en su alma, querido contendiente, porque mi ánimo no era diferente que el de confortar con mi proverbial buen espíritu el alma torturada que le posee, alma cuyo dominio se halla lejos de mi alcance, afortunadamente, pero que deploro notar en su actual estado de confusión.
Decía mi tatarabuelo que siempre hay que velar por el enemigo, que un enemigo en buenas condiciones es un regalo de los hados. Muy mucho más preferible a un zote torpón dando garrotazos a diestro y siniestro, sin rumbo ni razón; a pesar de ser mucho más fácil su derrota inmediata y su eliminación respecto de su peligro potencial. No es su caso, respetado adversario, porque le adornan virtudes aptas para una lid en buena hora y acondicionada de recursos admirables. Por ello, mi tatarabuelo, montañés desde antiguo, siempre brindaba por el enemigo con el siguiente redicho:
¡Por el enemigo! ¡Confusión, siempre confusión!
Por lo dicho y celebrando aun su jolgorio personal, descarto rotundamente cualquier signo de dejadez en mi principal por la presente. Quede ello bien de claro para hipotéticas tentaciones de claudicación adjudicadas a este abajofirmante.
Esto me recuerda que mi abuelo, paisano cercano del de Labra, monte arriba, monte abajo, y sin parentesco más que geográfico con el tatarabuelo citado, decía que el arte de ser un caballero es saber cuándo hay que dejar de serlo. Por ello, en una ocasión en la que le fue servido un filete extrmadamente difícil de cortar, exclamó: ¡Ah, conque te resistes al arma blanca! y procedió sin más dilación a descerrajarle sendos tiros de su arma reglamentaria.
Mi estimado amigo, sirvan las moralejas contenidas, mas veladas, en este par de anécdotas familiares para despejar cualquier duda hacia qué norte arrimo mi proa y qué escollos serán capaces de sortear mis recursos.
Quedo, pues, a la espera de que se digne de una santa y definitiva vez a remediar las cuitas de mi cerdito aletero en los términos solicitados desde la primera comunicación, sin obrar de por medio más dilaciones ni entresijos rimados.
Entre tanto, convoco a mi oponente a otra sesión de libaciones con pinchito típico de la tierra en cuanto él quiera y donde él quiera, a mi cargo faltaba más.
Permítame, amigo Luís, que la brevedad sea seña en ésta, mi respuesta. Desafortunadamente el día se ha despertado con infinidad de problemas que requieren toda mi atención y hacen inviable dedicarle a usted toda la atención que se merece. Confío en que sabrá disculparme.
Ahora bien, no puedo dejar escapar la ocasión de demostrar mi profunda estupefacción por su continuo vaivén argumental: ora voy, ora me retiro, ora voy, ora me retiro... Parece guiado por la marea de ese océano que tanto gusta de recorrer cual grumete aventajado en busca de su particular cachalote. Entiéndame bien, no es que le reproche su gusto- ¡líbreme el Altísimo de pecado tan vil! - no es eso, es sólo reiterar que su actitud demuestra una vez más la inconsistencia de su argumento principal, si es que usted lo recuerda todavía.
No hay caso, como le he dicho en más de una ocasión, que justifique su reclamación, irritante por más de injusta. Me permito indicarle que acaso su reivindicación deba ir por otros derroteros, ¿acaso por solicitar un reconocimiento justo en forma de diploma y, por qué no, estipendio acorde como anuncio móvil de cualquier marca de derivados del augusto porcino? Navidul, por ejemplo. De ese modo se equipararía su ilustre ser con el de otro animal (dicho sea el término con el mayor de los respetos) escénico, como es Bertín Osborne, por citar un ejemplo. Usted y Don Bertín podrían formar una gran pareja inmortal, se me antoja. Algo así como El Gordo y El Flaco, Tip y Coll, Jeckill y Hide u Ortega y Gasset (provocación, siempre provocación)...
Piénselo y derive usted sus esfuerzos hacia caminos más interesantes, querido amigo, que aquí no encontrará reparación alguna a lo que no ha sido roto en modo alguno.
Me despido no sin antes felicitarle por sus jocosas anécdotas, las cuales le animo a proseguir, y aceptando de buen grado su propuesta de libación con pinchito al lado, proponiendo, eso sí, dejarlo hasta pasadas estas fechas cristianas de recogimiento y devoción.
Como favor personal le ruego alce por mí un brindis por su genial tatarabuelo, personaje que se sentiría orgulloso de ver que su descendencia no ha perdido ni un ápice del orgullo y la determinación familiar.
Lamento no incluir ningún verso del bachiller Hugo Labra pero no me ha llegado ninguno, por lo que me inclino a pensar que su mente se encuentra nublada por los vapores de la sidra.
Siempre a su servicio.
El 31/3/09 16:47, "Luis C"
Mi estupefacto y dilecto amigo, me lee usted mal, muy mal. Mecachis en diez. Me fastidia sobremanera notar que no me presta la ponderada atención que yo mismo aplico a sus recados, por grotescos que puedan resultar, como de costumbre resultan.
Ya en el prólogo del discurso último estimo lo que sigue como tregua que diera solaz a su alma afligida, advierto en igual sentido a lo largo del todo y culmino reivindicando de nuevo el motvs liderandvm que origina esta sarta. No equivoque el señor de ese modo tan futil el sentido magno de lo remitido. En resumen, no se comporte como su amigo querido Hugo de Labra, el asturlúdico paseante de pluma ligera, y ponga atención, bien sea y por una sola vez, empleado el esfuerzo que desacostumbra.
En lado alguno pone que me rinda en modo alguno: es más, incluyo en mi amable despedida recordatorio efectivo de la archisabida reclamación.
Bien, detalles aparte, me alegra muchísimo haber provocado instantes de regocijo en su alma, querido contendiente, porque mi ánimo no era diferente que el de confortar con mi proverbial buen espíritu el alma torturada que le posee, alma cuyo dominio se halla lejos de mi alcance, afortunadamente, pero que deploro notar en su actual estado de confusión.
Decía mi tatarabuelo que siempre hay que velar por el enemigo, que un enemigo en buenas condiciones es un regalo de los hados. Muy mucho más preferible a un zote torpón dando garrotazos a diestro y siniestro, sin rumbo ni razón; a pesar de ser mucho más fácil su derrota inmediata y su eliminación respecto de su peligro potencial. No es su caso, respetado adversario, porque le adornan virtudes aptas para una lid en buena hora y acondicionada de recursos admirables. Por ello, mi tatarabuelo, montañés desde antiguo, siempre brindaba por el enemigo con el siguiente redicho:
¡Por el enemigo! ¡Confusión, siempre confusión!
Por lo dicho y celebrando aun su jolgorio personal, descarto rotundamente cualquier signo de dejadez en mi principal por la presente. Quede ello bien de claro para hipotéticas tentaciones de claudicación adjudicadas a este abajofirmante.
Esto me recuerda que mi abuelo, paisano cercano del de Labra, monte arriba, monte abajo, y sin parentesco más que geográfico con el tatarabuelo citado, decía que el arte de ser un caballero es saber cuándo hay que dejar de serlo. Por ello, en una ocasión en la que le fue servido un filete extrmadamente difícil de cortar, exclamó: ¡Ah, conque te resistes al arma blanca! y procedió sin más dilación a descerrajarle sendos tiros de su arma reglamentaria.
Mi estimado amigo, sirvan las moralejas contenidas, mas veladas, en este par de anécdotas familiares para despejar cualquier duda hacia qué norte arrimo mi proa y qué escollos serán capaces de sortear mis recursos.
Quedo, pues, a la espera de que se digne de una santa y definitiva vez a remediar las cuitas de mi cerdito aletero en los términos solicitados desde la primera comunicación, sin obrar de por medio más dilaciones ni entresijos rimados.
Entre tanto, convoco a mi oponente a otra sesión de libaciones con pinchito típico de la tierra en cuanto él quiera y donde él quiera, a mi cargo faltaba más.
León en HD- 2ª parte
30 de marzo- respuesta
¡Ah, Don Luís! Confieso que me he divertido mucho con su escrito. Celebro que se encuentre en tan buena forma y aún de que disponga de tanto tiempo. Glorioso su exhorto, no hay duda alguna... Siempre que su voluntad sea formar parte de las letras españolas en el género de sainete o similar. Me he reído mucho y lo confieso sin rubor y desde la admiración más absoluta al desconocido cómico que ignoraba albergaba en su interior. Ya me imagino el momento en el que usted se encontraba emborronando los folios del ordenador completamente desnudo de decoro y con una gran nariz roja como único elemento ajeno al cuerpo, entregándose sin fin a la adoración mental a Onán. ¡Genial, dilecto amigo, genial! Bravo por usted que ha sido capaz de construir un relato ameno con la incoherencia manifiesta de unos argumentos vacuos y unas letras juntadas en homenaje a Dadá.
Veo, sin embargo, que ha decidido tirar la toalla en cuanto a su reivindicación inicial -y yo lo celebro-, dejando para el combate literario apenas un repaso de supuestos agravios y sinsentidos que usted me atribuye. Queda clara y aquí expuesta, pues, mi victoria en cuanto a su injusta reclamación primigenia, que no es otra que la de la razón misma y acepto que dedique sus esfuerzos en delegar el debate hacia aspectos formales y de carácter puntual que no suponen sino anécdotas del fragor literario, aunque me sonroje denominar literatura a lo que usted y yo hacemos. Le concedo, como no, el derecho al pataleo. Se lo ha ganado con su terquedad y no seré yo quién niegue puente de plata al adversario. Siéntase, pues, dueño y señor de su propia motivación para acuñar argumentos cualesquiera que le concedan una retirada digna y misericordiosa.
No entraré, por tanto, a rebatir los puntos que usted aduce en su sainete último, mas sí deseo, acaso, detenerme en dos aspectos fundamentales de su loco argumentario.
El primero, lo admito, ha sido una provocación. Soy humilde conocedor de su vasta formación y experiencia y el atribuirle epítetos como MAESE o LICENCIADO no han sido otra cosa que poner a prueba la fuerza de su temple, aspecto éste que usted ha pasado con creces. He esperado largamente una respuesta adecuada a mi osadía y ha sabido sujetar su justa indignación hasta encontrar un momento donde la furia no nublase en demasía la cortedad de su entendimiento. Mis felicitaciones plenas de gozo por ello.
La segunda, en cambio, es más peliaguda. Acúsame el Doctor Doctor -que de este modo le nomino por ser muy de su agrado, elevándole con ello a la altura de ilustres nombres tales como Baden Baden o Sánchez Sánchez, por poner unos ejemplos- de refugiarme en insultos y descalificaciones mediante el uso de palabras tales como CERDO o FACINEROSO y otros sustantivos que en su demencia persecutoria adjetiva en el sentido erróneo. Nada más lejos de mi intención, caro amigo, créame. El uso de estos y otros vocablos no tienen otra razón que definir argumentos sin que tras ellos se esconda la maledicencia que usted supone, mal suponedor. No vea en ellos intención descalificadora, que no la hay. Quédese pues con su justo significado y no vea Gigantes que no hay.
Me despido con unos sencillos versos escritos en su honor, no por mí, que es sabida mi incapacidad para estos menesteres.
Sigue don luís erre que erre
en su vana pretensión.
¿No sabrá ya el fanfarrón
que en verdad no le concierne?
Déjese por ofendido
y dese por contestado,
que su mente ha ofuscado
y la verdad se ha omitido.
Hugo labra dixit.
El 30/3/09 23:08, "Luis C" escribió:
Mi muy querido y advenedizo de la sinrazón señor, sin embargo amigo bien hallado, no lea en lo que sigue fanfarria orlada de dorados ni aprovechamiento de horas en desazón, sino una a modo de tregua que facilite un recuerdo de los epítetos injustísimos que ha vertido sobre mi persona en su vertiente humana, aunque siempre las he leído, tenido y tomado como endebles venablos contra la causa porcina que obra en la aleta de mi moto desde su adquisición, años que hace ya.
Antes de enfrascar la atención que suele conceder a mis palabras, advertiros que el inefable poeta putero da señales de traición. Sí, traición. No he errado el vocablo ni su significado inmediato. El buen Hugo de Labra conspira en sus cantos contra la bandera que ondea entre las grietas de vuestra obstinación. Cuídese, pues, de semejantes asesores, confidentes, correveidiles de calzón flojo porque a nada que sus sentidos exigen y su bolsillo no da, vierte cánticos obscenos contra la mano que le alimentó. No digo más. Y no lo digo porque el ídolo que sostiene la razón que aduce en sus textos, el germánico Goebbels, ya parece que lo dijo en su día y así lo citó el Ilustre que me batalla. Líbreme el Omnipotente de atormentar las hispanas letras con semejante ejemplo de vileza. Quiera el viejo Lucifer conservarlo en sus ebúrneos jardines.
Doy pie, entonces, a rebatir uno por uno, punto por punto, los reseñados epítetos preferidos para la ofensa y que de leve amago de sonrisa no han logrado pasar.
Refiéreme su demencial imaginación a Don Segismundo Freud, loado especialista en los tormentos de la mente abocados al raciocinio de la pasión carnal, del vicio inconfesable, del pecado nefando. Grave intento, por arriesgado de imbuir en mi ser cualquier bajeza impropia de la naturaleza del ser humano vulgar y corriente, de entre la que formo parte constituida que no se avergüenza de ninguna de sus propiedades ni acepciones, ocasionen el concurso que ocasionen a lo largo de la existencia. Por lo tanto, señor, pretender que los instintos que nos unen de manera indeleble a la Tierra que nos da la vida es vergonzoso es, cuando menos, una estupidez. Una estupidez rayana en la estulticia porque denota una clara tendencia a permanecer y ser considerado como un ente de superior calidad entre los iguales: es decir, todos aquellos frutos que la Tierra proporciona, semovientes o no.
Me trata de falsario en lo que se refiere a la pretensión primigenia y, por lo tanto, original que da lugar a esta correspondencia de tira y afloja. La pretensión cualquiera emitida por cualquier persona no puede ser falsa en sí misma. Puede estar errada, pero absolutamente dentro de la realidad, lo que se opone frontalmente a lo falso.
Recreando el distorsionado orden en el que emite sus escasos trazos de raciocinio, vuelve a incidir en turbulencias psiquiátricas para las que, muy mucho me da, no está cualificado siquiera lejanamente, ni por un parentesco conocido de la bellísima Argentina. A la vista de este particular, huelga detenerse en este tipo de recreraciones acerca del ego que es inherente a toda persona. Mi adversario incluido.
No me queda más que retornar hacia nuevas muestras de su impericia en terreno psíquico cuando hace mención al buen Onán, de manera pareja a como lo hace posteriormente con el no menos buen Hugo Labra, el puterasco meridional. Y nuevamente retorno a las bondades del cuerpo tangible y sensible de alta calidad con el que he sido premiado por mor de sus capacidades. Por lo tanto, y así lo manifesté en su momento, me precio de ser íntimo y ufano en lo que me afano con Onán. Nada que objetar a que su mención pudiera pasar por vilipendio ni como prácticas perniciosas: muy lejos de ser tomado como tal por nadie cuya materia gris sea ligeramente superior a la de una ameba de mar.
Para rematar su paupérrima primera misiva, me tilda de cobarde por no haber acudido a cierto lugar a medir mis fuerzas con las suyas, habida cuenta de que se trata de un error de bulto propio de quien más que bulto hace masa, por lo que entiendo que seguramente al hacer eso, masa, perdió la conexión, erró en el personaje y en la ocasión.
Continua, ya en otro papel, con una afirmación acerca de maniqueísmo, de la manera en que habló de sofismo, hay que incluirle en la parte de los apéndices del DRAE. Maniobra que suele repetir con acerada asiduidad, que pretende confundir al lector y darse cierto pisto de cultivado. Poco hay tan alejado de la realidad, mas tan cercano en la imaginación del terco. Si, además, se une con prédicas del germano comunicador que alude sin cesar, tenemos aquí la más palpable muestra de manipulación argumental típica del inane. Nada más que decir.
Por fin aparece el verdadero sentimiento que mi persona provoca en el interlocutor y que es honra para mí, a pesar de que su nominal pudiera pasar por vergüenza a más de uno que yo me sé y que sí, va en moto a León. Mi amigo y aficionado oponente utiliza el insulto bajo la palabra cerdo. Honor que me hace sin duda quien de ello entiende abrumadoramente por exceso. Del cerdo, señor, se aprovecha carnalmente todo mientras que moralmente todo se rechaza: ¿no es esa parte de la esencia muy malentendida del motero y de la que, otra vez, muchos hacen honra? Cuide su lengua –tecla- no sea que espante moscones y se arrebujen en su seno cagadas de cojoneros sin fin.
Cita la Señoría a mi tía, la sorda, para más señas, confundiendo de nuevo personajes y situaciones: es Labra, señor, quien tienen abandonada a esa tía discapacitada en los montes asturcones y no el que suscribe, cuyos parientes, a la altura de firmar la presente, se hallan y bien, gracias al Señor. Sugiero de su atención revisar sus datos, sus fuentes y su caridad para con sus mayores.
Aun y a riesgo de desvelar más de lo necesario y aunque no me molesta en absoluto, más bien veo la socarronería facilona que le es propia, tiende a dos cosas en las que no voy a abundar nuevamente por innecesario: a tenerme como cerdo porcino –ya diluido en la honra, y mucha- y a plasmar mis créditos como de licenciado. Permítaseme aclarar un par de asuntos particulares que, aunque apenas vienen al caso, pudiera ayudar a ver quién es quién y qué hace aquí cada cual que contiende. La titulación que adorna mi cuarto de baño reza así (omito los centros porque no se permite publicidad gratuita, hecho del cual Don Fernando sabe, sabe y sabe): Doctor en Derecho Internacional, Doctor en Historia de América, Licenciado en Ciencias Náuticas, Rama de Oceanografía, Diplomado en Protocolo y Ceremonial y, por fin, Doctorando en Altos Estudios Militares. No es, repito, ánimo reivindicativo ninguno, sino constatación de unos hechos que mi oponente conoce a la perfección y que, debido a su estrategia escatológica, se empecina en obviar. Dicho lo cual, por mi parte, puede seguir llamándome Licenciado. Entiendo que es muchísimo más sencillo para él que llamarme Doctor Doctor, una peculiaridad común a muchos congéneres pero que le es lejana en su comprensión, como Ítaca al cornudo de Ulises.
Dentro de unos términos infinitamente más comprensibles para el Ilustre, doy cabida a las palabras que me regala más adelante: facineroso y espurio. No va más allá del anteriormente citado falsario, pero parece que el diccionario de sinónimos va dando su juego al carente de fondos propios suficientes. Y tampoco logra la ofensa buscada. Me confieso facineroso en cuanto pertenezco y defiendo la facción de mi causa y busco, con ello, satisfacción de mis intereses encarnados en el cerdo de marras –que no es el oponente, no confundamos zoología con literatura-. Y hasta ahí. La acepción de ese vocablo en cuanto al crimen no es de consideración porque no estoy en la comisión de delito alguno contra terceros ni contra mí mismo. Eso está fuera de cuestión. Me cuesta admitir que mi oponente se halle en la misma circunstancia. Pero no puedo afirmar tal.
¿Qué decir de espurio? Vuelco mi atención y la de quien guste sobre el todo de lo hasta ahora aquí vertido para ver por sí mismo dónde reside lo espurio, si es que reside en algún renglón vecino. Me produce tal diversión la comprobación del abuso sistémico de ese recurso que aburriría hasta a su propio autor repitiéndolo aquí. Mas la risa larga que provoca con esta cita ya es suficiente para darle cabida, esta vez, con mi agradecimiento sincero por su ocurrencia.
Muy posteriormente, amenazado por su ruina moral y enteramente intelectual, mi oponente e, insisto, gran amigo y muy querido, alude a una presunta desesperación que, al parecer, me convierte en un ser agobiado, digo yo, que por el peso terrible de sus ataques. Sin embargo de esa ilusión que le mantiene aun erguido y milagrosamente sobre dos patas, mi adversario no hace sino traslucir su propio espíritu: una madeja de contradicciones anudadas y sin espacio para su orden y concierto. Afirmo así porque antes de recabar esta constatación certera, el ilusionista ya disponía en su ayuda de míseros atajos en rima, los propios y los aun más patéticos del desparpajo del Labra, conservado hasta la fecha en el formol del vicio lascivo. Vaya una alianza. Carnaza de argentino.
En otro capítulo de su sarta de indignidades, el buen hombre, acusa a mis argumentos y, por ende, a mí mismo nuevamente, de maledicentes. Me excuso, no veo tal. Mi pretensión solicitada, luego exigida y ahora en plena pugna carece de esa calidad. No soy capaz de encontrarla por lado alguno. Tanto es así, que siempre he manifestado mi disposición al acuerdo facilitando alternativa plausible. Si en ésas así se me trata, delega en mi pensamiento la sospecha hacia certeza de una vis malévola en quien tanto aprecio y admiro. No puedo menos que impedirme un pensamiento así y lo desecho con asco.
Al mismo ritmo, me acusa de falta de sabiduría y bagaje cultural. No lo niego y no espero ser un privilegiado de la memoria, del estudio y de la razón. Me es imposible juzgar en mi interior si lo que albergo es sabiduría culta o mero espejismo adaptable a los crucigramas del diario diario. Me confieso inhábil para dilucidar esta cuestión que en absoluto me ofende, siquiera una leve molestia por cuanto me recuerda la enorme falta de caridad y conmiseración de quien domina la retórica y las artes grandes para con quien las admira sin dominar. Pecado de soberbia que me espanta mucho.
Inmediatamente de tenerme por bruto –en la acepción de inculto o falto de la cultura necesaria para el mantenimiento de una conversación interesante en círculos sociales. Agradezco, por cierto, que no haya hecho mención de esa incapacidad en cuanto a las clases que imparto en tres universidades actualmente y en el pasado-, me recrimina una pretendida falta de discreción en cuanto a conversaciones privadas. Nuevamente me excuso por esta falta de urbanidad elemental. Dada mi conocida incapacidad para mantener relaciones sociales interesantes –valga el silogismo que sigue-, excúseme de otros deberes de esa índole, en vez de impartir lecciones magistrales de buen hacer y de saber estar provenientes de quien imparte o desea impartir yoyas en vez de laureles, y muéstreseme el camino del respeto y la consideración debidas a todo ser viviente. Una desconsideración que sitúa mi yerro al mismo nivel que el perdonavidas que me replica.
Y acabo ya, mi querido amigo y rival, no sin antes demostrarle fehacientemente que si hay que juntar letras, soy muy capaz y con tino. Realidad tangible que, permítame, dudo muy mucho que el contrafirmante, o sea, usted sea capaz. De espirituosos sacros relacionados con meapilas de beaterio, disculpe el atrevimiento, pero sabe más que yo, con tal abusiva diferencia que me deja perplejo, admirado y sin palabras –dirían los adolescentes, en el idioma común del que usted participa vivamente: ojoplático y boquiabierto. De mi cosecha añadiría eso de espatarrao y relinchante de carcajadas, pero no deseo poner epítetos jocosos en sus manos. Sabrá entenderlo.
Un muy fuerte abrazo y mi cariño sincero y desprendido en tanto obtengo satisfacción. Caso en contrario, un muy fuerte abrazo y dispóngase en orden sus asuntos ante la derrota sonada que se arremolina inexorable sobre su testa.
¡Ah, Don Luís! Confieso que me he divertido mucho con su escrito. Celebro que se encuentre en tan buena forma y aún de que disponga de tanto tiempo. Glorioso su exhorto, no hay duda alguna... Siempre que su voluntad sea formar parte de las letras españolas en el género de sainete o similar. Me he reído mucho y lo confieso sin rubor y desde la admiración más absoluta al desconocido cómico que ignoraba albergaba en su interior. Ya me imagino el momento en el que usted se encontraba emborronando los folios del ordenador completamente desnudo de decoro y con una gran nariz roja como único elemento ajeno al cuerpo, entregándose sin fin a la adoración mental a Onán. ¡Genial, dilecto amigo, genial! Bravo por usted que ha sido capaz de construir un relato ameno con la incoherencia manifiesta de unos argumentos vacuos y unas letras juntadas en homenaje a Dadá.
Veo, sin embargo, que ha decidido tirar la toalla en cuanto a su reivindicación inicial -y yo lo celebro-, dejando para el combate literario apenas un repaso de supuestos agravios y sinsentidos que usted me atribuye. Queda clara y aquí expuesta, pues, mi victoria en cuanto a su injusta reclamación primigenia, que no es otra que la de la razón misma y acepto que dedique sus esfuerzos en delegar el debate hacia aspectos formales y de carácter puntual que no suponen sino anécdotas del fragor literario, aunque me sonroje denominar literatura a lo que usted y yo hacemos. Le concedo, como no, el derecho al pataleo. Se lo ha ganado con su terquedad y no seré yo quién niegue puente de plata al adversario. Siéntase, pues, dueño y señor de su propia motivación para acuñar argumentos cualesquiera que le concedan una retirada digna y misericordiosa.
No entraré, por tanto, a rebatir los puntos que usted aduce en su sainete último, mas sí deseo, acaso, detenerme en dos aspectos fundamentales de su loco argumentario.
El primero, lo admito, ha sido una provocación. Soy humilde conocedor de su vasta formación y experiencia y el atribuirle epítetos como MAESE o LICENCIADO no han sido otra cosa que poner a prueba la fuerza de su temple, aspecto éste que usted ha pasado con creces. He esperado largamente una respuesta adecuada a mi osadía y ha sabido sujetar su justa indignación hasta encontrar un momento donde la furia no nublase en demasía la cortedad de su entendimiento. Mis felicitaciones plenas de gozo por ello.
La segunda, en cambio, es más peliaguda. Acúsame el Doctor Doctor -que de este modo le nomino por ser muy de su agrado, elevándole con ello a la altura de ilustres nombres tales como Baden Baden o Sánchez Sánchez, por poner unos ejemplos- de refugiarme en insultos y descalificaciones mediante el uso de palabras tales como CERDO o FACINEROSO y otros sustantivos que en su demencia persecutoria adjetiva en el sentido erróneo. Nada más lejos de mi intención, caro amigo, créame. El uso de estos y otros vocablos no tienen otra razón que definir argumentos sin que tras ellos se esconda la maledicencia que usted supone, mal suponedor. No vea en ellos intención descalificadora, que no la hay. Quédese pues con su justo significado y no vea Gigantes que no hay.
Me despido con unos sencillos versos escritos en su honor, no por mí, que es sabida mi incapacidad para estos menesteres.
Sigue don luís erre que erre
en su vana pretensión.
¿No sabrá ya el fanfarrón
que en verdad no le concierne?
Déjese por ofendido
y dese por contestado,
que su mente ha ofuscado
y la verdad se ha omitido.
Hugo labra dixit.
El 30/3/09 23:08, "Luis C"
Mi muy querido y advenedizo de la sinrazón señor, sin embargo amigo bien hallado, no lea en lo que sigue fanfarria orlada de dorados ni aprovechamiento de horas en desazón, sino una a modo de tregua que facilite un recuerdo de los epítetos injustísimos que ha vertido sobre mi persona en su vertiente humana, aunque siempre las he leído, tenido y tomado como endebles venablos contra la causa porcina que obra en la aleta de mi moto desde su adquisición, años que hace ya.
Antes de enfrascar la atención que suele conceder a mis palabras, advertiros que el inefable poeta putero da señales de traición. Sí, traición. No he errado el vocablo ni su significado inmediato. El buen Hugo de Labra conspira en sus cantos contra la bandera que ondea entre las grietas de vuestra obstinación. Cuídese, pues, de semejantes asesores, confidentes, correveidiles de calzón flojo porque a nada que sus sentidos exigen y su bolsillo no da, vierte cánticos obscenos contra la mano que le alimentó. No digo más. Y no lo digo porque el ídolo que sostiene la razón que aduce en sus textos, el germánico Goebbels, ya parece que lo dijo en su día y así lo citó el Ilustre que me batalla. Líbreme el Omnipotente de atormentar las hispanas letras con semejante ejemplo de vileza. Quiera el viejo Lucifer conservarlo en sus ebúrneos jardines.
Doy pie, entonces, a rebatir uno por uno, punto por punto, los reseñados epítetos preferidos para la ofensa y que de leve amago de sonrisa no han logrado pasar.
Refiéreme su demencial imaginación a Don Segismundo Freud, loado especialista en los tormentos de la mente abocados al raciocinio de la pasión carnal, del vicio inconfesable, del pecado nefando. Grave intento, por arriesgado de imbuir en mi ser cualquier bajeza impropia de la naturaleza del ser humano vulgar y corriente, de entre la que formo parte constituida que no se avergüenza de ninguna de sus propiedades ni acepciones, ocasionen el concurso que ocasionen a lo largo de la existencia. Por lo tanto, señor, pretender que los instintos que nos unen de manera indeleble a la Tierra que nos da la vida es vergonzoso es, cuando menos, una estupidez. Una estupidez rayana en la estulticia porque denota una clara tendencia a permanecer y ser considerado como un ente de superior calidad entre los iguales: es decir, todos aquellos frutos que la Tierra proporciona, semovientes o no.
Me trata de falsario en lo que se refiere a la pretensión primigenia y, por lo tanto, original que da lugar a esta correspondencia de tira y afloja. La pretensión cualquiera emitida por cualquier persona no puede ser falsa en sí misma. Puede estar errada, pero absolutamente dentro de la realidad, lo que se opone frontalmente a lo falso.
Recreando el distorsionado orden en el que emite sus escasos trazos de raciocinio, vuelve a incidir en turbulencias psiquiátricas para las que, muy mucho me da, no está cualificado siquiera lejanamente, ni por un parentesco conocido de la bellísima Argentina. A la vista de este particular, huelga detenerse en este tipo de recreraciones acerca del ego que es inherente a toda persona. Mi adversario incluido.
No me queda más que retornar hacia nuevas muestras de su impericia en terreno psíquico cuando hace mención al buen Onán, de manera pareja a como lo hace posteriormente con el no menos buen Hugo Labra, el puterasco meridional. Y nuevamente retorno a las bondades del cuerpo tangible y sensible de alta calidad con el que he sido premiado por mor de sus capacidades. Por lo tanto, y así lo manifesté en su momento, me precio de ser íntimo y ufano en lo que me afano con Onán. Nada que objetar a que su mención pudiera pasar por vilipendio ni como prácticas perniciosas: muy lejos de ser tomado como tal por nadie cuya materia gris sea ligeramente superior a la de una ameba de mar.
Para rematar su paupérrima primera misiva, me tilda de cobarde por no haber acudido a cierto lugar a medir mis fuerzas con las suyas, habida cuenta de que se trata de un error de bulto propio de quien más que bulto hace masa, por lo que entiendo que seguramente al hacer eso, masa, perdió la conexión, erró en el personaje y en la ocasión.
Continua, ya en otro papel, con una afirmación acerca de maniqueísmo, de la manera en que habló de sofismo, hay que incluirle en la parte de los apéndices del DRAE. Maniobra que suele repetir con acerada asiduidad, que pretende confundir al lector y darse cierto pisto de cultivado. Poco hay tan alejado de la realidad, mas tan cercano en la imaginación del terco. Si, además, se une con prédicas del germano comunicador que alude sin cesar, tenemos aquí la más palpable muestra de manipulación argumental típica del inane. Nada más que decir.
Por fin aparece el verdadero sentimiento que mi persona provoca en el interlocutor y que es honra para mí, a pesar de que su nominal pudiera pasar por vergüenza a más de uno que yo me sé y que sí, va en moto a León. Mi amigo y aficionado oponente utiliza el insulto bajo la palabra cerdo. Honor que me hace sin duda quien de ello entiende abrumadoramente por exceso. Del cerdo, señor, se aprovecha carnalmente todo mientras que moralmente todo se rechaza: ¿no es esa parte de la esencia muy malentendida del motero y de la que, otra vez, muchos hacen honra? Cuide su lengua –tecla- no sea que espante moscones y se arrebujen en su seno cagadas de cojoneros sin fin.
Cita la Señoría a mi tía, la sorda, para más señas, confundiendo de nuevo personajes y situaciones: es Labra, señor, quien tienen abandonada a esa tía discapacitada en los montes asturcones y no el que suscribe, cuyos parientes, a la altura de firmar la presente, se hallan y bien, gracias al Señor. Sugiero de su atención revisar sus datos, sus fuentes y su caridad para con sus mayores.
Aun y a riesgo de desvelar más de lo necesario y aunque no me molesta en absoluto, más bien veo la socarronería facilona que le es propia, tiende a dos cosas en las que no voy a abundar nuevamente por innecesario: a tenerme como cerdo porcino –ya diluido en la honra, y mucha- y a plasmar mis créditos como de licenciado. Permítaseme aclarar un par de asuntos particulares que, aunque apenas vienen al caso, pudiera ayudar a ver quién es quién y qué hace aquí cada cual que contiende. La titulación que adorna mi cuarto de baño reza así (omito los centros porque no se permite publicidad gratuita, hecho del cual Don Fernando sabe, sabe y sabe): Doctor en Derecho Internacional, Doctor en Historia de América, Licenciado en Ciencias Náuticas, Rama de Oceanografía, Diplomado en Protocolo y Ceremonial y, por fin, Doctorando en Altos Estudios Militares. No es, repito, ánimo reivindicativo ninguno, sino constatación de unos hechos que mi oponente conoce a la perfección y que, debido a su estrategia escatológica, se empecina en obviar. Dicho lo cual, por mi parte, puede seguir llamándome Licenciado. Entiendo que es muchísimo más sencillo para él que llamarme Doctor Doctor, una peculiaridad común a muchos congéneres pero que le es lejana en su comprensión, como Ítaca al cornudo de Ulises.
Dentro de unos términos infinitamente más comprensibles para el Ilustre, doy cabida a las palabras que me regala más adelante: facineroso y espurio. No va más allá del anteriormente citado falsario, pero parece que el diccionario de sinónimos va dando su juego al carente de fondos propios suficientes. Y tampoco logra la ofensa buscada. Me confieso facineroso en cuanto pertenezco y defiendo la facción de mi causa y busco, con ello, satisfacción de mis intereses encarnados en el cerdo de marras –que no es el oponente, no confundamos zoología con literatura-. Y hasta ahí. La acepción de ese vocablo en cuanto al crimen no es de consideración porque no estoy en la comisión de delito alguno contra terceros ni contra mí mismo. Eso está fuera de cuestión. Me cuesta admitir que mi oponente se halle en la misma circunstancia. Pero no puedo afirmar tal.
¿Qué decir de espurio? Vuelco mi atención y la de quien guste sobre el todo de lo hasta ahora aquí vertido para ver por sí mismo dónde reside lo espurio, si es que reside en algún renglón vecino. Me produce tal diversión la comprobación del abuso sistémico de ese recurso que aburriría hasta a su propio autor repitiéndolo aquí. Mas la risa larga que provoca con esta cita ya es suficiente para darle cabida, esta vez, con mi agradecimiento sincero por su ocurrencia.
Muy posteriormente, amenazado por su ruina moral y enteramente intelectual, mi oponente e, insisto, gran amigo y muy querido, alude a una presunta desesperación que, al parecer, me convierte en un ser agobiado, digo yo, que por el peso terrible de sus ataques. Sin embargo de esa ilusión que le mantiene aun erguido y milagrosamente sobre dos patas, mi adversario no hace sino traslucir su propio espíritu: una madeja de contradicciones anudadas y sin espacio para su orden y concierto. Afirmo así porque antes de recabar esta constatación certera, el ilusionista ya disponía en su ayuda de míseros atajos en rima, los propios y los aun más patéticos del desparpajo del Labra, conservado hasta la fecha en el formol del vicio lascivo. Vaya una alianza. Carnaza de argentino.
En otro capítulo de su sarta de indignidades, el buen hombre, acusa a mis argumentos y, por ende, a mí mismo nuevamente, de maledicentes. Me excuso, no veo tal. Mi pretensión solicitada, luego exigida y ahora en plena pugna carece de esa calidad. No soy capaz de encontrarla por lado alguno. Tanto es así, que siempre he manifestado mi disposición al acuerdo facilitando alternativa plausible. Si en ésas así se me trata, delega en mi pensamiento la sospecha hacia certeza de una vis malévola en quien tanto aprecio y admiro. No puedo menos que impedirme un pensamiento así y lo desecho con asco.
Al mismo ritmo, me acusa de falta de sabiduría y bagaje cultural. No lo niego y no espero ser un privilegiado de la memoria, del estudio y de la razón. Me es imposible juzgar en mi interior si lo que albergo es sabiduría culta o mero espejismo adaptable a los crucigramas del diario diario. Me confieso inhábil para dilucidar esta cuestión que en absoluto me ofende, siquiera una leve molestia por cuanto me recuerda la enorme falta de caridad y conmiseración de quien domina la retórica y las artes grandes para con quien las admira sin dominar. Pecado de soberbia que me espanta mucho.
Inmediatamente de tenerme por bruto –en la acepción de inculto o falto de la cultura necesaria para el mantenimiento de una conversación interesante en círculos sociales. Agradezco, por cierto, que no haya hecho mención de esa incapacidad en cuanto a las clases que imparto en tres universidades actualmente y en el pasado-, me recrimina una pretendida falta de discreción en cuanto a conversaciones privadas. Nuevamente me excuso por esta falta de urbanidad elemental. Dada mi conocida incapacidad para mantener relaciones sociales interesantes –valga el silogismo que sigue-, excúseme de otros deberes de esa índole, en vez de impartir lecciones magistrales de buen hacer y de saber estar provenientes de quien imparte o desea impartir yoyas en vez de laureles, y muéstreseme el camino del respeto y la consideración debidas a todo ser viviente. Una desconsideración que sitúa mi yerro al mismo nivel que el perdonavidas que me replica.
Y acabo ya, mi querido amigo y rival, no sin antes demostrarle fehacientemente que si hay que juntar letras, soy muy capaz y con tino. Realidad tangible que, permítame, dudo muy mucho que el contrafirmante, o sea, usted sea capaz. De espirituosos sacros relacionados con meapilas de beaterio, disculpe el atrevimiento, pero sabe más que yo, con tal abusiva diferencia que me deja perplejo, admirado y sin palabras –dirían los adolescentes, en el idioma común del que usted participa vivamente: ojoplático y boquiabierto. De mi cosecha añadiría eso de espatarrao y relinchante de carcajadas, pero no deseo poner epítetos jocosos en sus manos. Sabrá entenderlo.
Un muy fuerte abrazo y mi cariño sincero y desprendido en tanto obtengo satisfacción. Caso en contrario, un muy fuerte abrazo y dispóngase en orden sus asuntos ante la derrota sonada que se arremolina inexorable sobre su testa.
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