Las manifestaciones que han tenido lugar durante estos días se han
saldado con más de 210 manifestantes detenidos y 213 agentes heridos. Un
mal balance para todas las partes.
Terminó la reunión del G20 y comienza a hacerse el balance de una reunión
que casi nunca ofrece nada sorprendente. Quizá lo más interesante ha
sido el esperado encuentro entre los los líderes de dos bloques que
parecían haber desaparecido pero que ellos mismos se empeñan en
mantener, Putin y Trump, y el aislamiento del presidente estadounidense
en su postura sobre el cambio climático. Pero la verdadera noticia
cuando se produce este tipo de reuniones suele encontrarse en las calles
de la ciudad de turno que la acoja. La protesta masiva -y organizada-
se ha convertido ya en un clásico esperado por quienes apoyan la
antiglobalización (sic), un término un tanto confuso por la amplitud de
su significado y porque puede usarse a favor o en contra, dependiendo de
quién o qué esté detrás. Como no podía ser de otro modo- ¿a alguien le
sorprende?- las calles de Hamburgo han sido tomadas por fanáticos de
ultraizquierda cuyo único objetivo parece ser crear el caos y sembrar el
miedo en la ciudadanía. Encapuchados y mayoritariamente vestidos de
negro para evitar ser identificados (sic) centenares de estos
energúmenos han creado un escenario casi bélico, consiguiendo el trofeo
de aparecer en todas las noticias, en todos los medios de comunicación.
Desde aquel terrorífico Seattle donde la desproporcionada actuación
policial causó una violenta respuesta entre los manifestantes, el joven,
o no tan joven embozado que se precie considera instrumento de opresión
cualquier vehículo aparcado en la calle; cualquier comercio local,
farola o banco para sentarse es un símbolo de la opresión y de la
desigualdad y por tanto debe ser legítimamente destruido. Así hace la
revolución un luchador comprometido con la libertad (sic) que se precie.
Ya no hace falta esperar una provocación policial, en estos tiempos hay
patente de corso para empezar a liarla sin más.
Uno, en su candidez, se pregunta cómo es posible que la policía de los
distintos países no sea capaz de anticipar estas acciones violentas
mediante el legítimo derecho de prohibir la entrada al territorio de los
líderes violentos, quienes con toda seguridad están más que fichados
por los distintos servicios de inteligencia. Otra cosa que me sorprende
es que se tome la propiedad privada de otros trabajadores con el derecho
a ser destrozados, lo que me lleva a preguntarme qué es lo que esperan
obtener los violentos de acciones de este tipo. Simpatía no lo creo
porque sus actitudes causan más miedo que simpatía en la ciudadanía,
deseosa de que lleguen los cuerpos policiales a restablecer el ansiado
orden. Y aún me pregunto una cosa más: ¿A quién beneficia realmente esta
violencia? A veces pienso que a los responsables de la seguridad le
viene bien esta violencia “controlada” para sembrar el deseo de tenernos
”protegidos” y justificar así el recorte de libertades que poco a poco
se está instalando en occidente. En este sentido, conviene apuntar que
los detractores de la cumbre han denunciado que Hamburgo se ha
convertido en una zona sin democracia durante el G-20, aplicándose
numerosas restricciones por el famoso artículo 33, o sea por
testiculina. Además, la violencia ha sido la excusa perfecta para que la
policía alemana emplease cañones de agua y gas pimienta, prohibido en
otros países, contra más de 10.000 manifestantes pacíficos. Si lo
desean, pueden llamarme malpensado.
http://www.mundiario.com/articulo/politica/arden-calles-son-g-20/20170709225445094292.html
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