miércoles, 17 de agosto de 2011

Willcommen, Bienvenue, welcome...



Estos días las calles de Madrid, tradicionalmente vacías en estas fechas a las horas de más calor, son un hervidero de colores y lenguajes varios, diferentes, extraños y, sin embargo, tan lejanos para nosotros como cercanos para el millón de peregrinos que se dice que se han dado cita en nuestra ciudad. Hoy he salido a comer tarde, cuando el sol te desafía cara a cara, y he podido ver miles de rostros sonrientes a los que el agobiante calor parecía añadirles fuerza y tesón. Las banderas de cada país acompañan a los grupos, mostrando a los madrileños de donde proceden. He podido ver chilenos, paraguayos, sudafricanos, australianos, canadienses, checos, alemanes, portugueses, mexicanos... Todos distintos y todos hermanados por las mismas ganas, por el mismo empuje y por una mueca casi desterrada de esta ciudad, la sonrisa. Y he sentido envidia, mucha envidia de su ilusión, de sus ganas, de sus convicciones. Han venido a nuestra calle en pos de algo que les llena el alma y soportan con valentía incomodidades y rigor climático. Su Fe es más fuerte que cualquier cosa; su ilusión les resguarda de los inconvenientes. Hoy sólo veo sonrisas a mi alrededor de gente que no conozco pero cuando sorprenden mi mirada me demuestran su ánimo amistoso con esa mueca tan rara de ver. Lo dicho, siento envidia.

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