Acudo
puntual a nuestra cita y compruebo con sorpresa que Víctor Romero, gerente y
socio de Makinostra, ya se encuentra sentado a la mesa con una cerveza. Se
levanta y me saluda con la misma cordialidad que ha tenido conmigo desde que
nos conocemos, hace ya tantos años que no merece la pena recordarlos. Es la
primera vez que llega antes que yo a una cita y eso me descoloca un poco, así
que me toca recomponerme sin que se note.
La
cuestión que se me presenta ante esta charla es saber si detrás de esos ojos
claros y la sonrisa cautivadora se esconde un lobo o un cordero. Tantos años
tratando con él me imponen la obligación de desprenderme del aprecio que le
profeso y situarme en una posición de objetividad desde donde intentar tratar
el perfil del personaje, más allá de cualquier consideración subjetiva. Decido
que la premisa de partida bien pudiese ser que su imagen de cordero no es más
que una ilusión bajo la que se esconde un lobo que sólo ataca si se siente
amenazado… o tiene hambre. Al fin y al cabo me encuentro frente a frente con un
hombre tremendamente respetado y querido por la MOCO, por más que intente
negarlo, cuya opinión tiene un gran peso en decisiones de la compañía. No en
vano dirige con mano firme y certero criterio el que pasa por ser uno de los
mayores concesionarios oficiales Harley-Davidson en nuestro país, y por ende
uno de los más importantes de Europa.
Motorista
antiguo y entusiasta. Empresario y entusiasta. Ameno conversador y entusiasta.
Pocas veces se tiene la oportunidad de compartir mesa, mantel y charla con
alguien que disfruta al máximo de lo que hace sin adjudicarse las ínfulas que
distingue a los mediocres del éxito. Es verdad que ambos sabemos lo suficiente
del otro como para que el aprecio que sentimos haga más sencilla la
comunicación, aunque detecto cierta actitud defensiva al principio que se va
relajando a medida que queda claro que no se trata de una entrevista. Tan sólo,
le aclaro, quiero descubrir al Romero que hay tras Víctor. O quizá al Víctor
que antecede al Romero.
No
es fácil sustraerse al encanto del vendedor, del publicitario que ha sido, del
lobo que vigila con la serenidad de saber que domina el terreno. Motorista de
kilómetros incontables y vividor de experiencias múltiples, se declara
entusiasta de la marca de Milwaukee. “Yo, cuando veo a Willy G. me emociono”,
reconoce sin ambages. No se trata de un mitómano recalcitrante, sino de un
hombre que sabe valorar el esfuerzo, la implicación y la genialidad de otro que
ha sido protagonista de un hecho importante. Esa frase resume, a mi entender,
la pasión que descubrió gracias a un grupo de amigos harlystas que un día se
empeñaron en que probase una de aquellas grandes y robustas motocicletas y le
introdujeron un veneno para el que casi nunca existe cura. Fue en aquel momento
cuando comenzó a fraguarse en su cabeza la vinculación empresarial –y
posteriormente también laboral- con la marca del bar and shield. Era tan fácil como darle un pastel a un niño que
lleva un buen rato salivando frente al escaparate. La vida transcurre entre un
puñado de sorpresas que a veces consiguen desviar el rumbo trazado, pero no
creo que sea el caso que nos ocupa. Al menos me gusta imaginar que el lobo
vigilante supo olfatear a la presa adecuada e invirtió sus días en preparar el
terreno hasta que se dieron las circunstancias oportunas para lanzar el ataque.
He ahí una nueva teoría para un debate posterior, aunque me temo que esa verdad
quedará guardada en la caja de los secretos hasta que llegue el momento, si es
que llega, de que brote en la memoria.
Harley-Davidson
es una de las Love Marks más
apreciadas del mundo, y eso ya es decir mucho. Para alguien como Víctor,
acostumbrado a manejar marcas de prestigio, debe ser muy gratificante representar
y gestionar a la MOCO nada menos que en la capital del reino. “El problema es
que cuando trabajas en lo que te apasiona vas perdiendo esa misma pasión”,
confiesa. Supongo que hay algo de verdad en sus palabras pero el brillo de su
mirada me hace comprender que todavía queda mucha pasión por agotar, puede que
demasiada para echarla en falta por el momento. Esto último adivino que supone
un plus para él, aún cuando todavía no sea del todo consciente de ello.
No
es la pasión lo que puede convertirle en un manso, en un converso sumiso. Nada
más alejado de la realidad. A cada temas espinoso, como el tan traído tema del
1HD y la responsabilidad de la marca en la confusión creada, responde lanzando
dentelladas en forma de opiniones sobre como debería mejorar la compañía, pero
lo hace con elegancia, sin descuidar el territorio donde se asienta su
prestigio. Como buen conocedor de la realidad cree firmemente que la crítica es
la única opción posible que tiene la MOCO para seguir siendo objeto de culto y
admiración en todo el mundo. Su fuerza, él lo sabe, reside en la convicción de
sus palabras mezclada con una sonrisa suave que convierte en amable la más
feroz de las sentencias. Nada en su boca suena duro, nada en sus gestos resulta
amenazador. Interpelado sobre el Proyecto Rushmore, a través del cual la
compañía dio voz –y casi podría decirse que voto- a miles de usuarios en todo
el mundo, se toma unos breves segundos de respiro para encontrar las palabras
adecuadas, aquellas que buscan transmitir la verdad sin molestar a nadie. Se le
nota orgulloso al explicarlo, buen conocedor de lo que ha sido un proyecto
serio, interesante y exitoso, cuyo resultado ha dado lugar a importantes
evoluciones en las motocicletas de Milwaukee, no siempre bien acogidas por los
más puristas pero imprescindibles para adaptarse al futuro, al igual que en el
pasado tuvo que tomar decisiones impopulares para poder llegar hasta donde está
hoy. Víctor lo siente como propio y lo entiende como el camino de una ruta que
busca tener un horizonte limpio por delante.
“Para
mí Harley-Davidson es como El Quijote. Siempre te divierte cuando lo lees y
siempre descubres algo nuevo”. En este momento mis esquemas saltaron por los
aires. Estaba preparado para escuchar alguna referencia al realismo trágico,
puede que algo de Carpentier, o acaso a la generación perdida, con referencia a
Dos Passos o Faulkner, pero fue la obra maestra de la literatura en castellano
la elegida para describir un paralelismo en el que no hay medias tintas. A
menudo hereje de mi propia cultura, no es la novela de Cervantes una de las que
yo recomendaría, lo que me hace merecedor de múltiples acusaciones que asumo,
pero sin embargo, soy consciente de que el significado de su frase va más allá
de lo evidente. Es cuestión de raza y de señorío. Se trata del derecho que
tiene a asumir las características de la MOCO y trasladarlas al espíritu local.
¿Será el tan traído mantra publicitario
think global, act local? Sea
como sea, suyo es el derecho a expresarlo como quiera. Se lo ha ganado de
sobra. Como también el cariño y el respeto de quienes le conocemos. Y esto
también lo sabe.