Había una vez un Concejal
de Juventud del Ayuntamiento de León que perdió los nervios por el
apelativo que le dirigió el responsable, creador y alma máter de la Reunión anual León en Harley-
Davidson. Las palabras que sacaron de quicio al joven político (aún no ha cumplido la
treintena) no fueron una mención a su santa madre, lo que hubiese
quedado justificado, o una alusión a su actividad de ocio como trencilla,
algo así
como “¡Árbitro,
cabrón!”, lo que igualmente
hubiese sido perdonable. No, la gravedad de la ofensa sufrida, ustedes sabrán valorarla con
justicia, fueron las palabras “Vale, chaval”. Ante tamaña ofensa, el concejal
en cuestión
enrojeció
y con la color demudada exclamó un "¡Tráteme con más respeto!" que retumbó en el edificio
consistorial como trueno de Odín, antes de expulsar al interfecto con
malos modos y la advertencia/amenaza: "¡ Y no vuelva por aquí a pedir nada!".
En este momento de la historia se me plantean un par de cuestiones que quiero compartir con usted, lector.
La primera es: ¿Quién es un concejal para
expulsar a un ciudadano de SU ayuntamiento? ¿Hemos creado una clase política tan soberbia que
está por encima del resto de las
personas? La segunda, nada baladí, por cierto, es: ¿Realmente se puede considerar
insulto la palabra "chaval"? Creo que no y más si quien se la dice
es un hombre con la edad suficiente para ser su padre. Chaval, joven, mozalbete,
guaje, chico... son apelativos de uso normal que, se lo concedo, pueden suponer una cierta
descortesía
en algún
caso, pero jamás
una ofensa, querido concejal. Ofensas son los insultos que le ha dedicado al señor Rubalcaba a través de su twitter
@migon87. Denominar mono al jefe de la oposición no parece ser una muestra del respeto
político
ni personal a Don Alfredo que usted reclama para sí. Ofensa es también su actitud
chulesca, falsaria y prepotente de entender la democracia y la consideración para con sus
conciudadanos, aquellos a los que presume servir (sic). Chulesca por las
formas, prepotente por el contenido de sus frases amenazadoras y falsaria
porque desde su concejalía confirmaron con cuatro meses de
antelación
que no había
problemas en usar los segways municipales
(comprados con el dinero de todos, por cierto), estos artilugios eléctricos de dos ruedas
que sirven para desplazarse individualmente, con el objeto de realizar un
recorrido turístico
por la ciudad y cuando llegó el momento de firmarlo se desdijo, con
todo lo que eso supone en cuanto a desajustes en un evento de la magnitud del
que estamos hablando y otorgando a su palabra menos valor que el de una boñiga de vaca.
Mire
usted, querido concejal, chaval, al fin y al cabo, porque yo también tengo edad
suficiente para ser su progenitor, Santos Álvarez lleva muchos años haciendo más por la ciudad de León de lo que usted será capaz de hacer en
mucho tiempo. Empezó cuando usted todavía estaba en las
aulas, o debía
estar, aprendiendo cosas como la diferencia entre apelativo e insulto. Él es un gran
embajador de su tierra, tanto que sigue organizando una reunión anual de
Harley-Davidson en su ciudad a pesar del escaso apoyo institucional que recibe
y a la cual no he faltado un sólo año desde 1997. Quizá usted no sea capaz
de comprender la importancia que "León en Harley-Davidson" tiene, por lo
que le aconsejo que se informe bien a través de fuentes solventes, pero lo que sí puede comprender es
que ha puesto en peligro su continuidad, privándome a mí y a otro centenar largo de motoristas
entusiastas, llegados de todos los rincones de España, de la oportunidad de
visitar esa ciudad. Pero puede conseguir una hazaña mayor todavía, privar a los
leoneses del espectáculo de ver, montar y hacerse fotos en
unas motos que causan sensación. Por no hablar de los ingresos que los
comerciantes de su ciudad van a perder debido a la avaricia de su ego y su
cortedad de miras.
En
fin, tengo unos meses por delante para intentar convencer a Santos de que siga
celebrando una reunión tan querida, tan deseada para mí. Veremos si lo
consigo pero mientras tanto permítame dedicarle una frase que en Madrid
decimos a quien mete la pata hasta el corbejón: ¡Ya te vale, chaval!