El 2013 comienza a rodar y las cosas no
han variado mucho tras la tregua navideña. Los problemas siguen siendo los
mismos y la incertidumbre por el futuro surge con más fuerza ahora que no
tenemos fiestas en las que refugiarlos. No soy nada supersticioso, así que el
que acabe en trece me la trae al pairo, pero sospecho que los temerosos de
gatos negros y demás van a tener motivos de sobra para sustentar sus recelos en
este año. Verán, no desearía ser yo quien fuese portador de malos augurios,
pero es que la cosa no da para más. Uno intenta buscar la luz pero el gobierno,
la Merkel o vaya usted a saber quien se empeñan en apagarla cada día. He
probado todo, desde huir con la moto hasta dejar de leer los periódicos o ver
los telediarios, pero lamento decirles que no hay nada que hacer. Una vez dejas
la burbuja cualquier conversación mundana te devuelve a la situación, abortando
manera alguna de escapar de la realidad. Así no hay quien pueda, lo sé, y por
eso he terminado desechando la idea de la fuga para convertirme en frontón de
la vida. Que me lancen pelotas con las peores noticias que yo las devuelvo
todas, aunque las paredes de mi aguante comiencen a deteriorarse por tanto
golpe.
Estos casi 365 días que tenemos por
delante vamos a tener que pelearlos duramente, minuto a minuto, sin dar tregua
al optimismo. Se hace necesario pertrecharse de ganas y furia para no
desfallecer en las batallas que nos quedan por librar, al menos una por día. La
abominable herencia de los dos años anteriores espera agazapada la oportunidad
de golpear donde nuestra fuerza es más sensible, el bolsillo. Nos golpeará sin
piedad subiendo servicios de primera necesidad y estrangulando nuestras motos a
base de incrementar el precio de la gasolina. Todo para que desfallezcamos y
agachemos la cabeza, resignados a la humillación. Eso o luchamos. Alguien dijo
que era preferible morir de pie que vivir de rodillas y no tengo ninguna
intención de arrastrarme por la vida. Intentarán machacarnos con el desencanto,
golpear nuestra conciencia sin descanso, pero no saben que he empezado a
construir mi barricada para resistir hasta donde sea preciso con grandes dosis
de ilusión, de esperanza y fe en mis posibilidades. Mi arma carga la munición
de la desesperación y el miedo mientras apunto al enemigo que ya se aproxima.
Tras mi parapeto veo acercarse el incremento del IBI, de la tasa de basuras, de
las tasas judiciales, del billete de metro, de las tasas universitarias, de la
factura de la luz, de las sanciones por no reciclar, de los radares para
multas, del precio de las recetas por medicamentos... Sólo echo de menos
que, mientras en mi barricada no hay apenas nada para el cuerpo, en la de Rajoy
hay doble de whisky y jamón de Jabugo para superar los malos momentos. Qué quieren
que les diga, hasta en la guerra hay clases.