En estos días se me ha ocurrido pensar que llevamos más prohibiciones o intentos de autoritarismo en los últimos cuatro años que en todos los anteriores de democracia. El Ejecutivo ha puesto en marcha tantos disparates en su legislatura que se hace difícil llevar la cuenta. Primero fue - ¿se acuerdan?- el famoso Canon Digital que Europa se encargó de echar por tierra, pero a partir de ahí se han ido sucediendo desatinos que nos han ido llevando por la calle de la amargura. Por resumir, y no tener que ocupar unas cuantas páginas de esta revista, señalaré solo los últimos que este país (sí, he escrito país) no tiene memoria y hace falta recordar las cosas de vez en cuando. Entre los más recientes se encuentra la Ley Sinde, un proyecto despótico elaborado por una insulsa ministra que no tiene otra cosa en qué pensar, excepto en limitar la libertad de sus conciudadanos, incluyendo el apartado por el cual su augusto ministerio podría cerrar cualquier página web sospechosa de infringir la Ley sin el preceptivo paso por el juzgado, corregido in extremis por el desastre de la primera votación, no por la debida rectificación de su autora. No me extraña, ya hace años un compañero suyo de partido sacó a la calle otro despropósito, conocido como la Ley Corcuera, que otorgaba poderes casi omnímodos a la policía para entrar en cualquier casa sin tener que pasar por el engorroso trámite de llamar a la puerta.
Ahora ha llegado la Ley Anti- Tabaco, otro modelo castrista, un modelo de convivencia que a algunos del gobierno les gusta más, que atenta contra las libertades ciudadanas, a pesar de que el cinismo del presidente ZP le haga decir que "no es prohibitiva, sino preventiva". Ellos quieren que dejemos de fumar, incluso en contra de nuestra libertad de decidir, y para ello lo han prohibido en todos los espacios públicos cerrados, aunque al tiempo han aumentado los lugares, igualmente públicos, donde se puede comprar tabaco, como las gasolineras, por ejemplo. Esto sí que es un modelo de coherencia y mejor gestión de la salud pública. Una Ley, por cierto, que los mentirosos argumentan que es una realidad en los países punteros de Europa. Pues bien, los únicos países que mantienen una ley tan restrictiva en cuanto al tabaco son Irlanda, Grecia, Portugal e Italia, todos ellos locomotoras económicas y de desarrollo. Esta falsedad debería por sí sola sentarles en el banquillo del escarnio y la deshonra, pero ya he dicho que este país (uuups! He vuelto a escribirlo) no tiene memoria.
En el primer mes de enero hemos sufrido en nuestros bolsillos una subida arbitraria de los precios de la luz, el gas y la gasolina, amparados de nuevo con la necesidad de equipararnos a los países europeos. Y yo me pregunto ¿cuándo van a empezar a equipararnos en derechos y no sólo en deberes? Porque mis cuentas reflejan un amplio déficit entre lo que recibimos y lo que pagamos a papá estado (y mamá, no se me enfaden los guardianes y las guardianas del lenguaje sexista). Y mis huesos crujen gracias a los baches que atormentan cada día a mi moto. Y mi cartera adelgaza a mediados de mes de tal modo que casi no merece la pena portarla los últimos días. Y me despierto por las mañanas con el temor de que alguno de mis amigos pierda su trabajo... o yo me quede sin el mío.
Esta es la realidad de nuestra vida, mucho prohibir y nada de libre albedrío. Que nada pueda "equivocarnos", ya se sabe que lo más peligroso es que un individuo tome sus propias decisiones. Nos quitan mucho y no nos dan apenas nada. Tutelarnos en nuestro comportamiento es algo apetecible, ayudarnos en los pesares en los que nos han metido, en cambio, no les resulta tan atractivo. Entonces es cuando papá estado desaparece. Cal y arena. Liberalismo de pacotilla, capitalismo de facinerosos... ¡Qué más da! Hoy mismo he leído la noticia de que los pisos tienen que bajar un 40% más, pero las hipotecas que nos concedieron aceptando valores desorbitados del suelo y tasaciones ficticias se mantienen igual, el IVA que nos cobraron sigue en sus bolsillos, los impuestos municipales no reducen su cuantía. Mientras tanto, miles de familias que han puesto su futuro en los ladrillos que los cobijan tiemblan ante la posibilidad de perder lo único que tienen. Con este panorama ¿a quién le quedan ganas de montar en moto?