He escuchado demasiadas veces a personas que se autodenominan progresistas- término que, lo acepto, no acabo de comprender- invocar su libertad como enseña a imponer a cualquiera que no piense como ellos. Periodistas, intelectuales (sic), políticos… y hasta a nuestro ínclito Presidente, el hombre que arregla los zapatos ajenos, eso sí, con las suelas que a él le conviene. Todos invocan la conjunción exacta de letras como un mantra al que hay que unirse en comunión interplanetaria. La verdad es que es triste que un concepto universal se vea bastardizado por partidismos maniqueos. Dan ganas de sacar el látigo y emprenderla a zurriagazos contra los mercaderes de la insidia hasta dejar limpio el patio nacional.
¿Saben? Yo sí creo en la libertad sin imposiciones. La libertad de pensar y actuar conforme a lo que se piensa. La libertad de equivocarse y rectificar; la de elegir a los amigos y hasta a los enemigos; la de mirar adelante sin cargar con la ira del pasado; la de despreciar que los símbolos nos enfrenten en lucha fraticida; la de decidir que ruta seguir y que moto tener, sin integrismos. Creo en que el opuesto tiene la misma libertad que reclamo para mí, desechando que las diferencias me lleven al combate. Ésta- y no otra - es mi idea de libertad y así espero que ningún bienpensante de turno venga a arrebatármela. Aunque nunca se sabe, quizá algún lector se vea en la obligación de querer obligarme a aceptar su propia libertad. En ese caso, querido libertador, te aconsejo que no pierdas tu tiempo con este humilde juntador de letras. Sus palabras demuestran que no da para más; mejor que busques otra víctima a quien convertir en acólito, te saldrá más a cuenta.
En cuanto a la fórmula del principio, qué quieren que les diga. Ahora que recuerdo, sí hubo un tiempo en creí sentirlo pero, francamente, no puedo precisar si fue real o una mera ilusión. Ya saben, la vida te va sacando a mamporros los sueños que merecen la pena aunque yo me tomo la libertad de no resignarme. Ustedes sabrán disculpar mi osadía pero es que yo asocio la palabra a la dama que, a pecho descubierto, guía al pueblo de París a través de la barricada en la insurrección burguesa contra los abusos del rey absolutista gabacho, reflejada en el excelente cuadro pintado por Eugène Delacroix en 1830.
Y ahora que me he quedado a gusto, si no tienen inconveniente, voy a seguir escuchando a Meat Loaf en el ejercicio, por supuesto, de mi libertad.