Ocurrió de madrugada, antes mucho antes de que el despertador atronase mis oídos.
Recuerdo que me desperté sin titubeos, al contrario de como siempre hacía, manteniendo los ojos cerrados mientras buscaba fuerzas para rechazar la llamada de la responsabilidad. Esta vez abrí los ojos al instante y me incorporé en la cama. Carla miraba por la ventana. Estaba preciosa con su camisón corto pero mi pensamiento repudió el deseo. Quería saber.
- Tenía que llegar – susurró sin volver la cabeza.
Sólo entonces comencé a comprender lo que ocurría. Sin lugar a dudas era el principio del fin. Sin reclamarlo, una lágrima afloró en auxilio de mi corazón. Me levanté y rodeé la cintura de Carla mientras el resto de lágrimas seguían la dirección de su mirada. ¿Qué otra cosa podía hacer?
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