Escribo este articulo desde una amplia terraza frente al mar almeriense, en un día tranquilo y soleado, con una suave brisa acariciando mi rostro. Desde aquí -y ahora- las cosas se ven de otro modo, la realidad parece lejana, los problemas no resultan tan importantes, y sin embargo lo son. Este paréntesis de la vida me sirve para reflexionar sobre todo lo que dejé aparcado en la ciudad esperando mi regreso pero es curioso como el sonido de las olas bloquea la mente de pensamientos negativos.
Estar aquí es un lujo mientras Madrid recibe hoy las distintas marchas de indignados, algunos llevan caminando más de un mes, que desde todos los puntos de España se dirigen a la capital para recordarles -y recordarnos- que la lucha continúa, que las ansias de justicia y democracia no se han apagado entre los vapores del verano. Debería sentirme avergonzado por disfrutar del murmullo de las olas mientras tantos miles de personas soportan la asfixia de su indignación bajo un sol implacable, pero aunque resulte poco correcto confesarlo, no lo estoy. Este breve paréntesis me está sirviendo para despejar la mente de miedos y prejuicios. Si miras hacia el mar y enfocas la vista hacia el horizonte ante tus ojos aparece una línea imaginaria sobre la cual ir depositando tus problemas, como una raya continua que no te permite cambiar de carril. Una vez los tienes delante es fácil darse cuenta de que jamás llegarán hasta la recta final, sencillamente porque no la hay. Entonces vuelves a echar un vistazo y ves que algunos ya no parecen tan importantes, se diluyen en el recuerdo sin merecer la consideración anterior. El mar es bálsamo de estos y otros quebraderos de cabeza, igual que un oasis al que se llega antes de desfallecer completamente, reconfortando nuestra esperanza, nuestra vida, y haciendo que el embotamiento y la pesadumbre se transformen en claridad y energía. Los problemas permanecen, sí, pero de otro modo, en una dimensión distinta vulnerables ya a una solución. Observo como los míos se transforman en línea discontinua, permitiéndome adelantar y superar así dificultades que hace pocas horas se me hacían imposibles.
Por fin comprendo que la solución no consiste en guardarlos en lo más hondo de las alforjas, si no en sacarlos y enfrentarlos para que no me acompañen en el viaje que deseo hacer a través de la existencia. Hay que luchar cada día contra la desesperanza, contra la tempestad y el desasosiego porque nada es peor que permanecer prisionero de la vida esperando una misericordia que nunca va a llegar. “Soy el alma de mi destino, soy el capitán de mi alma”, escribió W.E. Henley . Mi vida la conduzco yo, aunque a veces la moto derrape y acabe con mis huesos doloridos. Levantarse, pedir perdón a la montura por la falta de habilidad, arrancar de nuevo y seguir y seguir y seguir. Siempre apuntando hacia delante. Esta noche con rock’n’roll del bueno a cargo de Vaca Grasienta Blues Band en el Jo Bar. ¿Se puede pedir una mejor banda sonora para mis propósitos de enmienda? No lo creo. Esta noche habrá una copa en mi mano para brindar en silencio por todos los que luchan en la oscuridad de los demás. Una sola, que mañana hay que regresar a la batalla pendiente camino de la próxima estación: Esperanza.
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