“¿Cuántos años tiene que existir la gente antes de que les sea permitida
la libertad?...”
Y de repente un buen día un grupo de jóvenes decidieron que ya estaba bien de la dictadura bipartidista instalada en su país, que había llegado la hora de exigir una sociedad igualitaria, una democracia real. Y decidieron que también estaba bien de hablar, que era preciso actuar, hacer algo más que protestar en pequeños corrillos sin trascendencia… y así lo hicieron. Decidieron acampar esa noche en la Puerta del Sol de Madrid. Al día siguiente ya no eran un puñado, sino centenares. Y al otro miles… y miles… hasta que su protesta se extendió por todo el territorio nacional con unas peticiones bien simples: democracia igualitaria, corrupción cero y justicia social.
“¿Cuántas veces puede voltear la cabeza un hombre pretendiendo no ver?...”
Y de pronto la sociedad, adormilada en su conformismo pequeño burgués, levantó la cabeza y se dio cuenta de que sus palabras podían ser escuchadas. Comenzó a hablar primero en voz baja, pero a una voz se le unían dos y a dos se sumaron cuatro y los susurros temerosos se tornaron en furiosos truenos que conmovieron los cimientos del poder. La cabeza humillada se elevó orgullosa, mirando de frente a los cínicos. Los que antes se reían volcando su desprecio ante los protestantes ahora miraban sorprendidos la insolencia de las masas clamando. No eran individuos, eran martillos que golpeaban la conciencia colectiva con la fuerza de la razón. Rugían con furia las proclamas de la justicia y el sentido común y sus demandas comenzaron a encontrar el eco que merecían.
“¿Cuántos oídos debe tener un hombre antes de que pueda oír llorar al pueblo?”
Y las cosas comenzaron a cambiar desde entonces. La gente se oponía a ser apaleada y devolvía el odio a base de acumular más fuerza de la razón con el firme propósito de ser escuchada, de ser atendida en sus propuestas. En todas las ciudades, personas sin nombre se juntaban en un sólo grito hasta derribar las banderas de la incomprensión y se parapetaban para resistir el envite de un poder que falto de argumentos decidió convocar al diálogo a las porras de la indignidad.
“La respuesta, amigo mío, la está soplando el viento”
Y admirado por aquel espectáculo sincero y espontáneo, un motorista que estaba presente en la plaza se pregunto: ¿Por qué nosotros no podemos hacer esto para protestar contra los guarda raíles, por ejemplo? Y sin ser capaz de hallar una respuesta satisfactoria comenzó a silbar “Blowin’ in the wind” y pronto sus oídos escucharon otros labios unirse al suyo y comprendió que quizá aún no era tarde para darse cuenta de la fuerza que tenían. ¿O era fruto de su imaginación?
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