Domingo por la noche, un hombre se acomoda en la sobada silla de plástico frente a su cerveza. Hace calor pero a él no le importa. Viste chaleco vaquero y gruesas botas de motorista como símbolo del orgullo que le hace esforzarse. Rodeado de amigos su sonrisa actúa de bálsamo ante las preguntas sobre la recuperación de su pierna. Se presume una buena noche amenizada por el rock'n'roll que se avecina.
Domingo por la noche. Nueve personas extrañas entre sí se juntan en el centro de una ciudad a cientos de kilómetros, respondiendo a la convocatoria hecha en un foro virtual. Nada más verse se reconocen como uno, ahorrándose el tedio de averiguarse y pasando directamente al amplio salón de la diversión. Las anécdotas hacen su aparición y se desenfundan las guitarras. Hay mucho que celebrar, mucho que reír, mucho que cantar... La felicidad se contagia.
Domingo por la noche. Tres motoristas que vienen de retirada del fin de semana se encuentran aparcados en la cuneta de la carretera que lleva a ninguna parte. Las motos aguardan pacientes al veredicto de la vieja electra glide que estornudó justo antes de decir basta. El gesto de resignación del más bajo no deja lugar a dudas sobre su estado. No se va a poner en marcha. El sol hace rato que ha caído, ninguno de ellos tiene teléfono móvil y por esa carretera nunca pasa ningún ser viviente a esas horas. De una de las alforjas aparece un pack de cervezas acompañadas de una sonrisa que invita a compartir. Los tres colegas se sientan de espaldas al asfalto y brindan por su buena suerte.
Domingo por la noche. Una pareja se despide hasta quién sabe cuando en la parte de atrás de un coche. Se besan largamente a pesar de haber agotado las ganas de saborearse. Recuperan sus ropas en silencio y dejan que el aire renueve el vaho de su pasión antes de marcharse.
Domingo por la noche. Millones de personas despiden el día sin saber que al día siguiente serán secuestrados por una irracional huelga del metro, que sus compras se encarecerán gracias a la arbitraria subida del IVA que el Gobierno ha puesto en marcha, que se reavivará el ficticio fuego político de la mano de los nacionalismos, que la corrupción continuará alimentando a los medios de comunicación, que algunos de los servicios básicos subirán su precio con el silencioso beneplácito del Ejecutivo… y que, sin embargo, continuará la precariedad de sus trabajos y con ello la merma en su capacidad adquisitiva.
Ya hace un tiempo que vivimos agobiados por la depresión económica que el conjunto de politicastros que nos administra y a los que dimos el voto para velar por nuestro bienestar no es capaz, ya no de solucionar, sino de entender. Preocupante la deriva que va tomando nuestro país, cada día más incapaz de salir adelante por sus propios medios, anhelante de los vientos del norte que insuflen aire fresco a las velas de una maltrecha economía. Y ante esto ¿cuál es nuestra actitud? Vociferar el orgullo patrio frente al televisor cuando juega nuestro equipo y jalear sus triunfos como si los hubiésemos cosechado nosotros mismos. No se entienda esto último como un insulto a la población. El ser humano necesita de pequeños estímulos para evadirse de la penosa realidad y no seré yo quien lo censure pero ¿por qué no utilizamos la misma energía para salir a la calle y moler a palos a quienes nos ningunean en su propio beneficio? Es más fácil juntarse en un bar a ver un partido que salir a la calle a reclamar justicia o inundar el palacio presidencial con cartas de protesta. ¡Triste sociedad la que se queda agazapada tras su propio miedo! ¡Joder! El enfado que dicta estas letras provoca en mí un irracional, aunque justo sentimiento de violenta irritación y me pregunto si no deberíamos quedar todos en las plazas de pueblos y ciudades para ver Sons of Anarchy, porque como dice un amigo: “Cada vez que la veo me dan ganas de liarme a trompadas”. A lo mejor así conseguíamos despertar a nuestros gobernantes de su estupidez. Mientras me lo pienso continuaré esperando a que llegue el domingo por la noche.
Junio 2010