Es
frecuente que momentos importantes de nuestra vida vayan unidos a una canción
determinada, un tema que nuestra mente asocia a una situación por la razón que
sea. Hay para todos los gustos y colores, desde baladas románticas hasta el heavy para los momentos de euforia,
pasando por los blues que desgarran el alma cuando la vida nos obsequia con una
bofetada. Se me antoja, sin embargo, que la concentración KM0 de Madrid se
merece una banda sonora propia. Rebuscando en la memoria surgen del olvido un
sinfín de temas que perfectamente podrían ser el himno de un gran fin de
semana, cierto, pero no se me ocurre ninguna canción mejor para asociar a todo
lo vivido que quizá la que aún no se ha escrito. Si hubiese que componer una
canción a esta concentración la imagino hilvanando versos certeros que componen
largas estrofas para erigir una historia de sentimientos profundos y emociones
compartidas y si tuviese que encargarla lo haría, sin dudar un segundo, a Bob
Dylan, posiblemente el mejor cronista informal de la realidad del siglo XX,
cuya obra mantiene plena su vigencia en estos años de niñez del XXI. Si reuniese
el valor necesario iría a verle, me plantaría delante y le diría “Hey, Mr. Dylan, play a song for me in the
jingle jungle morning”. Él, sin duda, escribiría una acertada letra que
encogería el corazón de los hombres y susurraría en el oído de cada mujer una
historia de pasión, de amistad y camaradería; del poderoso rugido de unas
máquinas que son objeto de amor o de odio. Quizá el estribillo hablaría de la
sana competencia entre sonrisas y brindis, del sonido de la amistad o de como
el rock’n’roll se convierte en el adn
de unos locos que todavía creen en la individualidad para unirse en grupos
afines donde no importa quien eres o de donde vienes, tan sólo saber que montas
al lado.
Como
algunas de las mejores letras del gran poeta del folk, la historia comenzaría a desgranarse en la primera
estrofa describiendo la gran fiesta de acogida en el viejo Madrid, en un lugar
que bien podría llamarse “the Rising Sun” y que todos
conocemos como Makinostra, donde se citaron centenares de motoristas, felices
de reencontrarse con camaradas de momentos pasados, reconocidos en cada abrazo.
El viejo Bob cantaría a la fraternal camaradería, vieja o nueva, en la que
nadie es tratado como desconocido, aunque sea la primera vez que acude a la
llamada anual. Posiblemente dedicaría unos versos a narrar la historia de
Fabián y Patricia, una pareja recientemente afiliada al HOG Chapter Madrid y novatos
en estas reuniones, aunque su sonrisa denotaba su desde ahora leal pertenencia
al clan del cuero negro y la gasolina. En ellos contaría como su decisión de
convertirse en harleros atrajo a los padres de ella a comprarse a su vez un “cerdo de Milwaukee” y allí estaban,
recién llegados de Castro-Urdiales, sintiéndose jóvenes para siempre,
compartiendo una cerveza con su hija y los camaradas de toda la vida que hasta
hoy no habían conocido. Y es que ¿cuántas carreteras debe conducir alguien
antes de que se le considere motorista? La respuesta, camarada, está flotando
en el viento que acaricia tu cara cuando conduces tu sueño.
Reservaría
las siguientes estrofas para reflejar la satisfacción del cronista que
observaba la escena con ojos críticos sin perder la sonrisa, embriagado por la
calidez del evento y un par de mojitos de Jim
Beam; haría resonar los aplausos que se escucharon en el espectáculo “The Hole” y en el concierto de
Siniestro Total; rasgaría su guitarra para extraer de los más profundo del alma
la emoción que surge de la caricia
del acelerador, de la extraña mezcla que se produce al juntar piel y metal;
puede, incluso, que hable de la generosidad y la dedicación con la que los
anfitriones nos acogieron y trataron durante todo el evento.
Para
finalizar, cantaría al gran teatro de los sueños en el que los 400
supervivientes de la fiesta del sábado, a los que se les juntaron más de mil harleros de la capital recorrieron
orgullosos la Avenida de la Castellana, dejando a su paso caras de asombro y sonrisas
entre los atónitos espectadores que el domingo detuvieron su prisa para
escuchar el inconfundible rugido de
los Big Twin. Y es que no se
hizo necesario llamar a las puertas del Cielo porque, al menos por esta vez, el
paraíso soñado estaba en las calles de Madrid.
Si
Bob Dylan decidiese hacer una canción así no albergo dudas de que sería
magnífica y, como ocurre con todas las grandes canciones, dejaría un profundo
deseo de que no terminase nunca, de que se prolongase unos minutos más o el
bucle la hiciese renacer una y otra vez. Entonces a nosotros, a ChopperOn, sólo
nos quedaría poner en la contraportada del disco, a modo de créditos, el
agradecimiento a Víctor Romero, la gente de Makinostra y al HOG Madrid Chapter
por su impecable organización y el buen gusto que presidió el fin de semana. A
la Guardia Civil, comandada por primera vez por el Coronel Jefe del Sector de
Motos que no quiso perderse este evento y que realizaron una labor impecable
velando por la seguridad del grupo. Al Mesón Cándido de Segovia por su
extraordinaria hospitalidad. l “The Hole”, divertido e irreverente espectáculo.
A la Sala Orange y Siniestro Total, por darnos marcha y diversión. Y, por
supuesto, a todos y cada uno de los participantes, los auténticos protagonistas
de la concentración… y de esta canción.
Me encantó! me gustaría ir!!
ResponderEliminarQue genial lugar!!! :)
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