Yo no los veo, pero a mi alrededor se agolpan silenciosos compañeros de viaje. Muchos. Y variados. Puede parecer que estoy solo, pero en modo alguno me siento así. Me acompañan todos y cada uno de los amigos que he conocido en la vida; las mujeres que he amado y han dejado huella indeleble en mi corazón; las personas interesantes con las que me he cruzado; el mito del Ace Cafe, el señor Mark Wilsmore y los rockers que han alimentado su bella historia; todo el rock’n’roll que he escuchado, capitaneado por Elvis, Gene Vincent y Eddie Cochran; mi padre y todos aquellos que he querido y ya sólo puedo ver en el álbum de los recuerdos; Santi herreros, Dunlop y otros héroes de la Isla de Man; Wiltman, Dylan y los poetas malditos… y aún hay más, no necesito mirar atrás para sentir que detrás de mí cabalgan miles de motoristas que un día recorrieron ésta u otras carreteras parecidas. El camino es largo, infinito. Bien, tengo el bagaje necesario y el tiempo suficiente para recorrerlo sin prisa. It’s a long way home. El camino de vuelta a casa. A mi casa. Un camino a ninguna parte. Un pacto conmigo mismo que ocurrió hace mucho, mucho tiempo, cuando al final de una noche mágica los vasos dejaron, al fin, de desafiarse para compartir el sosiego de las risas. Pacta sur servanda. Los pactos deben cumplirse.
Aquí me encuentro, escribiendo estas letras en tinta que bien podría ser sangre. Sangre nueva y eterna. Lágrimas de la vida que surcan las arrugas de la experiencia.
Acelero suavemente. El viento acaricia mi cara. Sonrío. Y, cuando termino, vuelvo a sonreír.
enero 2009
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