Un cuaderno de viaje por la ruta de la vida con la única pretensión de compartir lo que pienso, lo que me gusta, lo que me ocurre, lo que siento... Aprender cada día algo con los ojos bien abiertos.
lunes, 16 de noviembre de 2015
El dolor de occidente.
Los últimos atentados de París, regando de sangre inocente nuestras conciencias democráticas, han traido consigo un econado debate en las redes sociales sobre la supuesta hipocresía de los occidentales rebosando solidaridad con nuestros hermanos franceses, sin que se manifieste la misma actitud con atrocidades similares en Oriente Medio o África. Los bienpensantes que nos acusan con el dedo parecen sentirse en un peldaño superior, obviando los normales sentimientos de horror para mantener el liderazgo moral que, como imanes del radicalismo humanitario, nos recuerde la maldad intrínseca del hombre blanco, indiferente al sufrimiento de los demás tonos de piel. Yo, lo confieso, soy uno de los señalados con el índice, de los desalmados europeos que no se ponen la bandera siria o nigeriana o egipcia (tampoco la francesa, esa es la verdad) cuando ocurre una matanza en esos países. No significa que sea insensible al dolor de sus sociedades, no. Tampoco que considere que ellos se lo merecen, porque no es así. Lo único cierto es que suele conmovernos más aquello que consideramos próximo, nuestro. París es tan mío como de los parisinos o de los franceses. Es mi ciudad, mi país, y son mis conciudadanos los que han muerto allí. No diré que son mis hermanos, pero sí que los siento como próximos por más que el idioma me conceda una cierta distancia. Y los sirios, nigerianos y egipcios, por poner un ejemplo, no lo son. Me duele la injusticia de su dolor y la pena del ser humano al que sin conocerlo no deseo ningún mal, pero no los siento próximos como a los franceses, por citar el último ejemplo de víctimas del terrorismo. No son de los míos. Posiblemente sea porque la violencia o la miseria parecen algo endémico en esas zonas del mundo o porque la distancia geográfica me ponen trabas a la inmediatez del cariño. Lo real, lo verdadero, es que mis convecinos, sea cual sea el color de su piel o sus creencias, están en mi vida diaria. Puede parecer egoísta pero es la verdad.
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