lunes, 10 de octubre de 2011

SER Y SABER SER (artículo para ChopperOn, octubre 2011)

Hubo un tiempo, por desgracia demasiado lejano, en el que tuvimos sueños, nos sumergimos en ellos e hicimos bandera de las causas nobles. Un tiempo en el que no conocíamos el significado de la palabra inexperiencia, sencillamente porque no necesitábamos saberlo. Hubo un tiempo en que fuimos jóvenes y cualquier creencia encaminada a reventar un mundo injusto nos pareció digna de ser alimentada. Esa juventud nos encauzó hacia los excesos de las grandes metas que nos esperaban, disponiéndonos a variar el mundo, cada uno amparado en unos colores, sí, pero con más puntos en común de lo que en su día sospechamos y años más tarde nos negamos a aceptar. En esos días algunos abrazamos términos sagrados como apellido voluntario, insertándolo en el adn de nuestras almas y jurando íntimamente vivir según su significado. El mío fue Honor, apellido adoptado por otros muchos, inconscientes del sacrificio que conllevaba. Cada cual eligió el suyo y el devenir de las historias propias es quien debe acreditar tal veracidad. ¡Allá cada cual con la promesa dada cuando nadie se lo pidió! El acto fue, y sigue siéndolo, libre; el compromiso es, y sigue siéndolo, individual. La seguridad de nuestras afirmaciones fueron proclamadas desde la absoluta confianza en nuestras fuerzas, ya que, como sentenció el gran director de orquesta Ricardo Mutti, “sólo se muestran seguros los jóvenes y los estúpidos”. Fuimos lo primero, de eso no hay duda, y probablemente también lo segundo, aunque de ello puede caber objeción, no quiero generalizar. Lo peor de todo (le robo la frase a Ray Loriga) es que lustros después algunos acólitos de la máxima parecen haber olvidado el significado de su compromiso. Se lo recuerdo. Honor es vivir de acuerdo a un estricto código de actuación que compete al total de nuestros actos en la vida, donde nada ni nadie queda fuera de él. Honor es comportarse con bonhomía, atendiendo a los diferentes sinónimos que apareja su definición, tales como piedad, indulgencia, humanidad o caridad, por ejemplo. No es una leyenda en una camiseta o en un adhesivo para el coche. No es un término hueco por más que se utilice con ligereza. Nadie dijo que fuera fácil, pero tampoco es obligatorio seguirlo. La libertad de elegir el camino es de lo poco que nos queda, pero comporta cargas que a menudo son tan pesadas que nos desprendemos de ellas en algún momento. Lo importante es recordar que las dejamos olvidadas y volver a colocarlas sobre los hombros para continuar el rumbo prefijado. Entonces todo será más sencillo si logramos desprendernos de lastres tan penosos como la soberbia y comenzamos a mirar con los ojos del perdón, de la tolerancia, desvistiéndonos de errores y enfundándonos el traje de la decencia.
Hoy veo con amargura demasiados vestidos fariseos y pocos atuendos color honestidad. La dignidad no viene de serie, hay que ganársela y una vez concedida, acertar a administrarla. Quizá sea esta la razón por la que La Bonita lleva tatuada la leyenda “Honor Vincit”. Para que nunca se me olvide de donde vengo y lo que tuve que renunciar para intentar convertirme en lo que no he conseguido ser. Pero, sobre todo, para que jamás se me olvide hacia donde voy.

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