jueves, 20 de mayo de 2010

El plan no era volver.

Nunca lo fue. La moto estaba cargada con el equipaje necesario y las tripas rebosantes de carburante. Las ganas colmaban de sobra la aspiración del plan previsto. Tantas ganas tenía que apartó el problema y abrió gas a fondo en busca de un horizonte que nunca llegaba. Quizá pensó que la determinación acabaría por derrotar definitivamente a la preocupación que tanto le entristeció los últimos días. Se equivocó. La carretera no es un refugio, sino el encuentro con uno mismo y los kilómetros empezaron a valer el doble e incluso el triple. Tarde, demasiado tarde para su experiencia, comprendió que no podía huir de sí mismo, que la conciencia viajaba como permanente e incómodo pasajero sobre las mismas dos ruedas. Se concentró en no escuchar la incesante letanía reprobatoria pero resultó inútil. Cerca de Z claudicó, entregó su espada al corazón y dio media vuelta. Las lágrimas nublando su vista le impidieron ver que La Muerte esperaba pacientemente en esa curva. Ni siquiera tuvo tiempo de asombrarse cuando le abrazó.

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