En ocasiones uno echa de menos ciertos convencionalismos desaparecidos en la descarnada vorágine de los nuevos tiempos. Me explico, en mi educación infantil se concedió gran importancia a las normas que regían las relaciones sociales como un distintivo de educación y cortesía imprescindibles para moverte con seguridad en la sociedad. Pues bien, hoy en día, actitudes básicas de urbanidad como ceder el paso o el asiento a una mujer, respetar a tus mayores, usar correctamente la paleta de pescado o limpiarse los labios antes y después de beber en las comidas han visto disminuida su importancia en nuestros tiempos. Personalmente me parece una pena, quizá porque en el fondo soy un romántico que prefiere el beso en la mano de una dama (mientras ésta lo es, por supuesto) antes que en la mejilla y considero que un duelo bajo normas caballerescas es infinitamente mejor para resolver cualquier desavenencia que una pelea tabernaria, por poner algunos ejemplos.
Pero no he venido a asomarme a vuestras pantallas para quejarme sobre la desaparición de las normas sociales y sí a lamentarme - y mucho- de las que se han esfumado en el territorio de las dos ruedas. O tempora o mores. ¿Qué ha ocurrido con la cortesía que los motoristas han tenido siempre para con sus semejantes? ¿En que curva se han extraviado los buenos modales que nos distinguían, y lo teníamos a gala, del resto de los mortales que montaban cuatro ruedas? Hubo un tiempo en el que la corrección era la norma preponderante entre los centauros de hierro y aceite; un tiempo en el que el saludo era santo y seña de nuestra hermandad; en el que detenerse ante un motorista parado era un deber, no una elección. Hoy poco queda de aquellos hábitos. Hoy prima el individuo en su desconfianza hacia los demás. Hoy…
Últimamente resulta difícil cruzarte con un motorista que responda a tu saludo y he visto a infinidad de ellos pasar sin detenerse siquiera a preguntar a un compañero detenido en el arcén. Antes, cuando comprabas una moto venía de serie un código no escrito con un decálogo de buenas maneras que todos asumíamos como propio. Me atrevo a decir que las señales y formas propias de los motoristas eran entendidas y respetadas por todos o al menos por la gran mayoría. Eso se terminó con la llegada de miles y miles de advenedizos que han poblado nuestras carreteras sin hacerse cargo de lo que lleva aparejado montar en moto. Es así y así hemos de aceptarlo porque no queda otro remedio que el pataleo. La verdad es que ya no me siento identificado con cualquiera que conduzca una moto y estoy hasta las fosas nasales de saludar sin recibir respuesta. Como muestra, una anécdota. Hace algún tiempo se paró una Sporster nuevecita a mi lado en un semáforo. El ejecutivo impecable que la montaba lucía una mueca de suficiencia ensayada largamente. Aún así, torcí la cabeza en su dirección y le dediqué un breve saludo con una sonrisa. Él, lejos de responder, comenzó a ponerse nervioso y en cuanto pudo aceleró para alejarse del peligro que suponía relacionarse con ese macarra de la HD azul. Lo único que puedo decir es que mi perplejidad no alteró mi mala leche, así que hice lo que mejor se me da, que no es otra cosa que joder la vida de los gilipollas, y estuve persiguiéndole Castellana abajo y sonriéndole en cada semáforo hasta que me cansé.
La cuestión es que no confío en que esto mejore y me temo que estamos abocados a añorar los buenos tiempos, cuando ir en moto tenía algo de hermandad. Lo que me trae a la cabeza que los británicos, siempre tan respetuosos de las tradiciones, tienen un sistema de saludo entre los motoristas equilibrado y elegante a la vez. El gesto consiste en una gentil, aunque comedida, inclinación de cabeza. Todo muy polite, cierto, pero resulta un gesto esencial entre caballeros, que es lo que yo considero a todos los lectores de ChopperOn. De ese modo, me despido. Mis respetos, gentlemen.