A menudo me preguntan por qué me gusta Harley-Davidson. Mi respuesta es siempre la misma: no es que me guste Harley-Davidson, me gustan las Harley-Davidson. Sobre todo la mía, una Road King del 97. Me gustan porque su estética me lleva a una época mítica que no conocí; porque está asociada, al menos en espíritu, al rock'n'roll; porque su sonido inunda la carretera de emociones, sensaciones y libertad. Me gustan las sensaciones que me produce conducir una moto -casi - de la misma forma que se conducía hace sesenta años. No tengo la imagen de mí mismo como un motorista solitario, rudo, que se mueve sin compromisos, libremente, sin destino final, siguiendo el rumbo del viento. No, no es eso. El estereotipo no va conmigo y tampoco necesito disfrazarme para disfrutar de la moto. Es... una comunión íntima entre mi moto y yo, algo parecido a un diálogo entre buenos amigos que no tienen prisa por separarse. O a un buen libro que te atrapa y no te deja terminarlo nunca.
He tenido muchas motos, he leído muchos más libros. Algunos de ellos dejaron su poso, pero hubo uno que me señaló para siempre: Juegos de la edad tardía (Luis Landero). Es un libro que hizo dar un giro a mi vida y compartir las cosas que, hasta entonces, habían permanecido celosamente guardadas en el cajón del olvido. Permanece en mi memoria fiel a sí mismo, recordándome cada día la importancia de ser uno mismo y trasladar los sueños a la realidad cotidiana.
No soy fiel a ninguna editorial, sólo a los libros del mismo modo que no me importa la marca, sólo la moto. Gracias a ella he conocido a muchas personas en el camino y, por fortuna, bastantes de ella permanecen aún a mi lado, igual que los buenos libros, recordándome día a día quien soy.
Impresionantes palabras. No puedo más que reflejarme en ellas, un abrazo
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