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Yo, que vivo en este país, no dejo de asombrarme cada día de la general estupidez de nuestra sociedad. Acusar a esta publicidad de fomentar el consumo de droga es de un papanatismo insufrible. La publicidad, la creatividad publicitaria, tiene estas cosas. En ocasiones se presenta una casualidad afortunada y se producen anuncios simpáticos que conectan perfectamente con el tiempo en que se producen. Este caso es uno de ellos. Posiblemente la serie más popular de Netflix ha visto como su popularidad se ha disparado gracias a la cortedad de miras de los cretinos que se han erigido en guardianes de la ortodoxia vital.
En mis más de 30 años de profesión he visto - y sufrido- muchos casos de actitudes similares, aunque ninguna de tal repercusión mediática. Por ejemplo, hace más de 20 años sufrí las consecuencias de haber realizado una campaña de Vespa, utilizando un punto rojo sobre fondo blanco con el claim "La gran esperanza blanca". En ella intentamos establecer una comparación entre los scooters automáticos japoneses y la Vespa clásica. Algunos medios de comunicación se hicieron eco y hasta el encargado de negocios de la embajada de Japón se desplazó a la agencia para manifestar una protesta formal. La cosa no pasó a mayores, la verdad. La campaña tuvo un eco internacional y hasta la prestigiosa revista Advertising Age nos dedicó un elogioso reportaje.
Hace algunos años menos, en cambio, sufrí la iracunda reacción de la asociación de peñas taurinas, con fax amenazador incluído, por un anuncio para DYC que intentaba mostrar que sus consumidores eran gente que no tenía complejos.
Podría citar muchos ejemplos de como siempre hay alguien que no acepta el humor blanco cuando les afecta en modo propio o deciden que les afecta, al menos. No hay remedio, ni solución. Por cada persona que ríe hay otra que protesta; por cada persona que crea hay otra que destruye. Somos así desde los tiempos de los tiempos y, desafortunadamente, debemos reconocer que la estupidez no tiene cura.
Magnífico, man.
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