viernes, 1 de octubre de 2010

Comparto aquí un precioso artículo escrito por mi hermana Noemí que merece la pena ser leído por todos aquellos que amen sus raíces.

Nuestro hilo

Cuenta la leyenda que un hilo une nuestras vidas y destinos desde nuestro nacimiento; nos ata a personas y a lugares de forma tan intensa que, por mucho que lo intentemos, este vínculo nunca desaparece. La unión es posible gracias a un hilo rojo pero invisible, y que por mucho que se estire, encoja o se retuerza, jamás se rompe. Así lo recoge una leyenda anónima de origen chino: El Hilo Rojo.

Esta leyenda apareció en mi vida de forma fortuita hace unos meses y, casi de forma inmediata, picó mi curiosidad y comencé a bucear en mis recuerdos buscándolo. Resultaba fácil tirar de ese "hilo" que nos une a nuestras madres - y viceversa- de forma natural, el cordón umbilical. Siguiendo por este camino, cada uno de nosotros somos una secuencia y consecución genética que nos liga a nuestros familiares lineales: padres y abuelos. Por ello, que nos parezcamos física y/o "químicamente" a nuestros progenitores, resulta obvio. Invocando al refranero: "-lo que se hereda, no se hurta-" (y aquí sale la "química" con mi madre y abuela, muy refraneras las dos).

Quise seguir el hilo rojo por lugares, buscando aquellos a los que nos sentimos unidos, bien por herencia; porque, desde tiempos inmemorables, nuestros antepasados estuvieron ligados allí, o se vieron forzados a ir por las circunstancias del momento. Echando la vista atrás, recordé que el Valle de Iguña había estado históricamente ligado al centro peninsular, a La Meseta desde la época romana. La calzada de Los Blendios nos habla del recorrido que las legiones hacían desde Suances (Portus Blendium) hasta Herrera de Pisuerga (Pisoraca), pasando por Retortillo (Iuliobriga). Sabido es que la mayoría de nuestras carreteras actuales han sido construidas siguiendo trazados romanos, y esta calzada fue una de las principales vías de comunicación entre la costa y el interior. Siglos después seguiría esta ruta el Arte Románico, haciendo un quiebro desde el camino jacobeo costero, y en el valle destacan las iglesias de San Lorenzo (Molledo), San Facundo y San Primitivo (Silió) y San Juan de Raicedo (Arenas de Iguña). También los comerciantes, en su viaje hacia los mercados castellanos, seguían esta ruta en la que el Castillo de Cobejo jugaba el papel de “portazgo real y guarda de paños y metales”, así como la gestión de las mercancías, según recoge el Apeo del infante Don Fernando de 1404. Un siglo más tarde, en 1522, Carlos V pasó por aquí, quedándose a dormir en La casa de Los Tiros.

En la búsqueda de mi hilo rojo, el camino hacia el sur no me daba respuestas, y, desde Molledo, giré al oeste. Recordé entonces que, si bien la ruta hacia la Meseta era la más frecuentada, la conexión de estas tierras con el Oeste fue, también, muy frecuentada durante siglos por medio de las rutas que conectaban la Merindad de Las Asturias de Santillana con las Asturias de Oviedo, para finalizar en Galicia. Esta Merindad se mantuvo hasta que, en 1778, Las Asturias se dividieron, integrándose las de Santillana en la Provincia de los Nueve Valles de Cantabria.

El camino de Santiago por la costa, o camino Norte, paralelo al camino tradicional francés, permitía un trazado menos duro y agresivo que el del interior y desde los distintos puertos vascos, cántabros y asturianos, los peregrinos llegaban a Compostela abandonando la costa y enlazando con el camino tradicional desde diferentes puntos, o bien siguiendo por el costero. En Cantabria se inicia desde Castro Urdiales, y pasaba por Laredo, Noja, Santander, Santillana del Mar ,Comillas, y San Vicente, para continuar, ya en las Asturias de Oviedo por Llanes, Ribadesella, Villaviciosa, etc. Ambos caminos, el llamado francés y el de la costa, no sólo fueron rutas de carácter religioso, sino también importantísimas vías de penetración cultural y económica, a través de las que llegaban las novedades que llegaban de Europa.

La ruta hacia el Oeste me llevaba a lugares queridos y a los que fuertes lazos y recuerdos familiares me hacían recordar ese hilo que estaba siguiendo. Fue entonces cuando, mirando alrededor, me di cuenta que muchas familias de aquí tienen una unión afectiva con Asturias, empezando por la mía. Bien por temas laborales o por razones del corazón, la unión del hilo rojo entre ambas zonas se ha ido produciendo a lo largo de los años y, muchos de los de aquí , tienen un asturiano en casa, si no varios.


Mi hilo se iba desenredando y comprobé la veracidad de la leyenda:

el hilo rojo nos ata a personas y a lugares de forma tan intensa que, por mucho que se estire, encoja o se retuerza, jamás se rompe”.

Asturias y Cantabria son parte de mí, porque aquí está mi historia, mi familia: en Molledo, Arriondas, Carrejo, Oviedo, Cabezón de la Sal….A mí me tira el Norte aunque no naciera aquí. También, como yo, hay muchos por aquí, porque no somos de donde hemos nacido, sino de donde nos aflora el sentimiento. Por eso el hilo rojo nos hace venir aquí, porque aquí están esos lugares que nos atraen; a los que queremos volver y de los que no nos queremos ir; lugares en los que encontramos algo diferente del resto, y que nos hacen sentir bien, muy bien… ¡tanto que, a veces, nos duele el alma!. Es entonces cuando nos dejamos llevar simplemente por el placer de estar y saboreamos cada segundo como si fuera el último que fuéramos a tener. Mi hilo me trae aquí.


Para mi madre, la asturiana que nos queda en casa.

Noemí Cueto Fernández-Peña



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