lunes, 28 de octubre de 2013

Hay veces que la sociedad aúpa a hombres sin honra; afortunadamente en otras, raras, ocasiones se honra a hombres que lo merecen.

Antonio Muñoz Molina, uno de los grandes escritores en lengua castellana de nuestra época. Purista de la honestidad, articulista sosegado y hombre de raras apariciones públicas, aunque siempre acertadas, ha sido galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Mi aplauso emocionado desde este blog con su discurso en Oviedo.
"Escribir empieza siendo casi siempre un sueño o un capricho o una vocación imaginaria. Pero el sueño, el deseo, el capricho, no llegan a cuajar en nada si no se convierte en un oficio. Un oficio, cualquier oficio, requiere una inclinación poderosa y un largo aprendizaje. Un oficio es una tarea que unas veces resulta agotadora o tediosa por la paciencia y el esfuerzo sostenido que exige, pero que también depara, cuando las cosas salen bien, momentos de plenitud, y permite entonces la recompensa de un descanso que es más placentero porque se siente bien ganado, al menos hasta cierto punto. Digo hasta cierto punto porque todo el que se dedica plenamente a un oficio sabe que siempre hay una distancia grande entre las mejores posibilidades de un proyecto y su realización, igual que hay descubrimientos con los que no se contaba. Un oficio es una tarea práctica: uno hace algo que le gusta y que a costa de aprendizaje y empeño ha logrado hacer con cierta garantía de solvencia, pero no lo hace para sí mismo, por mucho que esa tarea la haga a solas y que en el simple hecho de llevarla a cabo haya una satisfacción privada. El resultado que se obtiene de ella alcanza una existencia objetiva, independiente de quien la realizó, y pasa a integrarse beneficiosamente en las vidas de sus destinatarios: un instrumento musical o una partitura, una herramienta, una mesa, una historia, un cuaderno, un cuadro, un cuenco de barro, una fotografía, un hallazgo científico, un paso de danza, la cura de una enfermedad, un prodigio deportivo, un plato bien cocinado, una pirámide de alcachofas en el escaparate de una frutería.
Hay algunas singularidades en el oficio de escribir, como las hay en cualquier otro. La primera es que la necesidad humana que satisface es una de las más intangibles, aunque también una de las más universales: la de saber historias y la de contarlas, es decir, dar una forma inteligible al mundo mendiante las palabras. Una historia, de ficción o no, propone un modelo universal de un cierto campo de la experiencia a partir de la observación de los datos particulares de la vida. Del mismo modo actúa el científico, elaborando modelos teóricos derivados de la observación y la experimentación, que sirvan, doblemente, para explicar y predecir. En las sociedades primitivas o antiguas el mito es el modelo de explicación y predicción de los comportamientos humanos. Nuestra variedad moderna del mito es la ficción, en todas sus variedades, desde las más banales, más toscas, más comerciales y efímeras, hasta las más hondas y exigentes, desde la telenovela y el videojuego a Don Quijote o Moby-Dick o a un cuento de mi querida Alice Munro.
Nos dedicamos, pues, a un oficio más antiguo y más útil de lo que parece. También a un oficio mucho más incierto. Porque en él, y esta es su segunda singularidad, la experiencia no ofrece ninguna garantía, y puede haber una divergencia escandalosa entre el mérito y el reconocimiento.
Quien escribe sabe que ha de dedicar a su oficio tantas horas y tantos años como un artesano al suyo, y que sin esa dedicación no logrará completar nada de valor. Pero también sabe que la entrega, por sí misma, no garantiza la calidad del resultado, porque la experiencia y la dedicación pueden conducirlo al amaneramiento anquilosado y a la parodia de sí mismo. Y también sabe que lo mejor unas veces es reconocido de inmediato y otras veces es ignorado, y que lo que parecía mejor a veces se desmorona al cabo de muy poco tiempo, y que una extraña justicia tardía alumbra mucho tiempo después, sin compensación posible, al talento verdadero que no brilló en vida.
El desaliento ante las incertidumbres del oficio se acentúa más en tiempos de incertidumbres tan amargas como estos. Es difícil hablar de la perseverancia y el gusto del trabajo en un país en el que tantos millones de personas carecen angustiosamente de él. Es casi frívolo divagar sobre la falta de correspondencia entre el mérito y el éxito en literatura en un mundo donde los que trabajan ven menguados sus salarios mientras los más pudientes aumentan obscenamente sus beneficios, en un país asolado por una crisis cuyos responsables quedan impunes mientras sus víctimas no reciben justicia, donde la rectitud y la tarea bien hecha tantas veces cuentan menos que la trampa o la conexión clientelar; un país donde las formas más contemporáneas de demagogia han reverdecido el antiguo desprecio por el trabajo intelectual y conocimiento.
Aun así, y dejando las responsabilidades de la ciudadanía en el lugar que les corresponde, el único remedio aceptable que conozco contra el desaliento del oficio es el oficio mismo. Escribir poniendo artesanalmente en cada palabra los cinco sentidos. Escribir sin concederse la menor indulgencia. Escribir aceptando y disfrutando la soledad y agradeciendo el entramado de otros oficios fundamentales que lo convierten en uno de los oficios menos solitarios y más colectivos del mundo, como es solitario y colectivo el del músico y el del científico; agradeciendo el oficio del editor, del corrector de pruebas, del traductor, del librero, del crítico, el de otros escritores de los que uno aprende admirándolos, el oficio del que enseña a leer y del que trasmite en un aula el amor por la literatura; agradeciendo el oficio más placentero de todos, que es el del lector. Escribir con el miedo a no tener lectores y con el miedo a perderlos, sobreponiéndose lo mismo a los elogios que a las heridas. Escribir porque a pesar de todas las negaciones y las imposibilidades la escritura, como cualquier oficio, es sobre todo un acto de afirmación. Escribir porque sí.
En 1981 se entregaron por primera vez estos premios y vuestra alteza presidió en ellos su primer acto público. Aún se vivía entonces bajo el trauma sombrío y reciente de una tentativa de golpe de estado. En su discurso de agradecimiento, el poeta José Hierro aludió con alegría y alivio, pero también con plena conciencia del peligro, al “aire de libertad que respiramos”. Ese aire, a pesar de todos los pesares, lo seguimos respirando 32 años después, que constituyen el período más largo de libertad que se ha conocido en la historia entera de nuestro país. Es importante recordar estas cosas ahora, cuando el porvenir parece en muchas cosas tan incierto como entonces. En este tiempo se ha hecho adulta la generación entera que nacía por entonces, que es la de mis hijos. Sus vidas son ya más difíciles de lo que imaginábamos hace sólo unos años, pero es importante recordar que también aquellos tiempos de 1981 nos parecían amenazadores cuando nosotros los vivíamos. Y sin embargo no hemos dejado de respirar el aire de libertad que celebraba José Hierro. Sin esa respiración no habría sido posible la generación literaria a la que yo pertenezco. Incluso nos hemos acostumbrado tanto a ella que corremos el peligro de no saber ya apreciarla. Es nuestra responsabilidad salvar lo que ganamos gracias a que muchas personas hicieron y hacen bien sus oficios, privados y públicos; y también reflexionar con urgencia sobre todos los errores, todas las inercias y descuidos que necesitamos corregir. En esa tarea los oficios de las palabras podrán ser más útiles que nunca."

http://www.abc.es/cultura/20131025/abci-discurso-munioz-molina-premios-201310251635.html

domingo, 6 de octubre de 2013

XXX Concentración Big Twin Castellón. 30 AÑOS SOBRE DOS RUEDAS (artículo para ChopperOn.es, octubre 2013)


No resulta sencillo mantenerse como la concentración de referencia en el panorama custom español durante tres décadas. Recogiendo el legado de los Crazy Brothers, los chicos del Big Twin HDC han conseguido sobreponerse a unos años difíciles para volver con más ilusión y fuerza en la Concentración Harley-Davidson con más pátina de nuestro país y uno de los más reconocidos fuera.
Hace 30 años no tenía ni la menor idea de que un grupo de amigos habían planeado reunirse un fin de semana en torno a sus dos aficiones favoritas, la cerveza y las motos, y para ser totalmente sincero tardé algunos más en enterarme que ya se habían celebrado varias reuniones anuales. Mis “encuentros“ con aquellos tiempos se debe en gran parte al libro “Bikers”, donde García Alix hace un magnífico retrato del minoritario mundo custom de entonces. Cuando miro las fotos pienso que me hubiese gustado vivir esas reuniones donde lo principal era lo más esencial, sin concesiones a nada que no fuese lo estrictamente necesario para compartir unos días con los iguales. Intento imaginarme el escenario que se escapa al objetivo; el pinar desnudo con espacio suficiente para que montura y biker tuviesen su propio espacio sin molestar ni ser molestados; la cara de los lugareños de El Grao al ver pasar esas máquinas infernales, quizá atemorizados por la inquietante apariencia que gastaban sus jinetes, más propia de un mensajero del Averno que de personas que sólo buscaban la unión con un pequeño grupo de colegas; la réplica un tanto chusca de la “Capitan América” que lucía uno de los organizadores, pero que por aquel entonces llamaba poderosamente la atención. Me provocan interés varias fotos de ese libro, en concreto hay una que a mi entender resume el puente que une aquellos días con los que nos toca vivir hoy. En ella un joven se encuentra sentado sobre su Heritage Softail con los pulgares en los bolsillos, en actitud que a muchos les puede parecer desafiante pero que a mí me resulta franca, auténtica. El personaje en cuestión mira fijamente a la cámara y sus ojos parecen decir soy motorista, monto una Harley-Davidson y éste es mi sitio… ¡Me da igual lo que pienses! Ese chico rompe el look generalizado del resto de imágenes del libro y, sin embargo, en absoluto está fuera de lugar. Todo al contrario, para mí significa el por qué la Concentración de Castellón ha sido durante estos 30 años un símbolo irremplazable de los amantes de la moto de Milwaukee. Desde los grupos organizados hasta el que gusta decorarse la espalda con un free biker, desde el cuero hasta las alpargatas, desde el negro mate hasta el azul claro… Aquí caben todos los gustos, todas las actitudes, todas las formas de entender una afición común.  Esto es El Grao, amigo. Bienvenido al lugar donde la leyenda se construye año tras año.

Esta edición se ha celebrado con gran éxito el trigésimo aniversario de la concentración Harley- Davidson más antigua y grande de España, descontando las que organiza la marca desde hace pocos años, en la que vengo participando con regularidad desde 1997. Tras casi 15 ediciones la he visto pasar por distintos periodos en los que hasta llegué a temer por su continuidad. Afortunadamente la reciente edición le ha devuelto el orgullo a la ciudad que a más de uno he escuchado definir como la California de Europa. No sólo ha vuelto a alcanzar cotas de participación pérdidas años atrás, más de 4.000 motoristas han venido desde todas partes de España y varios países de Europa a deleitarse con los atractivos que esta reunión y el lugar que la acoge ofrecen, lo que la ha hecho especial es la alegría que se respiraba, las ganas de pasarlo bien que traían en las alforjas los forasteros. Una concentración es lo que la gente que participa quiere que sea. Si en los últimos años esas ganas resultaban forzadas, en esta ocasión se notaban sinceras. Desde el jueves por la noche en la fiesta que oficiosamente inaugura la concentración en La Pacheca se respiraba un ambiente especial que concedía tregua a los sinsabores de la realidad. Al menos lo que pude percibir desde el mismo momento en que llegué y me fundí en un abrazo con Caballo, sin apenas bajar de la moto, fue que el buen rollo sería santo y seña para cada día, para cada lugar donde se celebrase algún evento de la concentración, este año más abierta que nunca.  Sin duda, el preludio de unos días magníficos donde todo funcionó a la perfección. El Pinar, acogedor, como siempre, aunque en esta ocasión añoré al hombre de los cuchillos con el que cada año pasaba un rato de charla. El Belumar, magnífico, un sitio fantástico a pie de playa, acunado por el sonido del mar, donde la hora del aperitivo se hace interminable y más desde que desde el año pasado se inauguró el concierto del sábado, entonces a cargo de Chopperon.es y esta vez manejado por el Big Twin.  El Bike Show organizado por esta revista, a mi entender, con un excelente nivel en cuanto a participantes y motos que resultó a la perfección. El arroz a banda de Casa Juanito… sin palabras pero con todo el sabor en el recuerdo. Y las horas y horas de risas entre copas o carajillos, impagables. Estas son las razones por las cuales me gusta tanto ir a Castellón. Porque todo sale bien. Porque todo sabe bien. Porque todo suena bien.
Castellón es más que motos, más que Harleys. Castellón es Vero, Rizos y Vicente y el resto de miembros del Big Twin. Castellón son los Get Monkeys que reparten alegría por donde van (genial su freno de tambor en la moto que presentaron). Es de The Horse Crew, Caballo y Jaime “Chopper James” (enorme alegría volver a verte sobre la moto, man). Son Sara y
Luismi, de La Cabeza Motorcycles, cuyos shovelheads son merecedores de ser presentados a concurso cada año. Son Vic, EzMan, David, Cascoscuro, Adolfo y Ángel Caparrós, que ponen una nota de calor con su especial humor. Es Belén, su hospitalidad y ese pastel de carne que nos devuelve el ánimo al llegar a casa por las noches. Castellón es mi compañero de viaje, JuanDa “Gas” (siempre es un placer viajar contigo, bro). Castellón es que yo, recientemente desembarcado de la tripulación, escriba esta semblanza simplemente porque me apetezca contarlo. Castellón es lo que uno busca en una concentración: amistad. De eso van sobrados.

¿Está Madrid condenada?

Nunca me ha gustado Madrid una ciudad que encierra el cielo, aunque siempre creí en ella. Hoy sólo puedo poner mi firma en apoyo de los autores de este artículo que reflejan la realidad de una urbe condenada por la arrogancia de sus gestores.

http://politica.elpais.com/politica/2013/10/04/actualidad/1380911735_707943.html

"Madrid tampoco tiene una marca, una postal que identifique la ciudad, un relato que la haga conocida e interesante."
En fin...